Gestos y Simbolos

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No es el edificio lo que más cuenta, sino que la comunidad de las personas creyentes tiene la primacía. El verdadero templo es la asamblea de los reunidos en el nombre de Jesús. El lugar donde se reúne la comunidad Pero también desde el principio esta comunidad cristiana buscó un espacio adecuado para su reunión y para sus celebraciones. Aún sin darle el énfasis de los judíos o de los paganos, la comunidad cristiana tuvo un "espacio" para su celebración litúrgica y para su oración. Al principio fueron las casas particulares, por ejemplo la "estancia superior, con abundantes lámparas" de Tróade (Hch 20,7-8), más tarde edificios más amplios, preparados para la celebración, y finalmente a partir del siglo IV, con la libertad de la Iglesia, iglesias construidas para el culto. Con la continua advertencia de que el lugar era menos importante que la comunidad. Como decía S. Jerónimo: "pañetes non faciunt christianos; las paredes no hacen a los cristianos". Un espacio más o menos reservado para el culto ayuda psicológicamente a que una comunidad sea consciente de su propia identidad, y hace más fácil el ambiente de una celebración sagrada. Un lugar adecuado puede contribuir a la convocatoria de la comunidad y darle el sentido del Misterio que celebra. "Los signos visibles —y el edificio de la iglesia es el más global— han sido escogidos para significar realidades divinas invisibles" (SC 33): un pueblo sacerdotal que se congrega para celebrar los signos sagrados de la presencia y de la actuación de Cristo Jesús necesita un espacio estructurado convenientemente para ello. Aunque en caso de necesidad o de conveniencia pastoral puede celebrarse una Eucaristía en cualquier lugar digno, siempre será verdad que una capilla o una iglesia es más adecuada que una sala de reuniones, porque ofrece un ambiente más coherente con lo que se celebra.

Casa de Dios o casa de la comunidad En la sensibilidad actual de la Iglesia se ha vuelto a la concepción primaria del edificio-iglesia: si los paganos y los judíos ponían el énfasis en que el recinto sagrado era como la habitación de la divinidad, al que apenas entraba nadie, la iglesia cristiana vuelve a ser considerada más bien como la "casa de la comunidad". Es verdad que en siglos pasados también los templos cristianos se han construido con una intención de solemnidad, como un " m o n u m e n t o a Dios", fruto de la fe de generaciones que ponían en sus construcciones todo su respeto y adoración. 226

Pero ahora, cuando se ha devuelto a nuestras celebraciones su carácter de "celebraciones de la comunidad", y sin restar nada al sentimiento de admiración y homenaje a Dios, se prefiere ver en la iglesia la "domus ecclesiae", la "casa de la comunidad", no tanto una fortaleza o un monumento a la divinidad. Ha sido interesante la evolución de estos criterios a lo largo de los siglos. El estilo de las basílicas, desde el siglo IV, subrayaba la horizontalidad longitudinal, con la "via sacra" que encaminaba la atención de todos hacia el presbiterio. Las iglesias de estilo bizantino, con una arquitectura más dinámica, prefirieron la construcción central, con una cúpula circular. Las del arte románico, volviendo un poco al estilo basilical, conjugaron la horizontalidad con la línea vertical, con sus torres y sus columnas. El gótico también subrayó la tendencia vertical, con el equilibrio valiente de sus arcos ojivales. Las iglesias barrocas, con su abundancia de formas casi sensuales, expresaban la belleza del misterio cristiano. Y ahora las que se construyen según los gustos más modernos, buscan más claramente un espacio en que la comunidad pueda sentirse y actuar en un ambiente luminoso y más cercano al centro de la acción. Siempre se ha tratado de expresar con el lenguaje del arte el aprecio de los valores que se celebran, aunque ahora ciertamente se busque más facilitar el protagonismo de la asamblea celebrante. En lo que ciertamente ha influido la nueva eclesiología del Vaticano II y las líneas de la reforma litúrgica. Iglesias "funcionales"... Por una parte las iglesias se quiere que sean funcionales: o sea, prácticas para lo que están pensadas. Esto supone, ante t o d o , que sirvan lo mejor posible a la reunión de la comunidad cristiana, ofreciéndole un espacio habitable, amable, que favorezca su sentido de pertenencia y de propia identidad. Por ejemplo, con las condiciones necesarias de iluminación, acústica, cercanía, visibilidad de la acción desarrollada... Un espacio acogedor, de "casa" más que de " m o n u m e n t o " o museo. Como pide el Misal, para "una oportuna disposición de la iglesia y de todo su ambiente", hay que prever "todas las circunstancias que ayudan a la comodidad de los fieles" (IGMR 280). La funcionalidad debe consistir también en que una iglesia ayude, ya desde su misma disposición de espacios, a una celebración activa por parte de la comunidad. O sea, que se puedan realizar bien en ella la proclamación de la Palabra, la Eucaristía, los ritos bautismales, y que además tenga sus espacios previstos para la asamblea, la oración personal, la reserva del Santísimo, las celebraciones de pequeños grupos. No se trata, pues, de la clave arquitectónica y artística como primaria —aunque las leyes del arte se han de respetar—, sino de favorecer por la misma construcción y 227


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