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DEJARSE LLEVAR POR LOS CAMINOS QUE SIGUIERON LOS PINTORES IMPRESIONISTAS ES GARANTÍA DE DESCUBRIR CIUDADES LUMINOSAS, PAISAJES COLORISTAS O PUEBLOS LLENOS DE VIDA. LAS PINTURAS DE COROT, GÉRICAULT, COURBET, MONET, DEGAS O TURNER HABLAN DE ESTOS AMBIENTES, Y PRESENCIARLOS EN VIVO, AL TIEMPO QUE SE APRECIAN SUS OBRAS EN LOS MUSEOS, ES UNA EXPERIENCIA ÚNICA. SI A ELLO SE UNE EL PLACER DE RECORRER ESTOS LUGARES MIENTRAS SE NAVEGA POR EL MÍTICO SENA, EN PARÍS, DONDE SE ENCUENTRAN MUCHAS DE SUS OBRAS MAESTRAS, O NORMANDÍA, EL VIAJE RESULTA EXCEPCIONAL.

Evitando la masificación, se imponen los cruceros fluviales, especialmente aquellos que recorren los grandes ríos europeos, como es este caso. El hecho de recorrer Europa admirando ricas culturas que se fueron originando al calor de las cuencas de sus ríos, es una experiencia tan atractiva como inolvidable. La travesía en busca de los lugares del arte impresionista parte de París, en el muelle de Grenelle al pie de la Torre Eiffel, a unos cientos de metros del Museo de Orsay donde se encuentran las grandes obras de los maestros de final del siglo diecinueve y principios del veinte.

Aquí y ahora el primer impacto de navegación es recorrer el céntrico Sena cruzando sus bellos puentes mientras se descubren algunos de los tesoros iluminados de la Ciudad de la Luz: la torre Eiffel, le Grand Palais, L´Orangerie, el Louvre o la catedral Notre Dame. El río ha sido motivo de inspiración para numerosos pintores como William Turner, Camille Corot, Claude Monet, entre otros, capaces de plasmar en sus lienzos la elegancia y belleza que atraviesan sus impresionantes puentes. Más adelante, mientras se navega hacia la costa normanda atravesando esclusas, esperan ciudades como Les Andelys, Rouen, Honfleur, Caudebec-en-Caux y Vernon.

GIVERNY, es el pueblo donde Claude Monet se instaló con su compañera Alice Hoschedé y sus ocho hijos en una casa con un huerto en el que cultivó sus dos pasiones: la pintura y la botánica. Durante cuarenta y tres años, en los que desarrolló la parte esencial de su obra, permaneció en su refugio y su maravilloso jardín, eternamente florido desde el inicio de la primavera hasta el fin de octubre. Este sería el escenario de muchas de sus obras más trascendentes como “Los Nenúfares” o “El estanque de las ninfas y el puente japonés”. “Me tomó mucho tiempo entender mis nenúfares –decía–. Los cultivé sin pensar en pintarlos... Un paisaje no te embarga en un día... Y entonces, de repente, tuve la revelación de los encantos de mi estanque. Tomé mi paleta. Desde entonces, apenas he tenido otro modelo”.

El maestro impresionista vivió en esta localidad desde mil ochocientos ochenta y tres hasta su muerte en mil novecientos veintiséis. Su casa se conserva como cuando vivió en ella, con muchas de sus obras adornándolas, aunque son reproducciones, y su espectacular comedor en tonos amarillos. Tanto él como muchos de sus familiares están enterrados en el cementerio local de un lugar a cuya llegada transformaron en un punto de referencia para los artistas de la escuela impresionista. Cézanne, Renoir, Sisley, Pissarro, Matisse y John Singer Sargent lo visitaron.

También Monet es uno de los protagonistas de la siguiente escala en Rouen, aunque antes ha habido tiempo de visitar en LES ANDELYS, el precioso castillo de Martainville, construido en mil cuatrocientos ochenta y cinco. Conservado en perfecto estado, alberga el interesante Museo de las Tradiciones y Artes Normandas. Tras eso, toca recorrer Caudebec-enCaux y la ruta de las Abadías con espléndidos edificios que dan testimonio de la riqueza espiritual medieval de la región. Ya sean románicas, clásicas o góticas, las abadías de Normandía constituyen un patrimonio arquitectónico excepcional, como la espléndida edificación de Jumièges y sus altas torres blancas -que Víctor Hugo definiera como “la ruina más hermosa de Francia”- o la abadía de Saint-Wandrille, donde aún vive una comunidad de monjes benedictinos. En el camino hay pequeños pueblos como La RocheGuyon o los paisajes del Pays de Caux, entre rosas y alabastro, y espacios “gourmande” como el Pays d´Auge con deliciosos quesos y vinos.

En ROUEN, Monet debe competir nada menos que con Juana de Arco, condenada y quemada en la hoguera en mil cuatrocientos treinta y uno en la Plaza del Viejo Mercado de la ciudad. No es lo único, pues presume de la huella de otros personajes ilustres que la habitaron como Gustave Flaubert, Pierre Corneille o Guillermo el Conquistador, grandes contribuyentes de la fama de una ciudad que ofrece un conjunto singular de monumentos civiles y religiosos que datan desde la Edad Media. La catedral -en la que está la tumba de Ricardo Corazón de León-, el Gros-Horloge o la vanguardista iglesia de Sainte Jeanne d’Arc combinan armoniosamente tradición y modernidad. Verdadera ciudad-museo, Rouen no deja indiferente con sus hermosas casas con paredes de entramados de madera, sus callejuelas y sus iglesias góticas. Es conocida como la “Ciudad de los cien campanarios”, con joyas de arquitectura sacra donde destaca la catedral de Notre-Dame que inspiró a Monet su serie de Catedrales.

Calificada como “El clímax del impresionismo”, la serie de treinta y un lienzos de su catedral llevada a cabo por Claude Monet entre mil ochocientos noventa y dos y mil ochocientos noventa y cuatro, muestra su fachada gótica bajo distintas condiciones de luz y clima. La representación de un mismo motivo pictórico en distintos momentos para observar los cambios causados por la luz natural no era nueva para Monet, ya que entre mil ochocientos noventa y el año que lo siguió había llevado a cabo una serie de quince lienzos representando unos almiares (montones de paja de trigo) en las afueras de Giverny. Pero con las Catedrales va más allá: el auténtico objeto no es ya el modelo arquitectónico- al que Monet en cierto sentido “desprecia” al representarlo desde un punto de vista cercano en excesosino una excusa para mostrar al auténtico protagonista de la composición: la capacidad de la pintura de representar la cualidad dinámica de la luz y el ambiente, que es capaz de dar vida a algo tan pétreo e inanimado como la imponente fachada de la catedral gótica.

Algo más que resaltar en Rouen, la ciudad con las luces naturales más enigmáticas del globo. Las variaciones grises perla de los cielos transparentes, los anaranjados fulgurantes de los crepúsculos, la irreal fragilidad de las horas de altas mareas, la ínfima vibración del aire azul de los días de invierno o la fuerza gallarda del sol de verano... sólo se encuentran allí. Varias de las obras de Monet se muestran en su Museo de Bellas Artes, que reúne, además, una de las más prestigiosas colecciones de Francia y es la primera colección impresionista de este país solo después del museo de Orsay de París. Pinturas, esculturas, dibujos y objetos de arte de todas las escuelas desde el siglo quince están reunidas en un recorrido cronológico. El siglo diecinueve es la otra cumbre de la colección del museo por su abundancia, la amplitud de los movimientos artísticos representados y el número de obras de referencia de los más famosos maestros (Ingres, Monet, Géricault, Delacroix...).

El Sena, después de vivificar Normandía, comienza su despedida en HONFLEUR. Este pueblo marítimo invita al descubrimiento de sus callejuelas pintorescas y sus casas antiguas. Poco afectado por el paso del tiempo, ha sabido conservar las huellas de su rico pasado histórico convirtiéndose en una de las ciudades más visitadas de Francia. La fama internacional de este lugar se debe, en parte, a la autenticidad y al encanto de sus calles pavimentadas, de sus paredes de entramados, sus tiendas, sus hoteles con encanto y sus restaurantes típicos, y también a la diversidad de sus monumentos y a la riqueza de su patrimonio cultural y artístico. Y sobretodo a su encantador puerto, el Vieux-Bassin, en el centro de la ciudad, y a las casas estrechas y altas que lo rodean.

Visitas imprescindibles, todas a un paso porque la ciudad es pequeña, son la Lieutenance y la puerta de Caen -vestigios de las fortificaciones en el propio puerto-; la iglesia Sainte Catherine, que es la más grande de Francia, construida totalmente en madera; la iglesia Saint-Étienne convertida en museo del Viejo Honfleur en la que se puede descubrir la apasionante historia de exploradores como Roberval, que descubrió Canadá (mil quinientos cuarenta y uno) o el Marqués de la Roche (mil quinientos noventa y seis); la capilla Notre-Dame-de-Grâce que fue también testigo de las primeras exploraciones que marcaron los principios de la colonización de Canadá; o los antiguos Graneros de Sal, espaciosos edificios de piedra del siglo diecisiete que permitían almacenar diez mil toneladas de sal.

Actualmente, estos edificios prestigiosos acogen exposiciones, conciertos y conferencias.

Ciudad de pintores y del impresionismo, tiene además esa alma que la hace irresistible. Sobre el estuario del río Sena, las luces cambiantes de su cielo inspiraron a Courbet, Monet o Boudin, al tiempo que lo sigue haciendo hoy en día (varias decenas de galerías y talleres de artistas exponen continuamente obras de pintores clásicos o contemporáneos). Visitar esta ciudad es también pasear por las callejuelas descubriendo monumentos, museos y mercados tradicionales, embarcar para pasear por el estuario, asistir a un concierto, ver una exposición en los Graneros de sal, disfrutar un momento de la playa...

Gracias a su situación geográfica privilegiada, puede ser el punto de partida de numerosas excursiones para descubrir los muchos encantos de Normandía, siguiendo o no los pasos de los impresionistas, como la costa de Alabastro. La costa ofrece paisajes grandiosos, como ÉTRETAT, donde los majestuosos acantilados de tiza blanca que se sumergen en el Canal de la Mancha constituyen un espectacular monumento natural que, por supuesto, ha sido pintado por los grandes maestros. La ciudad también se enorgullece de varios castillos, mansiones o villas notables, como el Manoir de la Salamandre o el Clos Lupin, donde nació el famoso caballero ladrón Arsenio Lupin bajo la pluma de Maurice Leblanc.

En sus seiscientos kilómetros de costas rocosas donde se alternan valles, colinas, ríos, paisajes marítimos, lugares medievales con campos de ensueño, NORMANDÍA ofrece a los artistas una infinidad de motivos para la inspiración, con ese clima cambiante de cielos en constante movimiento por la influencia de los vientos y las mareas y su gran variedad de luces. Es un tesoro para esos maestros ávidos de impresiones fugaces que dejaron claro que trasladar los caballetes al aire libre sería una de las grandes revoluciones del impresionismo. Desde aquí están muy cerca Le Havre, el estuario del Sena y sus meandros, hasta Villequier, donde existen pequeños pueblos y ciudades íntimamente relacionados con el movimiento, las visitadas playas vacacionales de Trouville, Deauville y toda la Costa Florida –como Cabourg que conserva el ambiente de la belle époque que hizo famoso Marcel Proust que se alojó durante meses en el Gran Hotel y escribió buena parte de su monumental obra “En busca del tiempo perdido”– y las no menos visitadas y dramáticas del Desembarco del seis de junio de mil novecientos cuarenta y cuatro en la Segunda Guerra Mundial, la mayor operación anfibia y aerotransportada de todos los tiempos que supuso un punto de inflexión decisivo en la guerra.

Y, por supuesto, la joya de Normandía, el Mont Saint-Michel, Patrimonio de la Humanidad, tercer monumento más visitado de Francia (tras la torre Eiffel y Versalles), erigido sobre un islote de granito situado en el centro de una inmensa bahía bañada por las mayores mareas de Europa. Un inmenso desafío para el paso de los siglos que se ha convertido en un lugar emblemático de la historia.