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de opinión

Balcei 141

mayo 2012

OIKOUMENE Escribo estas líneas en la costa mediterránea una plácida tarde del mes de marzo, sentado en mi terraza favorita colgada al Mediterráneo profundo de aguas infinitas de color azul turquesa. El Mediterráneo se constituyó en el ámbito fundamental de oikoumene griego, ese mundo fluyente de una poderosa cultura desarrollada por griegos y romanos, uno de los adelantados en describirlo, caminando con un pie en la historia y otro en la leyenda, fue Herodoto de Halicarnaso, activo entre los siglos V y IV a JC, al Mediterráneo lo reconocemos como cuna de culturas milenarias y seno tutelar de nuestra lengua, de nuestro pensamiento y de nuestra vida civilizada, fermento de la actual Europa. La vieja y siempre renaciente Europa, tradicionalmente desunida pero respetada por el resto del mundo y, al fin, superado el belicismo explosivo o latente durante tantos siglos, unida por la cultura. Europa ha tenido la virtud de juntar a nuestros hijos españoles con los hijos de filandeses, alemanes, griegos, holandeses o franceses, de manera que nuestros nietos han nacido hijos de un mestizaje enriquecedor y multicultural. Dispuesta siempre a progresar se enfrenta, en estos momentos, a graves problemas de orden económico, asfixiada y amenazada por las turbas exaltadas de los mercados financieros que avanzan famélicas sobre nuestras conciencias, dispuestas a devorar los magros recursos de muchos millones de ciudadanos y quebrantar nuestras pacíficas vidas. Si volvemos la vista unos cuantos años atrás advertimos que la Unión Europea se había convertido en un paradigma universal capaz de acometer empresas muy ambiciosas que asombraban al resto del mundo, el crecimiento económico de sus países y su nivel de vida solidario proporcionaba cobertura a casi todos los ciudadanos, sus ofertas parecían no tener límite. En nuestro país el gobierno había descubierto que de la noche a la mañana España se había convertido en una de las primeras potencias mundiales, los políticos, transformados en magos, conseguían recursos económicos que canalizaban a través de obras públicas de elevado presupuesto, capaces de transformar todo el paisaje español sin importar las consecuencias negativas, a nadie le preocupaba que esos dispendios hipotecasen peligrosamente el gobierno de la comunidad, de la ciudad o de cada municipio, a todos ellos les parecía conveniente comprometerse en empresas que siempre superaban las de la comunidad, de la ciudad o del pueblo vecino, referencia explícita en cuyo espejo mirarse. El gobierno central, los regionales y locales sorprendían con frecuencia a los ciudadanos con anuncios magníficos e inesperados. Muchas ciudades y po-

blaciones se aprestaban a ejecutar grandes reformas urbanas sin importar deshacer proyectos acometidos pocos años antes, ahora primaba eliminar árboles, jardines y zonas verdes a cambio de plazas y viales pavimentados con hermosos mármoles, granitos o jaspes y, también, construir grandes edificios «rompedores» con los equilibrados volúmenes arquitectónicos de su entorno como signo de modernidad y progreso, casi siempre, proyectados por arquitectos con despacho en ciudades no españolas. Los políticos aparecían sonrientes como toreros en triunfo, se mostraban en los diarios de noticias y en las primeras páginas de los periódicos cortando cintas de inauguración casi todos los días, no era preciso que la obra estuviese acabada, bastaba como argumento si se trataba de hacerlo al tiempo de la celebración de alguna fiesta nacional o local. Alentados por unas instituciones financieras solventes, que fiaban sus créditos a los ciudadanos para pagarlos a lo largo de una dilatada vida, no había motivos de preocupación por impago. España era uno de los países con la esperanza de vida más elevada, nuestro sistema de salud se acercaba a la perfección, se le consideraba uno de los mejores de Europa, casi todos los españoles cumpliríamos, con buena salud, los primeros cien años, tampoco debían preocuparse los futuros pensionistas, el sistema público de pensiones español manifestaba una solidez envidiable y su vigencia estaba asegurada al menos durante otro centenar de años. Todos creíamos vivir en el país de Jauja, nadie tenía miedo a embarcarse en varias operaciones de crédito al mismo tiempo, aunque de momento pasase algún pequeño apuro, se vislumbraba un futuro muy prometedor para los ciudadanos, los asalariados verían actualizados sus ingresos todos los años y los empresarios seguirían con sus negocios cada vez más boyantes. Por nuestros hijos no debíamos preocuparnos demasiado, como se habían formado mucho mejor que sus padres y el país tenía un próspero futuro todos ellos podrían incorporarse al mercado de trabajo sin ningún problema. Por otra parte, los ahorradores perdían la costumbre de conservar sus ahorros porque los bancos no pagaban intereses y estaban saturados de liquidez, había que viajar mucho, disfrutar y

vivir despreocupadamente una intensa vida sin reparar en gastos. A todo esto se unían los grandes fastos y celebraciones multitudinarias, cuyas convocatorias se dirigían a buena parte de los ciudadanos del orbe, eran momentos de orgullosa afirmación de identidad del territorio, de su historia y de sus gentes. Pero por extrañas razones cambian los vientos y surgen los temores, un ejército de gigantes que permanecía oculto dentro de nuestros pueblos y entre nuestras gentes, cierran las puertas del espejismo en el que vivíamos y descubren a la vista de todos sus vergüenzas, estos gigantes tienen nombres muy llamativos: Corrupción, Especulación, Evasión de capitales, Deuda, Desempleo, Paro juvenil —de los que deberían haber empezado a trabajar— Burbuja inmobiliaria, Ruina empresarial, Bolsas crecientes de pobreza, Amenazas y presiones exteriores de los nuevos emperadores del dinero vestidos de fantasmas, Desasosiego, Preocupación y Desesperanza. Han pasado los días y algunos años desde que conocimos los malditos gigantes, en la calle se vive en este momento una jornada de huelga convocada por los sindicatos contra el gobierno para «frenar la reforma laboral» del Partido Popular. Uno y otros saben que la «reforma laboral» nadie va a detenerla, aunque de momento tenga como primera consecuencia el aumento del paro que se ceba con los jóvenes en edad de trabajar y con las familias más necesitadas que subsisten en absoluta pobreza. Es fácil adivinar que a estas reformas seguirán nuevos recortes a los que se les colgarán bonitas etiquetas. Ante todas estas dificultades crecientes todos deseamos que dejen de existir los grandes evasores de impuestos y los políticos corruptos de cualquier signo, amigos del dinero fácil, que como es bien sabido llena bolsillos sin importar el color político de sus portadores. Espero y deseo que con las medidas previstas, al menos los emprendedores, autónomos y pequeños empresarios tengan mayores oportunidades para desarrollar su trabajo y, entre nosotros, algunos colectivos del Bajo Aragón muy sensibles a los vaivenes políticos como la minería y la agricultura, reciban las ayudas que precisan. Me duele ver a nuestros políticos y a los demás de los de la Unión Europea convertidos en marionetas, pasando continuos exámenes y el sometimiento a los dictados de la insolidaria FrauMerkel y de los prebostes del Banco Central Europeo, fieles cumplidores de las exigencias de la citada señora, que por otra parte es muy cuestionada en su propio país. Me parece mucho más inteligente la visión política de Cameron, aunque repudio su desafección social. Andrés Álvarez Gracia


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