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marzo 2012

nuestro pueblo la lupa

otro ocho de marzo

Tal vez este mobiliario urbano estaría mejor sujeto al suelo.

Cuando lean esto ya habrá pasado la conmemoración, que no fiesta, del ocho de marzo, Día Internacional de la Mujer. Otra vez para avanzar ante algo que parece destinado a convivir con nosotros a perpetuidad: la discriminación de la mujer frente a la igualdad y otros derechos inherentes a su condición de persona. No seamos ingenuos, la desigualdad está ahí y, a pesar de las conquistas alcanzadas, se manifiesta desvergonzada. Dejando a un lado la oprobiosa lista de asesinatos de mujeres —no solo las de nuestro país, pensemos en otras como las mujeres mejicanas de Ciudad Juárez— si nos fijamos en la cotidianeidad, en el día a día, vemos que lo constatado no da para tantas alegrías. Además, la crisis que nos apabulla no mitiga nuestros temores. El análisis de esta realidad es complejo, pero todos tendemos a buscar causas simplistas, lineales, que la expliquen. Cuando Castilla del Pino decía, en aquel ensayo que leímos en nuestra juventud, que la propia mujer era un obstáculo para su emancipación —estamos cómodas en el papel de objeto de deseo, protegidas y queridas— muchas protestábamos con energía. Posiblemente, en el contexto de una cultura burguesa —la mujer del siglo XIX empezó a ser la reina del hogar, pero eso, del hogar, con la pata quebrada y en casa— podía ser así, pero ya no sé si la afirmación es válida en otras situaciones sociales o en otras culturas, donde la mujer es el pilar del sustento familiar, la que está ahí, fuerte, sin fallar. Esas mujeres, por ejemplo, que viven en los países centroamericanos, asolados por las guerras, guerrillas, narcotráfico y otras lacras. Esas campesinas que mantienen los cultivos y atienden a los ancianos y a los niños. O la mujer africana, resistente, buscadora de agua, luchando contra las enfermedades de unos niños mordidos por el hambre.

Nos han metido por los ojos el estereotipo de la mujer occidental, de sus posibilidades de emancipación y ya estamos casi creyendo que la igualdad es una realidad. Pues miren, que no es así. Ni siquiera aquí. Analicen las opiniones de la gente de la calle. De esos jóvenes que serán los responsables del mañana. Dicen las estadísticas que las conductas y actitudes machistas están creciendo entre ellos. Y si ven ciertos programas de las televisiones, en los que se manifiestan si rubor, lo comprobarán. Las mujeres de nuestro medio celebramos las conmemoraciones. Santa Águeda provoca cenas, reuniones, fiesta —por cierto, de mujeres, con poca presencia de hombres en ellas, todo un dato—. Vale, es bueno celebrar, pero con los pies en el suelo, sabiendo que la parva está tendida y que casi todo está por hacer. Por todo ello, recordar cada ocho de marzo la lucha de la mujer, a propósito de las trabajadoras de aquella fábrica que fue-

ron abrasadas por reivindicar sus derechos, es imprescindible. Y aquellas mujeres son ahora todas las que, en cualquier continente, país, provincia y comarca sufren discriminación por su condición de tal. Las que llevan velos impuestos; las que son vendidas como mercancía de placer; las relegadas al analfabetismo; las que no encuentran trabajo porque están embarazadas; las que ni lo buscan, porque se ve natural que sean ellas quienes se queden en casa; las controladas por esquemas sociales y costumbres superadas; las víctimas de la zafiedad, de la falta de sensibilidad, del machismo y de la infravaloración de sus cualidades y posibilidades. Todas, todas, están ahí, exigiéndonos. Al hilo de todo esto, recordaremos que la Casa de la Mujer de Zaragoza cumple treinta años de existencia. Treinta años de presencia para ayudarnos a todos a tomar conciencia del papel real que la mujer ha tenido en la historia. Treinta años ayudando a mujeres con problemas, a las investigadoras sobre temas de la mujer, a las reivindicaciones sociales y políticas que mejoran el camino hacia la igualdad. ¿Qué será ahora, ante el horizonte de crisis que se presenta? No sé, pero sí sabemos que las mujeres estarán ahí, en primera línea, como lo han estado, sin poder contarlo ellas mismas, como mínimo, desde el Neolítico. Como lo están en la cooperación en países con dificultades, en la información periodística en frentes de guerra, en los foros políticos, en la asociación de mujeres de pueblos olvidados, en el campo, recolectando, en la educación y en la sanidad. Y quién siga llamándonos sexo débil, que se pase por cualquier Casa de la Mujer de nuestra geografía, que le ayudarán a que se le aclaren las ideas. O que, simplemente, mire a su alrededor.

Las amas de Casa en la Semana Cultural junto a la alcaldesa.

MM


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