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de dactiloscopia, aunque no era fácil de distinguir del polvo que ya había antes. Las dos hermanas, sin molestarse en quitarse el abrigo, se dejaron caer en las butacas de la sala de estar. Las dos parecían agotadas. —Me muero por un cigarro —anunció la tía Jean, y encontrando un paquete por allí cerca, sacó de él un cigarrillo y lo encendió—. ¡Ah, esto ya es otra cosa! — comentó después de un par de caladas profundas. Con el cigarrillo prendido en los labios, buscó hasta encontrar el mando de la televisión—. Aquí lo tienes —dijo mientras se lo entregaba a la señora Burrows—. Vemos lo que tú quieras. El dedo de Celia recorrió los botones, pero no apretó ninguno. —Ahora no sólo he perdido a mi marido, sino a mis dos hijos. Y la policía me cree responsable. Piensan que lo hice yo. La tía Jean levantó la barbilla al tiempo que una nube de humo casi ocultaba su rostro. —No pueden pensar que... —Sí que pueden, Jean —la interrumpió su hermana alzando la voz—. Me pidieron que lo confesara todo. Uno de ellos hasta empleó las palabras «descubrir el pastel». Tienen la loca teoría de que mis «cómplices» secuestraron a Will, pero que él vino aquí después de escapar de ellos. Y no me preguntes qué piensan que he hecho con Roger, Rebecca o Chester. ¡Supongo que creen que soy la primera asesina en serie de Highfield! La tía Jean intentó lanzar un gruñido de indignación, pero le salió una tos ronca bastante desagradable. 83

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