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apresuradamente en las profundidades del santuario. Ragnar se percató inmediatamente del gran número de personas que iban y venían. No todos llevaban la típica armadura de los Lobos Espaciales. Entre la multitud había comisarios oficiales de la Guardia Imperial y de la flota e incluso unos cuantos individuos con los recargados uniformes de los Adeptus Titanicus. El santuario era el centro nervioso de toda la fuerza imperial. Todo el mundo a su alrededor se movía con paso decidido, y en el aire se percibía aquella excitación y nerviosismo que indicaba que se encontraba en una zona de guerra en un planeta extraño. Tardaron unos pocos minutos en llegar a la gran zona de recepción, donde los esperaban Logan Grimnar y su séquito. El Gran Lobo estaba sentado en un inmenso trono flotante y observaba a la multitud del mismo modo que un jarl observaría a una masa de solicitantes de favores. Sus sacerdotes le flanqueaban; su Guardia del Lobo estaba preparada para defenderle. En aquella ocasión, todos estaban equipados con las enormes armaduras de exterminador, la armadura de combate de tamaño humano más poderosa del todo el Imperio. Un pasillo se fue abriendo entre la multitud a medida que Ragnar y los suyos avanzaban. No importaba el rango de las personas: todos dejaban paso a Trainor y a su escolta. Llegaron hasta el estrado sobre el que flotaba Logan en un centenar de pasos. Ragnar vio quiénes eran los que estaban al lado del Gran Lobo en el estrado. Eran hombres realmente poderosos. Uno lucía el uniforme de Princeps Maximus de los Adeptus Titanicus. Era un individuo enorme, con aspecto de ser más de la mitad máquina. Todo un lado de su cuerpo era metálico. El lado izquierdo de su cara era una máscara de metal, y de la manga izquierda de su uniforme sobresalía el extremo de un brazo biónico. La pernera izquierda de su pantalón había sido recortada a la altura de la rodilla para dejar a la vista una extremidad mecánica que acababa en una impresionante garra. —Lothar Corazón de Hierro —murmuró Morgriin—. Y sí, toda una mitad de su cuerpo está dedicada al Dios Máquina. El tipo no tiene corazón, sólo una bomba cardíaca biónica. Ragnar había oído hablar de él. Lothar y sus titanes habían luchado con anterioridad junto a los Lobos Espaciales en numerosas ocasiones. Aquello no era sorprendente, ya que el mundo forja de Salonus estaba situado cerca de Garm y su legión poseía un depósito de suministros en el planeta. El guerrero se había labrado su reputación en los ardientes desiertos de Tallarn, y se decía que había destruido tres Gargantes orkos en la batalla que le había costado la mitad de su humanidad. Por encima del estrado se veía el rostro del general del Imperio Baithus Trask, al que Ragnar reconoció por haberlo visto en otra ocasión. Estaba supervisando sus tropas desde su nave insignia en órbita, por lo que no podía estar en persona; pero hacía sentir su presencia a través de la red de comunicación. Varios comandantes de campo de rango inferior estaban presentes en carne y hueso. Ninguno de ellos lograba dar la mitad de la sensación de mando que causaba la imagen de Trask. Ragnar no se había dado cuenta de la importancia que se le concedía a los prisioneros. Había esperado que Trainor fiera interrogado por Ranek u otro de los Sacerdotes Rúnicos. Sin embargo, en aquel momento, todos los ojos estaban fijos en ellos, desde los máximos cargos hasta los oficiales de menor rango. Varios de los Señores Lobo también estaban presentes, y Ragnar no dudó ni por un instante que aquellos que no estuvieran en persona habrían enviado a algún representante que les transmitiría la información de forma inmediata.


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