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nuevo. Los tentáculos se abalanzaron sobre Ragnar a una velocidad increíble. Esta vez, ni siquiera los reflejos sobrehumanos de Ragnar le permitieron esquivarlos. La armadura siseó en los sitios donde le tocaron, pero peor que eso fue el dolor agónico que sintió en los puntos de contacto. El dolor no lo ocasionaba el calor, sino más bien ese contacto. Se quedó sorprendido de que Haegr hubiese sido capaz de soportarlo sin soltar ni un solo gemido. Ragnar decidió que él haría lo mismo. Cerró con fuerza la boca y le rezó a Russ. Sintió una presencia sobrenatural y lejana. Quizá tan sólo se trataba de una invención de su imaginación azotada por el dolor, pero sintió que ese mismo dolor disminuía. Además, el resplandor que rodeaba al profeta se ha reducido y una mancha de color rojo brillante había aparecido sobre la zona aproximada dónde debía de encontrarse su corazón. Tenía libre la mano que sujetaba la espada sierra, así que lanzó un tajo horizontal. El ángulo de ataque era forzado y no pudo ejercer toda su fuerza, pero la hoja del arma atravesó limpiamente la mancha. Sintió cómo cortaba la carne y chirriaba al encontrarse con el hueso. Un gruñido de triunfo le surgió de los labios cuando el brillo desapareció y dejó a la vista a un individuo vestido con una túnica blanca empapada en sangre. Un golpe de revés con la espada separó de los hombros del profeta la cabeza cubierta por una capucha y la envió dando tumbos hasta la boca abierta de una alcantarilla cercana. Otro tajo partió el resto del cuerpo en dos. Un instante después ya se encontraba en mitad de los guardaespaldas atacándolos por la retaguardia en un esfuerzo por ayudar a Haegr. La espada fue de un lado a otro con velocidad centelleante, matando e hiriendo con cada golpe. No pudo fallar ni un solo disparo de bólter ante aquella masa apiñada de enemigos. Se abrió un camino sangriento paso a paso para llegar hasta su compañero. Haegr tenía mal aspecto. Su armadura estaba fundida y agrietada en una docena de sitios, con la ceramita partida y derretida por el poder del ataque psíquico del profeta. Y lo que era todavía peor: parecía cansado y aturdido por el dolor que había soportado. A pesar de ello, se puso en pie y comenzó a propinar golpes con el martillo. Su rapidez y su fuerza se habían visto muy reducidas, pero al menos estaba luchando. Ragnar siguió abriéndose paso hacia él blandiendo la espada sierra, arrancando la carne de los huesos de sus enemigos y cortando tendones y venas. Sintió que una bienvenida oleada de furia asesina comenzaba a apoderarse de él. Una feroz alegría y una tremenda ansia de derramar sangre recorrieron sus venas. Se esforzó por contenerlas. No era el momento de dejarse llevar por una emoción semejante. Necesitaba mantener despejada la mente para salir de aquella situación desesperada. Fue difícil, pero se enfrentó a su bestia interior hasta que la tuvo bajo control. Se arriesgó a echar otro vistazo hacia donde creía que podía encontrarse Torin. No vio señal alguna de él. Esperaba que su hermano de batalla no estuviese tirado detrás de la balconada, tumbado sobre un charco de su propia sangre. Dio una tremenda patada lateral y le partió todas las costillas a uno de sus enemigos como si fueran ramitas de árbol. El hereje lanzó un chorro de sangre al mismo tiempo que salía despedido contra sus camaradas, donde comenzó a ahogarse a causa de la hemorragia. Un feroz golpe con la culata de la pistola bólter convirtió los sesos de un sectario que estaba agarrado a sus piernas en una masa gelatinosa. Bajó el arma, apuntó, disparó a quemarropa contra la cara de otro y decoró la zona que los rodeaba con un amasijo de sangre y restos de hueso y cerebro. Acabó luchando espalda contra espalda con el vacilante Haegr y defendiéndolo de la masa que se les echaba encima.


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