LA MUERTE DEL REY ARTURO

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La muerte del rey Arturo

Anónimo

querido en todas partes, acudieron tantos que, si Lanzarote hubiera sido rey con tierras, no hubiera reunido tan gran caballería como reunió entonces, según decían muchos. Pero la historia deja de hablar de él y vuelve el rey Arturo.

107. Cuenta ahora la historia que el día que fijó el rey Arturo para que acudieran sus hombres a Camaloc, se presentaron; y había tantos a pie y a caballo, que jamás se había visto aquella abundancia de caballeros. Mi señor Galván ya se había repuesto, pues había estado enfermo; el día que todos se reunieron, dijo al rey: «Señor, antes de que os vayáis de aquí, yo aconsejaría que escogierais, entre la nobleza que hay aquí, tantos buenos caballeros como mataron el otro día al socorrer a la reina; y que los hicierais de la Mesa Redonda, en el lugar de los que han muerto, de forma que tengamos el mismo número de caballeros que teníamos antes; es decir, que seamos ciento cincuenta; os aseguro que si así lo hacéis, vuestra compañía valdrá más en todo y será más temida.» El rey está de acuerdo; ordena que así sea hecho y dice que será beneficioso. Inmediatamente llama a los altos nobles y les manda que, por su juramento, elijan los mejores caballeros en el número que faltan a la Mesa Redonda y que no dejen de hacerlo por reparos que tengan; le responden que con mucho gusto así lo harán. Se retiran a un lado y se sientan a la cabeza del salón; cuentan cuántos faltaban de la Mesa Redonda: las ausencias sumaba en total setenta y dos; eligen otros tantos y los sientan en los lugares de los que habían muerto o de los que estaban con Lanzarote. Pero no hubo nadie tan atrevido que osara sentarse en el Asiento Peligroso. Un caballero que se llamaba Elián ocupó el sitio de Lanzarote; era el mejor caballero de toda Irlanda y era hijo de rey. En el asiento de Boores se sentó un caballero llamado Balinor, hijo del rey de las Islas Extrañas, y era muy esforzado. En el lugar de Héctor se sentó un caballero de Escocia, poderoso en armas y en amigos; en el sitio de Gariete se sentó un caballero, que era sobrino del rey de Norgales. Tras hacer esto, por consejo de mi señor Galván, se prepararon las mesas y todos se sentaron; aquel día sirvieron la Mesa Redonda y la mesa del rey Arturo siete reyes, que habían recibido sus tierras del rey y que eran vasallos suyos. Los caballeros que debían ir a la guerra se dieron prisa y trabajaron bastante por la noche antes de tenerlo todo dispuesto. 108. Al amanecer, antes de que se levantara el sol, se pusieron en marcha alrededor de mil caballeros deseosos todos de causar daño a Lanzarote. El rey Arturo, tan pronto como hubo oído misa en la iglesia mayor de Camaloc, montó con sus nobles; cabalgaron hasta llegar a un castillo llamado Lamborc. Al día siguiente hicieron una jornada igual de larga que la víspera; día tras día avanzaron hasta llegar a media legua de la Alegre Guarda; y como vieron que el castillo era tan fuerte que no temían el número de gente, acamparon en pabellones a orillas del Humber, pero muy lejos del castillo. Todo el día lo dedicaron a instalarse; colocaron por delante a los caballeros, completamente armados por si salían los del castillo para atacarlos, que fueran tan bien recibidos como se debe recibir al enemigo. Y así acamparon. Pero los del castillo no se preocuparon al ver el asedio, sino que se dijeron los de dentro que los dejarían en paz la primera noche, pero que les atacarían al día siguiente, si la ocasión era propicia, porque eran esforzados y porque habían enviado la noche anterior gran parte de la gente a un bosque que había cerca de allí para sorprender a la hueste cuando llegara el momento oportuno de forma que fueran atacados desde el castillo y desde el bosque. Los que habían sido enviados antes al bosque sumaban cuarenta caballeros, conducidos por Boores y por Héctor. Los del castillo les dijeron que, cuando vieran la enseña bermeja izada sobre la torre mayor, atacaran de frente a la gente del rey Arturo; y así, los que se habían quedado dentro del castillo, saldrían en ese mismo momento, de forma que la hueste sería atacada por dos partes. Por si veían la enseña bermeja, que era la señal de salir los que estaban en el bosque, miraron durante todo el día hacia el castillo.

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