LEDDXAS

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violentamente los pechos, midiéndolo con una mirada furiosa. -¿A las mozas miras, embustero? -siseó agitándose cada vez más amenazadoramente-. ¿Cancioncillas cantas, canalla? Tellico se quitó el sombrerillo y se inclinó, sonriendo con la amplia sonrisa característica de Jaskier. -Vespula, querida mía -dijo zalamero-. Qué contento estoy de verte. Perdóname, bonita. Te debo... -Me debes, me debes -le cortó Vespula a gritos-. ¡Y lo que me debes me lo vas a pagar ahora! ¡Aquí tienes! Una enorme sartén de cobre rebrilló al sol y con un grave y sonoro golpe se estrelló contra la cabeza del doppler. A Tellico se le quedó congelado en el rostro un gesto de indescriptible estupidez, se dobló y cayó con los brazos en cruz, su fisonomía comenzó a cambiarse, a fluir, y a perder parecido con cualquier cosa. Al verlo, el brujo saltó sobre él, arrancó al pasar por un puesto una gran alfombra. Tendió la alfombra en el suelo, empujó dentro al doppler con dos patadas y rápidamente le envolvió muy apretado. Se sentó sobre el paquete mientras se secaba el sudor de la frente. Vespula, agarrando la sartén, le miró con enojo, la multitud creció a su alrededor. -Está enfermo -dijo el brujo y sonrió esforzadamente-. Es por su bien. No os acerquéis tanto, buenas gentes, el pobre necesita aire. -¿No habéis oído? -preguntó con tranquilidad pero en altas voces Chappelle, abriéndose paso de pronto por entre la multitud-. ¡Por favor, no forméis grupos! ¡Dividíos! Está prohibido formar grupos. ¡Castigado con una multa! La masa, en un abrir y cerrar de ojos, se echó a un lado, sólo para descubrir a Jaskier, que se acercaba a paso decidido y entre el sonido del laúd. Al verlo, Vespula lanzó un grito estridente, tiró la sartén y echó a correr por la plaza. -¿Qué le ha pasado? -preguntó Jaskier-. ¿Ha visto al diablo? Geralt se levantó del paquete, que comenzó a moverse ligeramente. Chappelle se acercó con lentitud. Estaba solo, no se veía por ningún lado su guardia personal. -No me acercaría -dijo en voz baja Geralt-. Si yo fuera vos, señor Chappelle, no me acercaría. -¿Tú crees? -Chappelle apretó los amplios labios, mirándole con frialdad. -Si fuera vos, señor Chappelle, haría como que no he visto nada. -Sí, seguro -dijo Chappelle-. Pero tú no eres yo. Desde detrás de la tienda salió corriendo Dainty Biberveldt, sin aliento y bañado en sudor. A la vista de Chappelle se detuvo, comenzó a silbar, puso las manos a la espada e hizo como si admirara el tejado de la alhóndiga. Chappelle fue hacia Geralt, muy cerca. El brujo no se movió, solamente entornó los ojos. Se miraron durante un instante, luego Chappelle se inclinó sobre el paquete. -Dudu -dijo a las extrañamente deformes botas de cordobán de Jaskier, que sobresalían de la alfombra-. Copia a Biberveldt, rápido. -¿Qué, qué? -gritó Dainty, dejando de mirar la alhóndiga-. ¿Qué, cómo? -Silencio -dijo Chappelle-. ¿Qué, Dudu, cómo va? -Ya -de la alfombra surgió un apagado jadeo-. Ya... Ahora... Las botas de cordobán que sobresalían de la alfombra se disolvieron, fluyeron y se transformaron en los peludos pies desnudos del mediano. -Sal, Dudu -dijo Chappelle-. Y tú, Dainty, cállate. Para los humanos todos los medianos parecen iguales. ¿Cierto? Dainty murmuró algo inaudible. Geralt, aún con los ojos entornados, miraba a Chappelle acusadoramente. El vicario se enderezó y miró alrededor, y entonces, de los

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