Avispero | N° 5 | Alemania

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LITERATURAS NACIONALES

los afectó profundamente. Frente a sucesos que lo rebasaban, que estaban más allá de su control, Böll aprende a construirse una identidad que le permite saltar los abismos reales que enfrenta con su familia día con día: “en mí, el miedo y la inconciencia siempre estuvieron mezclados”. En este punto es donde el artificio, la ironía, la reinvención lúdica de sí mismo y de la realidad cotidiana cobran sentido. A través del juego se enfrenta al mal (representado por la guerra y el nazismo) y así se introduce en el ámbito de lo novelesco: “Las diversas posibilidades del comportamiento cobran en una situación determinada por sí sola rasgos de novela”, afirma Böll, y esta idea la lleva a su obra cuando hace tomar a su protagonista decisiones o comportamientos que pueden parecer absurdos, exagerados o riesgosos para hacer frente a una situación límite. Hans no es desatinado, irónico o excesivo por ser un payaso, sino porque es un ser humano acorralado por fuerzas opresivas, cínicas y con el poder en sus manos. Es ahí donde se expresa la rebeldía subjetiva del personaje, que raya en el anarquismo y la locura, y con la cual nos llegamos a sentir identificados. Böll sensorializa la experiencia de la catástrofe e inseguridad económica y social que vivieron tantos como él en aquella época, a través de la representación, en el sentido teatral de la palabra, de las “opiniones” que dan título al libro. Un personaje: Hans. Un escenario: la habitación de Hans. Un acto, repetido una y otra vez: descolgar el teléfono, marcar el número, hablar. Hablar con quien está al otro lado de la línea y, a la vez, en AV I S P E R O

una posición diametralmente distinta a la nuestra, tanto ideológica como existencial. Uno a uno vemos aparecer a los personajes que han marcado la vida de Schnier —la madre, el amigo, el agente, el teólogo, el monje, el hermano, y varios más—, y llegamos a conocerlos a partir de dos elementos a destacar: su voz y su olor. Su visión del mundo se escucha y se huele. En la línea de Rabeleis (Gargantúa y Pantagruel) y Erasmo de Rotterdam (Elogio de la locura), Böll formula una estética de lo grotesco aguda y crítica (rayana en el esperpento) al subrayar lo visceral, lo instintivo, lo escatológico en las acciones, el lenguaje, las emociones o la gestualidad de Hans y sus interlocutores. Cada acto es una puesta en escena autónoma donde la decadencia, la violencia soterrada, la miseria moral, el infortunio personal o el esguince verbal se revelan por contraste. A partir de esta estrategia sensorial, se evidencian tanto los rasgos dramáticos y humanos del payaso como el trasfondo viciado de esta historia: Bonn, la ciudad donde Marie, la amada perdida, podía “respirar aire católico a pleno pulmón”. Al único personaje que “vemos” físicamente, además de Hans, es a su padre, quien lo visita en su departamento. La escena es un clímax de visos catárticos que deja entrever la tragedia final del protagonista, y donde se mezclan temporalidades, recuerdos, alucinaciones, frases hechas y reclamos a medio camino entre el vacío y la palidez filial. El padre es un personaje de sí mismo y Hans ve en él una sombra mediocre y astuta a la cual no puede acogerse. En el encuentro de ambos se intensifican el artificio y la distorsión que permean la novela y a su pro-


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