I Coloquio Alfonso Reyes

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Ecohumanismo alfonsino: Paisaje & naturaleza en la ensayística de Reyes Fernando Corona

En los últimos dos decenios se ha desarrollado, a partir de estudios norteamericanos, una nueva escuela de investigaciones literarias llamada ecocriticism, es decir, “ecocrítica”, que es el estudio de la literatura y el medio ambiente desde un punto de vista interdisciplinario en el que las ciencias se conjuntan para analizar el medio y las pobibles soluciones ideológicas para la corrección de la situación contemporánea a ese respecto. La disciplina también ha recibido las denominaciones de “estudios culturales verdes”, “ecopoética” y “crítica literaria medioambiental”, entre otras. Para los efectos de esta ponencia, me valgo del término “ecohumanismo” para abrir más el abanico de comprensión de los contenidos que 1


I Coloquio Alfonso Reyes abarca el interés ecológico de Alfonso Reyes, quien, como un referente previo con muchos años a toda esta nueva tradición, se erige como un pionero en México dentro de esos intereses humanísticos, plasmando dicha actitud en cuatro obras claves de su vasta obra ensayística. El primer momento de este interés comienza en 1911, cuando, en una conferencia pronunciada en el Ateneo de la Juventud, titulada “El paisaje en la poesía mexicana del siglo xix”, el joven Alfonso se da a la tarea de escudriñar en extensas páginas sobre la manera en que los poetas mexicanos desde fines del siglo xviii hasta comienzos del xx comprendieron y expresaron la presencia de la naturaleza en sus obras. Cuatro años después, en 1915, ya situado el maduro Alfonso Reyes en Madrid, escribe uno de sus más famosos ensayos: Visión de Anáhuac. En él, además de existir la ya sabida y comentada intención de referir la mirada que pudieron tener los españoles recién llegados a Mexico-Tenochtitlan, tiene lugar una punzante crítica a la manera en que el Valle de México, simbolizado en el gran lago, fue literalmente devastado por las tres culturas que lo ocuparon: la prehispánica, la virreinal y la mexicana independiente, hasta desecar el lago y abrir así un siglo xx poco prometedor y seco. Veinticinco años después, radicado ya don Alfonso en la Ciudad de México tras su larga experiencia diplomática en Europa y Sudamérica, el 2


Fernando Corona humanista regiomontano emprende un discurso poético-ensayístico titulado “Palinodia del polvo”, suerte de reflexión subjetiva a modo de reclamo por ver devastada la región más transparente del aire, que lo lleva a tratar sobre la totalidad del ser y la indivisibilidad existencial. Finalmente, en la Cartilla moral que en 1944 escribiera Reyes a petición del entonces Secretario de Educación Pública, Jaime Torres Bodet, para brindar a la niñez y juventud mexicanas un testimonio pedagógico de uno de nuestros mejores escritores, la lección 11 se dedica especialmente, en ese tono premonitoriamente ecocrítico, a relacionar la literatura con la naturaleza con un verdadero enfoque de formación humanística. En ese sentido, este trabajo se propone dedicar una reflexión sobre la importancia que cobra la personalidad literaria del insigne regiomontano para cualquier enfoque de la temática ecocrítica o ecopoética en las letras nacionales e incluso americanas. I. La ecocrítica como disciplina literaria Como apunta Niall Binns en un artículo titulado “Ecocrítica, ecocriticism: ¿otra moda más en las aulas?”, publicado en el libro ¿Callejón sin salida?: la crisis ecológica en la poesía hispanoamericana, ha surgido “en el mundo académico anglosajón una 3


I Coloquio Alfonso Reyes nueva tendencia, para engrosar el conjunto de ismos (…): se llama ecocriticism: es decir, una crítica literaria ecológica, una ecocrítica”. Para más precisión, Binns cita las palabras del especialista Cheryll Glotfelty: “La ecocrítica es el estudio de las relaciones entre la literatura y el medio ambiente”. Estas relaciones pueden llevar a tendencias de diversa índole y, por ende, a las más variadas confusiones. Podríamos decir, en concreto, que la disciplina llamada “ecocrítica” tiende a una revisión de textos literarios más desde perspectivas sociales que a partir de posturas críticas, y que en muchas ocasiones esa inclinación la ha llevado a consideraciones hermanadas con tradiciones como el feminismo, el conservacionismo, el catastrofismo o la globalofobia, entre otras. No obstante, cabe decir que obras clave en la materia, como The Environmental Imagination, de Lawrence Buell, se inclinan justamente por las temáticas que indagan en el entorno natural como protagonista y reformulan en consecuencia las relaciones entre el hombre y su entorno. De ahí surgen, desde luego, otras tendencias, como la del ecocrítico Terry Gifford, quien en su libro Green Voices manifiesta el interés por una poesía “postpastoril”; o bien, como las de las investigaciones en torno de las relaciones entre la literatura y la ciencia, que abren otras tantas posibilidades de comprensión del entorno desde la mirada de los textos literarios. 4


Fernando Corona Dentro de esta tradición, pues, de la llamada “ecocrítica”, varios han sido ya los avances a partir de los años ochenta y con especial fuerza en la entrada del siglo xx o el tercer milenio. Gracias a este empuje, la revisión de diversos textos poéticos, narrativos, ensayísticos, teológicos, filosóficos y sociales se han visto enriquecidos por la tendencia a encontrar en ellos reflexiones o revelaciones sobre la postura que ha tenido el ser humano respecto de su entorno con una óptica especial centrada en el siglo xix y la primera mitad del siglo xx, mirando muchas veces hacia atrás (y en muchas ocasiones a una antigüedad muy remota) para fundamentar mucho mejor el mensaje que se pretende comunicar, que no es otro que el de una pérdida de conciencia por parte de la humanidad moderna para coexistir con el medio ambiente heredado de una civilización que no había descubierto los avances industriales y tecnológicos que ahora han devastado gran parte de la naturaleza como nunca antes el ser humano lo había hecho. En esas reflexiones conviven, sin duda, posturas diversas, unas enconadas, otras moderadas; unas esperanzadoras, otras apocalípticas. En general, el ánimo que parece prevalecer es el de una actitud humanística nueva, no conforme ya con la postura cómoda de pensador reclinado en la mesa y con la pluma en mano, animada a participar de otra manera para recuperar su territorio en el marco de un medio ambiente cuya representación y 5


I Coloquio Alfonso Reyes explicación no se satisface en el discurso científico, sino que necesita de nuevo el frescor del aliento literario para comprenderse. En pocas palabras, se trata de devolver la poética al medio ambiente o a la naturaleza en la misma medida que se restituye a la poética el significado que tiene el medio natural. Fue en ese marco en el que se vio nacer en los años sesenta el primer auge de los activismos ecologistas tanto en la pluma de Rachel Carson y su libro La primavera silenciosa, de 1962, como en los estudios oceanográficos y zoológicos del Dr. Roger Payne con el fenómeno del canto en la ballena jorobada, cuya amenaza de extinción casi la llevó a la desaparición completa; todo ello reforzado con la creación de instituciones, en ese momento y poco después, como el Fondo Mundial para la Naturaleza, Greenpeace, Amigos de la Tierra, el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente, el Club de Roma. Por su parte, el ecologismo latinoamericano tardó en cobrar la forma instituida y académica que tienen los movimientos correspondientes estadounidense y europeo, que no deja de ser una suerte de denuncia de la degradación ecológica derivada de la llamada hegemonía neo-imperialista que subyuga y contamina por igual. En ese sentido, no podríamos hablar propiamente de una ecocrítica latinoamericana que haya despertado de motu proprio y adquirido sus propios rasgos, pues 6


Fernando Corona las actitudes y los comportamientos intelectuales a ese repecto no dejan de ser sino ejercicios o concreciones motivados por el modelo ecocrítico de Estados Unidos y Europa. Con todo, varios han sido ya los textos que ha despertado la disciplina ecocrítica derivada de los análisis realizados en las regiones latinoamericanas, vinculando autores como Vicente Huidobro, Gabriela Mistral, Jorge Teiller, Pablo Neruda, María Mercedes Carranza, Ernesto Cardenal, Nicanor Parra, José María Arguedas y José Emilio Pacheco, por decir unos cuantos, en los cuales, cabe decir, una serie de académicos postulan encontrar bien un rasgo ecologista, bien una postura ambientalista, bien una defensa de la naturaleza, o bien, simplemente, una mención de rasgos que dan cuenta del entorno de una u otra manera, ayudando a comprender mejor el cambio del mismo con el advenimiento de una postura civilizatoria arrasante. En ese sentido, es oportuno advertir que no son propiamente los autores estudiados, sino los críticos que en ellos profundizan, quienes advierten inclinaciones, reflejos, denuncias e incluso posturas firmes en las obras que revisan. Pocas veces se podría encontrar un texto decididamente ambientalista, en el sentido que ahora, después de los años sesenta, damos al término, simplemente porque en dichos autores está presente una comunión con la naturaleza o una conciencia respecto de la armonía que debía el hombre guardar con el 7


I Coloquio Alfonso Reyes entorno, actitud derivada sin duda de su sensibilidad creativa y de la cual hoy el ambientalismo echa mano. Con todo, sí hay casos en los que se puede estimar una actitud premeditadamente ambientalista aun antes del despertar del movimiento de los años sesenta. Tal es el caso de dos figuras centrales en la literatura nacional mexicana durante la primera mitad del siglo xix: Alfonso Reyes y Ramón López Velarde. En ambos es posible apreciar prosas en las cuales se dedicaron específicamente a enjuiciar la situación de su presente en relación con el medio ambiente y el comportamiento que el ser humano había tenido para con él. Centraré mi revisión en el caso específico de Alfonso Reyes, en cuya obra aparece no sólo el acento de la postura ambientalista, sino el juicio minucioso de la disciplina ecocrítica, la cual no sólo no vio nacer, sino cuyo surgimiento con muchas posibilidades no habría previsto. Revisaré para mostrar lo anterior cuatro momentos de la obra del polígrafo y humanista regiomontano, demostrando cómo surgió su interés literario sobre el tema del medio ambiente y cómo pasó de la lamentación a la crítica, creando en ello una postura que lo convierte en un pionero de la ecocrítica latinoamericana.

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Fernando Corona II. Herencia de un paraje de árboles Antes de comenzar con la revisión literaria que nos aporta el primer momento importante que en la obra alfonsina refleja una inclinación interesada por la naturaleza, es oportuno hacer un preámbulo para mencionar, de pasada, cómo la figura del padre, el General Bernardo Reyes, influyó desde muy temprano en la mente del niño para dejarle grabada la veneración a la naturaleza personificada en los árboles. Menciona don Alfonso en su obra Parentalia: primer libro de recuerdos, de 1957, en el capítulo 10 de la parte iii, bajo el título “Grandeza y miseria del soldado”, cómo un hombre había cortado “el árbol a cuya sombra descansaba la tropa”, habiéndose acostumbrado los soldados a “hacer su casino debajo de aquel follaje generoso, sentados y tumbados en las raíces. Salían de excursión guerrera por los alrededores y volvían echando el alma, ansiosos de descansar bajo su árbol, de refrescarse un rato, de charlar, de dormir su breve tregua al cobijo de aquel dios silvestre”. Todo lo cual lleva al escritor regiomontano a enhebrar, al abrigo de un recuerdo que en realidad es del padre, pero que el hijo hamaca en su nostalgia, la siguiente reflexión: iQué bien que se entiende el culto de los árboles en las religiones primitivas! ¡Y qué verdadero aire de deidad natural, anterior al antropomorfismo

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I Coloquio Alfonso Reyes de los Olimpos, tienen esos árboles gigantescos, plantados de pronto en la desolación de la tierra como a espera del caminante! Si hasta parece que infunden en su huésped cierta quietud vegetativa, cierta aceptación, cierta docilidad física doblada de cierta interior libertad de ensueño. No es otro el efecto de la droga, simbiosis del vegetal en el animal. Tal vez los árboles se contentan de no moverse por lo mucho que contemplan y sueñan. Los pájaros les cuentan las extrañas aventuras del vuelo, y con oírlos se satisfacen. Las brisas les hacen guiños y los sacan a bailar un poco, aunque sin moverlos de su lugar, como en tales danzas australianas que se ejecutan con el tronco y los brazos. Árbol de la tropa, padre tutelar de los valientes y de los afligidos: hay, en el torrente de mi sangre, una oculta gotita que agradece todavía tu ternura.

Y es que, una vez que habían barrido con las armas a los facinerosos del contorno, cuando el destacamento volvió al sitio en cuestión y el General no encontró el árbol, preguntó quién lo había talado en tono iracundo, a lo cual un desgreñado había respondido que cierto Fulano lo había cortado, asegurando que “lo iba a tumbar con su hacha para que no viniera aquí a amontonarse la tropa”. A todo lo cual, don Bernardo Reyes había concluido de la siguiente manera: “¡Que me lo traigan! Que me traigan a ese Fulano ahora mismo! Que ahora 10


Fernando Corona me lo llevo de leva, y ahora va a saber lo que es un árbol, lo que puede ser la sombra de un árbol para el soldado! Así comienza, pues, el recorrido alfonsino por la inclinación venerable hacia la naturaleza, encarnando una remembranza que no le pertenece sino por ese abrigo que brinda la capacidad de apropiarse de las memorias familiares. Momento de retiro bucólico a mitad de las batallas, como sacado de las narraciones cervantinas en que el ingenioso hidalgo había renunciado a las batallas para dedicarse a la poesía pastoril, es éste en el que el general lega al intelectual nacido de su sangre una proclividad que tendría consecuencias sonoras en los cuatro momentos que se expresan in crescendo de la manera que a continuación se describe. III. El paisaje sin poética del xix En 1910, Alfonso Reyes y los jóvenes miembros del Ateneo de la Juventud publicaron gracias a la Imprenta Lacaud la serie de conferencias que unos años antes habían pronunciado entre jóvenes preparatorianos. Entre ellas destaca, en primera instancia, la que el joven Reyes dedicó a “Los ‘Poemas Rústicos’ de Manuel José Othón”, poeta nacional que en la paz de las aldeas gustaba (…) de pasar la vida,

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I Coloquio Alfonso Reyes donde es más fácil salir al campo y descuidarse de todo aquello que sólo accesoriamente nos ocupa. Cuando el trato humano estrecha poco, cuando el roce social apenas se hace perceptible, más holgadamente viaja el espíritu en sus contemplaciones; y, desvestido el ánimo de todo sentimiento efímero, vuelve a su profundidad sustantiva, toma allí lo esencial, lo “desinteresado”, lo indispensable de las imágenes del mundo, y vuelca sobre el espectáculo de la naturaleza el tesoro de sus más hondas actividades, la religión, el deber, el gusto o el dolor de la vida.

Así iniciaba Alfonso Reyes, sin duda, los primeros escarceos por las cuestiones que relacionan la escritura literaria con el respeto y la inclinación afectiva hacia la naturaleza. Suerte de ósmosis a partir de los autores cuya actividad lírica se hermanaba de alguno u otro modo con la convivencia armónica en el entorno, la revisión crítica que el joven regiomontano practicaba no iba descargada de un sentimiento paralelo, sino que justamente la comprensión de tal sensitividad simbiótica con el medio ambiente lo acercaba de esa manera a autores como Othón. Esa actitud cobró una relevancia especial un año después, en 1911, cuando Reyes publica la conferencia El paisaje en la poesía mexicana del siglo xix, a título de un estudio presentado en representación del Ateneo de la Juventud. Cabe mencionar 12


Fernando Corona que algunas páginas de este material pasaron a formar parte de la futura obra Visión de Anáhuac, conforme el propio Alfonso comenta al inicio de la obra Historia documental de mis libros, Universidad de México, de marzo de 1955). En esa conferencia, el autor confiesa haber recibido el llamado de sus compañeros ateneístas para llevar la voz dentro de la dedicación literaria y filosófica que en su agrupación cultivaban con un asunto adecuado: la discusión en torno de cómo los poetas mexicanos del siglo xix han entendido y han interpretado la naturaleza; cómo, según las varias influencias de la cultura europea o las propias vicisitudes, han ido modificando la descripción de nuestro paisaje (que es lo más nuestro que tenemos); cómo, en fin, a semejanza de aquellas criaturas de la fábula que aprendían a hablar tocando el suelo, han soltado nuestros poetas la vena profunda de la inspiración al contacto vivificador de la tierra.

Y así, en un texto extenso de cincuenta y un páginas, la pluma del regiomontano revisa los contenidos temáticos en materia de paisaje y naturaleza en decenas de autores que van desde finales del siglo xviii hasta la entrada ya del siglo xx, lamentando en rasgos generales la manera en que gran parte de esos autores dejaban de sentir emotivamente la presencia de la naturaleza para disfrazar 13


I Coloquio Alfonso Reyes en una aparente estética que ocultaba motivaciones patrióticas o retóricas la estampa del atractivo natural. IV. La visión de un valle desecado En el año de 1915, Alfonso Reyes escribe el ensayo Visión de Anáhuac [1519], publicado por primera vez dos años después en la Imprenta Alsina de San José, Costa Rica, en una colección titulada El Convivio, que coordinaba Joaquín García Monge. Muchas cosas se han escrito respecto de este texto decisivo en la obra de don Alfonso, primera piedra arrojada desde el Viejo Mundo hacia el México que mira desde la lejanía, en una distancia física e histórica. Sobre todo ha provocado resonancia la invocación en que se convirtió el epígrafe, ya presente en la conferencia de 1911 sobre la poesía mexicana del siglo xix, que reza “Viajero: has llegado a la región más transparente del aire”. Uno de los rasgos en los que aquí quiero insistir es en el señalamiento que arroja Alfonso Reyes ya desde la segunda página del ensayo, habiendo iniciado con el espíritu de reconocimiento a la era de los descubrimientos que en América se abría con la llegada de las naves españolas. Mencionando, en ese sentido, las estampas que describen la vegetación de Anáhuac, el autor suelta la siguiente indicación imperativa: “Deténganse aquí nuestros 14


Fernando Corona ojos: he aquí un nuevo arte de naturaleza”. Acto seguido, enumera las riquezas vegetativas del entorno, desde la mazorca de Ceres hasta el maguey “conjugados en una superposición necesaria, grata a los ojos: todo ello nos aparece como una flora emblemática, y todo como concebido para blasonar un escudo”. Sin embargo, tras esta aparente sorpresa grata se anuncia, sin mucha espera, uno de los motivos esenciales del texto: la denuncia. La tierra de Anáhuac apenas reviste feracidad a la vecindad de los lagos. Pero, a través de los siglos, el hombre conseguirá desecar sus aguas, trabajando como castor; y los colonos devastarán los bosques que rodean la morada humana, devolviendo al valle su carácter propio y terrible: —En la tierra salitrosa y hostil, destacadas profundamente, erizan sus garfios las garras vegetales, defendiéndose de la seca.

Y así, en una sucinta y puntual descripción, Alfonso Reyes describe cómo esa desecación del valle comprende un espacio de tiempo que va desde 1449 hasta 1900 al menos, habiendo trabajado en ello las tres razas y los tres regímenes que lo ocuparon: De Netzahualcóyotl al segundo Luis de Velasco, y de éste a Porfirio Díaz, parece correr la consig-

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I Coloquio Alfonso Reyes na de secar la tierra. Nuestro siglo nos encontró todavía echando la última palada y abriendo la última zanja. Es la desecación de los lagos como un pequeño drama con sus héroes y su fondo escénico.

Después se afana Reyes en describir las riquezas del Anáhuac en arquitectura, mercancías, distribución social, pedrería y plumería, fauna y flora, para dedicar todo un capítulo a la importancia de la flor que en el lengua náhuatl vivía y germinaba. En conclusión, don Alfonso apunta que, al final, lo que nos une con la raza del pasado es justamente “la comunidad del esfuerzo por domeñar nuestra naturaleza brava y fragosa”; mas, por sobre todo, la unión se centra en la comunidad, mucho más profunda, “de la emoción cotidiana ante el mismo objeto natural”. V. El polvo: la resultante del valle desecado En 1940, Alfonso Reyes publica, como parte del libro Ancorajes [1928-1948], el breve texto “Palinodia del polvo”, como una suerte de continuación, después de una larga espera, de los párrafos de la Visión de Anáhuac [1519] en que se había referido el autor a la desecación del Valle de México. Justamente comienza el regiomontano su alocución preguntando si es la que está viendo la 16


Fernando Corona región más transparente del aire y, dirigiéndose a los lectores, habitantes del valle, qué han hecho del alto valle metafísico, con el adjetivo posesivo puesto de entrada, con la plena intención de referir que esa mención de “mi valle” es más que un sentimiento de pertenencia a la tierra, es el reclamo por una visión que al humanista le han arrebatado. Y entonces, ante la pregunta que cierra esa fila de interrogaciones iniciales, “¿Por qué se empaña, por qué se amarillece?”, describe cómo corren sobre el valle los remolinos de tierra, robando profundidad a un paisaje que ya ha dejado de existir y precipitando con ello fases de lejanías y cercanías en un plano espectral. Todo se ha vuelto, pues, un entorno que es la contaminación completa de la región que alguna vez fuera la más transparente: Mordemos con asco las arenillas. Y el polvo se agarra en la garganta, nos tapa la respiración con las manos. Quiere asfixiarnos y quiere estrangulamos. Subterráneos alaridos llegan solapados en la polvareda, que debajo de su manta al rey mata. Llegan descargas invisibles, ataque artero y sin defensa; lenta dinamita microbiana; átomos en sublevación y en despecho contra toda forma organizada; la energía supernumeraria de la creación resentida de saberse inútil; venganza y venganza del polvo, lo más viejo del mundo. Último estado de la materia, que nació entre la bendición de las aguas y —a través de la viscosidad de

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I Coloquio Alfonso Reyes la vida— se reduce primero a la estatuaria mineral, para estallar finalmente en esta disgregación diminuta de todo lo que existe. Microscopía de las cosas, camino de la nada; aniquilamiento sin gloria; desmoronamiento de inercias, “entropía”; venganza y venganza del polvo, lo más bajo del mundo. ¡Oh desecadores de lagos, taladores de bosques! ¡Cercenadores de pulmones, rompedores de espejos mágicos!

Es así como para don Alfonso se cierra un ciclo que se había abierto con la sorpresa de la mirada encontrada con el paisaje en un valle nuevo y natural, espeso y vasto. Y se cierra justamente con la reflexión que sólo un grano de polvo puede suscitar: la de la nada, la disminución a la partícula ínfima, la devolución de la materia y la vastedad al grano inicial de la existencia. Y no es extraño que, en ese camino reflexivo, el regiomontano haga aparecer a Demócrito, en la imagen precisa que nos lo transmite “reclinado sobre sus estudios, la frente en la mano, pasajeramente absorto, en uno de aquellos bostezos de la atención que el estro aprovecha para alancear la conciencia con partículas de la realidad circundante, metralla del polvo del mundo, herida cósmica que acaso alimenta las ideas”. Ahí, en medio de esas visualizaciones, la intuición hace nacer la figura del átomo material que reconcilia al hombre con la única noción que lo salva en medio de esta 18


Fernando Corona desolación desecada: la de que no existiría sin el polvo, la de que “unidad y átomo y polvo vuelven a ser la misma cosa”. VI. El más impersonal de los respetos: la naturaleza En 1944, Alfonso Reyes preparó unas lecciones encaminadas a inaugurar la “campaña alfabética” encoendada por Jaime Torres Bodet. El mismo Reyes confiesa que dichas lecciones no pudieron aprovecharse entonces y que se destinaron al educando adulto, sin dejar por ello de lado el conseguir que fueran accesibles al niño. Temáticamente, buscó don Alfonso abarcar nociones de sociología, antropología, política o educación cívica, higiene y urbanidad. Y es aquí donde la dimensión ambientalista que en el grito lamentatorio de la “Palinodia del polvo” se despertó en la pluma alfonsina adquiere matices ecocríticos de gran relevancia. Comienza el autor su lección xi asegurando que “el más impersonal de los respetos morales, el círculo más exterior de los círculos concéntricos (…) es el respeto a la naturaleza”. Y para ello aclara que no está hablando de la naturaleza humana o corporal, “sino de la naturaleza exterior al hombre”. Y ante la duda respecto de la posible extrañeza de algunas ópticas al apreciar que el autor hace entrar en la moral el respeto a los reinos mineral, 19


I Coloquio Alfonso Reyes vegetal y animal, aclara que justamente estos reinos “constituyen la morada humana, el escenario de nuestra vida”. Lo más enaltecedor en este respecto y en función de los alcances ecocríticos que aquí buscamos es que inmediatamente busca don Alfonso resonancias en la presencia poética que puedan reforzar lo aseverado. En ese sentido, encuentra eco en los conocidos versos del poeta jalisciense y amigo suyo Enrique González Martínez: Y quitarás, piadoso, tu sandalia, para no herir las piedras del camino. En este sentido, no sólo encuentra necesario citar al poeta, sino explicarlo en una exégesis pertinente en términos que hoy llamamos ecocríticos. Expone don Alfonso que no debe tomarse al pie de la letra a González Martínez, sino sólo considderar la consideración afectiva de estar llamados siempre al deseo de no hacer daño, “en cuantas cosas nos rodean y acompañan en la existencia”. En el mismo sentido voltea y considera un pasaje de Dante Alighieri, quien, al romper la rama de un árbol, supone que el tronco le reclama y le grita: “¿Por qué me rompes?”. Y Reyes encuentra, en este pasaje, un símbolo que ayuda a entender “cómo el hombre de conciencia moral plenamente cultivada siente horror por las mutilaciones y los destrozos. 20

En verdad, el espíritu de maldad asoma ya cuan-


Fernando Corona do, por gusto, enturbiamos un depósito de agua clara que hay en el campo; o cuando arrancamos ramas de los árboles por sólo ejercitar las fuerzas; o cuando matamos animales sin necesidad y fuera de los casos en que nos sirven de alimento; o cuando torturamos por crueldad a los animales domésticos, o bien nos negamos a adoptar prácticas que los alivien un poco en su trabajo. (…) El amor a la morada humana es una garantía moral, es una prenda de que la persona ha alcanzado un apreciable nivel del bien: aquel en que se confunden el bien y la belleza, la obediencia al mandamiento moral y el deleite en la contemplación estética. Este punto es el más alto que puede alcanzar, en el mundo, el ser humano.

VII. Más que ecocrítica, un ecohumanismo El repaso efectuado en las líneas anteriores no es sino un resumen de la amplia gama de intereses ecológicos y ambientales que desde el carácter humanístico tuvo Alfonso Reyes. El respeto por la naturaleza y la plena convicción de una armónica convivencia con el medio ambiente es una característica de la personalidad del regiomontano, más que una temática o una actividad en sus prácticas literarias. Difícil sería tratar de ubicar las obras literarias arriba referidas dentro de la tradición ecocrítica, 21


I Coloquio Alfonso Reyes aun cuando sería posible situarlas como referentes pioneros en la materia, debido a que, en concreto, Alfonso Reyes no las creó pretendiendo expresamente que se incluyeran en esta nueva tradición crítica. Ellas son, más bien, producto de una personalidad cuyo humanismo no podía dejar de lado la conciencia encaminada a un equilibrio espiritual y racional en medio del entorno en que vivía. Es también complicado tratar de imaginar si en realidad el regiomontano pudo prever el grado al que llegarían los desastres ecológicos nada más veinte años después de su muerte y el alcance que entonces tendrían fragmentos de su obra en los que decidió emprender una severa revisión de lo que implicaba la falta de adecuación humana en aras de un progreso avasallador y desgastante. No obstante, queda la obra alfonsina –no sólo los pasajes mencionados, sino otros tantos ensayísticos, narrativos, poéticos– para dar cuenta de una personalidad que en el ámbito de las letras mexicanas y latinoamericanas, al menos, representa una piedra angular para las revisiones en torno de la relación del hombre con la naturaleza, sobre todo en esta época en la que, por un lado, los estudios de esa índole cobran una fortaleza cada vez más académica, mientras que, por otro, bogan a la deriva de un riesgo de desprestigio que siempre los amenazan, dada su naturaleza combativa y activista que los distingue y los acerca a otros fenómenos en los que el apasionamiento y la falta de 22


Fernando Corona puntualidad crítica les hace perder a veces el suelo firme que precisan para fundamentar mejor sus posturas. Con todo, es una garantía que en el desarrollo de este tipo de investigaciones se cruce, redescubriéndola, una personalidad literaria de la talla de Alfonso Reyes, cuyo compromiso, cuya seriedad, quedan siempre patentes en la medida en que son reflejo de un trabajo arduo y siempre de la mano de la minuciosidad y la disciplina. Es, pues, su obra también una cuna de estudios ligados con la ecocrítica, con la salvedad de que su intención fue más allá de lo que esta disciplina se ha propuesto en los últimos años, pues no se agota en la relación directa que pueda tener el fenómeno ambiental con la esfera de la literatura, sino que proyecta sus alcances en el compromiso humano y vital de hacer conciencia en los demás sobre el papel de los hombres en el mundo natural. Por ello no es sólo un ecocrítico ni sólo un ecologista; por ello su papel, su actitud y su condición son ecohumanísticos.

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Age of Utopia: Alfonso Reyes, Deep Time and the critique of colonial modernity Ignacio M. Sánchez Prado Washington University in Saint Louis

Utopias, those ideals both revered and disdained, sometimes inhabit the corners of the literary canon. One can certainly remember the elaborate utopias that filled the advent of cultural modernity, from the delusional dreams of El Dorado and the New Jerusalem, passing through Thomas More’s excessively normative world, all the way to Jonathan Swift’s brilliant but ultimately obnoxious archipelago. Still, those comprehensive utopias, which Karl Mannheim ambiguously dismissed as “incongruous with the state of reality” while recognizing their need for deep social change, are only a part of the complex history of the idea, particularly when one considers that, at least in many cases, they carried nothing less than colonialism 25


I Coloquio Alfonso Reyes in its underbelly. Still, more promising utopias lie sometimes in the forgotten corners of textual traditions, buried in the marginal writings of major figures, ignored by the critical whirlwind that monumentalizes their authors. I want to start this intervention by one such moment, a striking assertion that promises a utopia without describing it, and an engagement with centuries of political and literary thinking that leads to a crucial statement: The normal state may be passivity; but the frequent state, the constant one that gives humanity its seal, and that, for the same reason, deserves to be called, even practically, the human state, is that of protest. If man had not protested, there would not be history –history in the common sense of the word. The dawn of history is an imbalance between the environment and human will, just like the dawn of consciousness was an imbalance between the spectacle of the world and the human spectator. Man smiles: consciousness arises. And man is nurtured by the elements provided by the environment. Does he smile a second time? He protests: nature is no longer enough. Does he emigrate, or sow, or conquest, or form the bandwagons in a circle like a tribal trench against the attacks of fierce animals? So then he starts civilization and starts history with it. While no one questions the master, nothing

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Ignacio M. Sánchez Prado happens. When the slave has smiled, the duel of history begins.

The master and the slave come from a familiar source, Hegel’s Phenomenology, only that in here the consciousness of the slave does not lie at the end of the dialectic, but at its outset, a smile that marks the consciousness of the slave as the foundational act not only of civilization, but of history itself. In this assertion we do not see utopia defined, but the necessary gesture at the beginning of every utopian intervention. The source of this paragraph is a littleknown essay entitled “La sonrisa,” included in a 1917 book called El suicida. Its author is Alfonso Reyes, a foundational figure of the tradition of thinking known as Latin Americanism, which may be defined as the constant attempts to assert Latin America as a site of critical thinking and to think the region as an articulation of projects of emancipation vis-á-vis modernity and colonialism. The historical background of Reyes’s essay is not trivial either: “La sonrisa” was written in the wake of the Mexican Revolution, from a self-imposed exile in Spain and France, as one of the first attempts to theorize the emergence of a large array of social sectors into a form of historical agency and subjectivity previously denied by the Porfirian elites. The historical implications go even further: it is important to note that Reyes, the son of a promin27


I Coloquio Alfonso Reyes ent Porfirian general who died in the revolt that overthrew the first Revolutionary regime in 1913, was nonetheless ideologically sympathetic to the Revolution. Being a man of letters, Reyes was part of a group of intellectuals strongly committed to translate the social force of the Revolution into a spiritual transformation of Mexico at large. In this terms, “La sonrisa” is an almost unique effort to understand the Mexican Revolution as a philosophical category of emancipation, thus departing from the work of many of his contemporaries, like Manuel Gamio or José Vasconcelos, who opted to understand it in racial terms, as the triumph of the mestizo, thus inaugurating a line that favored anthropology and identity as the key languages to articulate it. “La sonrisa”, despite a very recent wave of critical interest, became a minor text in part because it chose to engage a question of the spirit rather than a question of race. Today, I want to use “La sonrisa” in particular and a set of essays by Alfonso Reyes in general, to rethink the critical and political potentials of Latin Americanism, by addressing, in what I hope is a new critical light, one of its crucial notions: utopia. To speak of utopia is no easy feat, considering the various legacies of the notion, from its Christian articulations after Augustine to the different socialist/ communist paradigms. Since engaging the notion “at large” is a challenge beyond the scope of my current analysis, I will use utopia as it has 28


Ignacio M. Sánchez Prado been circumscribed in the tradition of thinking followed by Reyes: an appropriation of the idea of the American continent as a site of projection of a future to-come by European colonizers, in order to use it as a political claim that establishes Latin America as the vanguard continent in history. More on this in a minute. The other point to make before fully engaging in my analysis is the fact that speaking of Latin Americanism today is also not a self-evident act. In the last twenty years, a wide set of interventions in Latin American studies, from cultural studies to subalternism, have advocated the idea of transcending Latin Americanism, due to its roots in the practices of the so-called “lettered cities”, in order to engage those sectors of society excluded from lettered practices. In addition, many thinkers within Latin American studies started questioning the very legacy of intellectual Latin Americanism. Santiago Castro Gómez, for instance, proposed a “critique of Latin American reason”, while Nelly Richard spoke of “Intersecting Latin America with Latin Americanism”. Perhaps the most relevant critique to a return to Reyes is that of Román de la Campa, who argued in a 1999 book that Latin Americanism is based on an episthetic mechanism, that is, on the acceptance of the necessary relation between aesthetics and epistemology, which is the reason why people like Reyes, whose base intellectual practice was literature, were the foundational figures of the field. 29


I Coloquio Alfonso Reyes The return to “La sonrisa” I propose here acknowledges these interventions, but also seeks to provide a way to re-activate Latin Americanism in contemporary critical practice, considering that we are at a point where the critical potentials unveiled by cultural studies, postcolonialism and subalternism seem to be normalized, institutionalized, widely accepted and, perhaps, exhausted. The two crucial results of this process are in my view incontrovertible: the recognition of many subjective voices silenced by decades of colonialism and eurocentrism and the end of the reification of literature as the core discourse of critical practice. By returning to such a founding figure of Latin Americanism after the critical paradigms of the past three decades is, in my view, necessary, in order to bring back the unexplored critical potentials of a tradition that, in its time, was also monumentalized and institutionalized. By returning to obscure corners of the canon, we may actually unveil forms of thinking that, before the interventions of cultural studies, we were simply too blind to notice. The “smile of the slave” is, in these terms, a telling image, considering the role that Hegelian phenomenology has in the articulation of many critical paradigms, up to this date. We may be reminded, for instance, that Hegel’s slave may have been the result of his attempts to come to terms with the historical emergence of colonized 30


Ignacio M. Sánchez Prado peoples as it was unveiling in his time. In her recent and provocative Hegel, Haiti and Universal History, Susan Buck-Morss has suggested that the dialectics of the master and the slave was Hegel’s way of systematizing in his philosophy the unthinkable event of the Haitian revolution, where the very black slaves that would lack historicity in other parts of his philosophy became agents of radical social transformation. In re-reading “La sonrisa”, such suggestion is not trivial: considering that Alfonso Reyes was in the early stages of a critical thought geared towards the active intellectual decolonization of the Americas. “La sonrisa”, I would argue, unmasks a new emancipatory potential out of Hegel’s phenomenology, through a reading of one of its main concepts in a textual network constructed by Reyes himself rather than by tradition. The key here then is to unpack the notion of the smile, to understand the workings of Reyes’s text, before moving on to more of his works. An earlier assertion may help in illustrating this point “The smile is, after all, the sign of the intelligence that liberates itself of the inferior stimuli; the rough man laughs over all; the cultivated man smiles. Caliban ignores Ariel’s profound joys. Caliban is a “sad animal”. At first sight, this quote seems to be a mere reproduction of the notion of civilizacion and barbarism, where Ariel and Caliban follow closely the actualization of those famous Shakespearian characters by José Enrique 31


I Coloquio Alfonso Reyes Rodó and Rubén Darío. Still, the key words here are joy and sadness: they come from a very precise and very telling philosophical source, Spinoza’s Ethics. In Proposition LV of the Third Section, Spinoza argues: “When the mind imagines its own impotence, it is saddened by it” (Mens suam impotentiam imaginatur, so ipso contristatur). The important word here is “mind”: Caliban’s mind is sad, because it’s colonized. In these terms, the smile is, in part, the result of a process of emancipation of the mind, consciousness. In these terms, Reyes constructs a discrete theory of bondage, one based upon the capacity to intersect different elements of intellectual tradition by terminological continuity. This way, the Hegelian slave becomes Caliban and his bondage is at the same time, the Spinozan sadness and Etiénne de la Boëtie’s voluntary serfdom. In another plane, the smile of the slave equals not only Spinozian joy but also the knowledge of Ariel and Bergson’s laughter. In this set of endless contiguities lies one of the essential mechanisms of Reyes’s work, the essay. Reyes’s intellectual generation understood the Revolution, in part, as a mandate to overcome the hegemony of positivism inherited by the Porfirian regime. The essay provided a way to think beyond the scientific imperatives of positivist scholastics and to open the door to the very intellectual traditions deployed by Reyes in his essay: Spinoza, Bergson and many other thinkers in 32


Ignacio M. Sánchez Prado the sidelines of the Enlightenment legacy. In addition, in the wake of Rodó’s reinvention of Latin American humanism, the essay allowed authors like Reyes the full articulation of the very episthetics identified by De la Campa at the core of Latin Americanist critique. What we attest in an essay of “La sonrisa” is both the emergence of the essay as a form that restitutes aesthetics as the core of critical practice, after decades of obsession with science, and the consequent construction of an alternative archive that would connect these early forays of Latin Americanist and utopian thinking with a provocative form of cultural cosmopolitanism. The first of these questions, the re-connection of aesthetics and practice, was theorized by one of Reyes’s most interesting contemporaries, the young Georg Lukács, whose early essays on this very question were written exactly at the same time as Reyes’s first works. In his well-known introduction to Soul and Form, Lukacs poses an idea central to understanding Reyes’s task: “The critic’s moment of destiny, therefore, is that moment at which things become forms –the moment when all feelings and experiences on the near or the far side of form, receive form, are melted down and condensed into form. It is the mystical moment of union between the outer and the inner, between soul and form”. This is how the smile emerges: as a form that evolves from a simple facial gesture to the very act of emancipation, precisely in the 33


I Coloquio Alfonso Reyes mystical moment when the Hegelian spirit, or the Spinozian joy, are, as Lukacs puts it, melted down and condensed into literary form. Influenced by the same German Idealism as the young Lukacs, Reyes finds in the aesthetic a fundamental space of redemption, which, from or Ariel and Caliban, is nothing else but decolonization and the emergence of an American consciousness. As I will show towards the end of this presentation, this is exactly the episthetic procedure of Latin Americanism as created by Reyes, the spirit of America that encounters the utopian form in the literary union of the essay. Before arriving to this point, it is important to briefly delve on the question of which archive is the source of Reyes’s reflections of quotes. Presumably, the idea of “world literature” comes to mind here, not only due to its origin in another space of German Idealism, Goethe’s latter writings, but also due to the way in which the term has experienced a revival as a methodological panacea for comparative literature. While many things could be said about the models proposed by authors such as Franco moretti, Pascale Casanova or David Damrosch, I simply want to raise an impasse illuminated by Reyes’s work. World literature is, first and foremost, a spatial category, which can emerge in many ways, from the transatlantic diffusionist model deployed by Franco Moretti’s cartographic methodologies to the construction of imagined 34


Ignacio M. Sánchez Prado territories, such as Casanova’s “World Republic of Letters” where the letter is ultimately a matter of center and periphery. Even Latin American readings of this concept readily assume its spatial nature: it is no wonder that Juan de Castro, in a text where Reyes lurks in key passages, speaks of “The Spaces of Latin American Literature” and the “criollo positionality” within the world. The problem here is that, when reading the canon presented by “La sonrisa”, these spatial models overlooks two essential issues, rendering these versions of “world literature” insufficient for the understanding of an author like Reyes. First, in terms of the pure circulation of cultural capital and ideas, world literature theories tend to ultimately be theories of influence, useful to understand unidirectional circulations of ideas, but not to recognize the creative deployment of the cosmopolitan archive by the Latin American intellectual. This is why Moretti’s work is so focused on the novel, where this logic indeed explains the emergence of literary modernism. However, it is not quite clear from these perspective why Reyes would read Spinoza and Bergson rather than Rousseau or Feuerbach. Second, and perhaps more importantly, world literature theories tend to accept the intellectual division of labor constructed by colonialism and neocolonialism as a given fact. While this makes sense when understanding the circulation of literature as a market commodity, as Casanova does, it has little to say 35


I Coloquio Alfonso Reyes about cosmopolitanism as an instrument of thinking. In an author like Reyes, whose aim is precisely to use a cosmopolitan stance to decolonize Latin American intellectual practice, this is a crucial point, since Latin American originality tends to be identified simply by the universalization of regionalism, as Moretti’s praise of García Márquez and Casanova’s appreciation of Mario de Andrade shows. In these terms, I would claim that one of the central questions behind the idea of “cultural synchronicity” that frames this colloquium lies precisely in moving beyond the paradigms of world literature as presented by these authors in order to construct a notion of cosmopolitism tied to decolonization rather than coloniality. In the spirit of theistask, I want to dedicate the final minutes of this talk to intersecting Reyes to a theoretical intervention in the conceptual realm of world literature that, in my view, may potentially aid in constructing such notion. In her suggestive 2006 book Through Other Continents, Wai Chee Dimock introduces a notion of world literature and cosmopolitanism articulated temporally rather than spatially. This is done through the notion of “deep time”, which Dimock constructs to highlight “a set of longitudinal frames, at once projective and recessional, with input going both ways, and binding continents and millennia into many loops of relations, a densely interactive fabric”. In other, perhaps Deleuzian, words, Dimock propos36


Ignacio M. Sánchez Prado es world literature as a rhizomatic set of flows that interact in more complex nodes and topographies than those presented in the Wallersteinian diffusionism of transatlantic theories of World literature. Dimock’s examples include, for instance, the intimate connections between the Baghavad Gita and Henry David Thoureau as a new platform to understand the emergence of American notions of liberty. Sadly, Dimock’s focus of attention is the field of American studies and, in her work, Deep time is mostly a category aimed at breaking with the nationalist focus of studies on US literature. By restricting her conceptualization to the narrow issue of academic practice in English departments, Dimock does not quite allow deep time to flourish in all its theoretical potential. This notion, however, offers a quite potent way to reconceptualize literary cosmopolitanism and is particularly useful when engaging someone like Alfonso Reyes. If one fully extrapolates the concept out of the question of U.S. literature, the notion of cosmopolitanism behind deep time opens the door to a new understanding of the uses of archive in Alfonso Reyes. Dimock suggestively argues that “Literature is the home of nonstandard space and time”, a place that goes beyond that lived experience Benedict Anderson called “The time of the nation”. Reyes comes close to an similar idea in his 1932 essay “La Atlántida castigada”, or “Atlantis punished”, where he sets one of the bases of his 37


I Coloquio Alfonso Reyes utopian thinking. In this essay, Reyes argues that subterranean and disappeared cultures, like that of Atlantis, become a fertile ground for cultural speculation, which results in the widening of the historical horizons of intellectual practice. “La Atlantida castigada” is thus an attempt to capture the notion of world culture emerging from the many different cultures unveiled by the archeology of his time. At the beginning of the text, Reyes cites the accadians, the hitites, Crete, Pre-Sudanese art, the Toltect pyramids and the Zapotec tombs in Minte Albán to argue that these discoveries “come towards us to show us that our picture of civilizations was incomplete and that there are other ways to conceive life”. In fact, Reyes compares this transformation to Bergson’s discoveries of different operations of the brain and to Einstein’s revolution in our understanding of the physical world. At this juncture, where the Mexican Revolution of his early work has been substituted by the epistemological revolutions of the world at large, Reyes uses the essay and a cosmopolitanism firmly grounded in deep time to create sense of this new world and to define America’s place beyond the colonial legacy. Atlantis becomes thus the site of Reyes’s essayistic speculations, the form in which Reyes will frame this newly expanded cosmpolitanism. In these terms, “La Atlántida castigada” is an astounding intellectual edifice, where Atlantis emerges as an empty cultural signifier that the es38


Ignacio M. Sánchez Prado say fills out with the semantics of diverse traditions of critical engagement, from Ancient thought and Platonic philosophy to the futile attempts of the Enlightenment to encompass the world. In his early essays, Reyes developed a cosmopolitan practice firmly ground in a peculiarly selective engagement with Western culture. Spinoza was not a common reading amongst mainstream Latin American intellectuals, but his work became part of Reyes’s canon insofar as it provided a language to articulate freedom and consciousness capable of breaking with the strictures of positivist determinism. By the 1930s, though, as Reyes became more worldly through his travels and readings, and as archeology and philology unveiled cultures that put into question the very foundations of coloniality as an epistemological enterprise, he began crosslisting Western traditions to a widening set of cultural references. In here, “deep time” provides an essential insight into this practice, since Reyes becomes fully engaged into the same process described by Dimock, the binding of continents and millennia into a literary practice founded in nonstandard space and time. Atlantis here is a crucial essayistic device, since it gives intellectual form to this very process, by becoming the space of rhetorical encounter of the different flows and frames of cultural history informing Reyes’s work. It is important to note here that, unlike most of his Mexican contemporaries and his successors, 39


I Coloquio Alfonso Reyes Reyes did not read the archeological discoveries of Pre-Columbian cultures as a language to claim the mythical origins of the nation into an idealized past. This operation, taken to its utmost consequences by Octavio Paz in his poem Sunstone, was contrary to the spirit of Reyesian cosmopolitanism. Instead, Reyes conceived Pre-Columbian cultures as part of an expanding sense of the globe. This alternative view has important consequences in the understanding of Latin Americanism as a tradition of decolonization, precisely because it locates the break-up with the intellectual legacies of colonialism in a quite different textual practice. A long tradition of Latin Americanism has argued for decolonization as a possibility that emerges from the valoration of indigenous and marginalized perspectives of Latin America. Born perhaps in Vasconcelos’s idea of the cosmic race, a line of thinkers that includes Rodolfo Kusch, Enrique Dussel and Walter Mignolo has forcefully asserted the need of non-Western, or even post-Occidental epistemologies as a necessary step for intellectual decolonization. Without questioning the worth of this posture in the project of rethinking Latin Americanism, I would argue that cosmopolitans like Reyes offered an equally central stance, by understanding decolonization as the possibility of directly intervening in the world by breaking with notions such as peripheral modernity or alternative epistemology, which tend to highlight Latin 40


Ignacio M. Sánchez Prado America’s colonial position. In other words, rather than locating the originality of America in that historical outsideness postulated by Hegel and embedded in Paz’s notion of eccentricity, and rather that displacing the cosmopolitan historicity of the Americas into the mythical suspension of time embedded in the reification of indigenous cultures, Reyes proposes to be worldly without any qualifiers. The only way to achieve de-colonization is by acting fully as a citizen of the world, as he would claim in his famous essay “Notes on American intelligence”. If you allow me for a second, and last time, some Deleuzian jargon, one could say that, while Vasconcelos and Paz opt to understand cultural decolonization as a territorialization of historical subjectivity into the time of the nation, Reyes firmly believes that the step that follows the emancipatory moment embodied in the smile of the slave is the deterritorialization of the new conscious subject into the space of the world. This is why Atlantis becomes the formal receptacle of the worldly culture deployed in his work. By refusing to locate the world in a “real” territory, by placing the flows of deep time in a place both utopian and ghostly, Reyes shows that the ultimate emancipation of the American subject lies in the potentialities that constitute its cosmopolitan future. In closing, I would argue that deep time is a crucial framework to understand the implications of this cultural wager. Reyes places at the very ori41


I Coloquio Alfonso Reyes gin of Latin Americanism two essential operations that have vanished from cultural history but that must be recovered for a true understanding of cultural synchronicity as a critical category. First, as I hope to have shown in “La sonrisa�, Reyes is perhaps the sole major figure of Latin American thinking to propose a theory of pure emancipation, and to construct a philosophical canon around that theory that, in my view, still short-circuits our understandings of the Latin American traditions of emancipatory literature and philosophy. Second, as understood under the light of Atlantis and deep time, a return to Reyes puts forward the question of cosmopolitanism, in its most radical and radically political form, as a necessary point of inflexion and reflection to overcome the theoretical impasses left behind by the cultural studies paradigms. If Latin Americanist critique of the past thirty years has rightfully shown the importance of marginalized subjectivities and popular affects in the understanding of Latin America’s long struggle with the colonial legacy, I believe that oscillating the pendulum towards a reconsideration of cosmopolitanism not as a set of influences but as a truly critical practice is one of the most important tasks of the years to come. By sidestepping the world in cultural studies, Latin Americanism has unfairly obscured a set of emancipatory ideologies and conceptualizations essential to understand not only out intellectual legacies, but also the ways 42


Ignacio M. Sánchez Prado in which we can re-think Latin America in a scene where worldliness may be one of the few spaces to counter the sprawling advance of that new, pervasive form of colonialism known as globalization. What Reyes understood in the 1930s is similar to our challenges today. Against the grain of the simplistic binary of the global and the local, the site of struggle today is not so much the plight of territorialized cultures resisting the deterritorializing strength of capital. The true challenge lies in the competing notions of the world. In the modest but always promising realm of literary studies, this means we must rethink our notions of world literature, moving our methodologies from their descriptions of the status quo of Eurocentric globalization to the study of cosmopolitanism as a worldly alternative to such globalization. “Deep time” is a methodological step into that direction, and the revival of figures like Reyes is, I hope, a way to think the world in a different, more democratic way, where the smile of the slave and the promise of Atlantis may be a constant reminder of the bond that we may, not without nostalgia, call the human. I want to conclude by returning to someone who was, in my view, a kindred spirit to that of Reyes, even though deep time did not quite create a direct link between them: Edward Said. In his famous essay “Travelling Theory”, where, incidentally, a slightly older and quite more Marx43


I Coloquio Alfonso Reyes ist Lukacs is the starting point of the intellectual journey, Said expresses much better than I do the promise behind the reconsideration of the world: “To measure the distance between theory then and now, there and here, to record the encounter of theory with resistances to it, to move skeptically in the broader political world where such things as the humanities or the great classics ought to be seen as small provinces of the human venture, to map the territory covered by all the techiques of dissemination, communication and interpretation, to preserve some modest (perhaps shrinking) belief in noncoercive human community: if these are not imperatives, they do at least seem to be attractive alternatives. And What is critical consciousness at bottom if not an unstoppable predilection for alternatives?� In this spirit, I believe that cultural synchronicities and cosmopolitanism reach their stronger, most power, most suggestive instances when they work towards those alternatives. Alfonso Reyes, whose death in 1959 left many of his ideas behind, in unexplored shores of prose, was constantly engaged in such alternatives, facing everyday the double task of thinking decolonization while tirelessly working in constructing the cultural institutions and ideologies to make it possible. A return to Reyes, which I have advocated and will continue to advocate in my own work, is an attempt to restitute the humanities with such an ethos in an age where it seems under siege. This 44


Ignacio M. Sรกnchez Prado is a long task, with many future labors to come. In the meantime, I am grateful to all of you for your attention and your patience.

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