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—En cualquier caso, podríamos proceder como la avanzadilla de la invasión —aventuró Hakon. Ragnar se dio cuenta de que estaba empezando a gustarle el plan. —Tal vez deberíamos averiguar dónde está el otro talismán —interrumpió lsaan. —Creo que en eso estaremos todos de acuerdo —lanzó Sternberg. Su compañera echó mano al amuleto que colgaba de su cuello. —Me pondré a ello inmediatamente. La Inquisidora Isaan salió de la cámara en la que había realizado el ritual. Ragnar no necesitó analizar su olor para darse cuenta de que estaba desconcertada. Tenía las facciones tensas y sus profundos ojos oscuros estaban sumidos en una reflexión. —¿Qué ocurre? —preguntó. Los demás permanecieron en silencio, esperando que respondiera. —Está ocurriendo algo extraño —acertó a decir—. Puedo sentirlo a través del vínculo. Creo que el jefe orko está empezando a usar los poderes del talismán. Encontró un modo de hacerse con ellos. —¿Qué quiere decir eso? —preguntó Hakon. —Todavía no lo sé exactamente —respondió ella—, Sin embargo dudo de que pueda significar otra cosa que no sean problemas. En cierto modo, a Ragnar no le sorprendió el comentario de Karah. —¿Dónde está ahora? —Los orkos están al sur de donde nos encontramos, siguiendo el curso del río. Vi una ciudad sometida a asedio. —Galt Primus —irrumpió en voz alta el hermano Tethys—. Nuestra capital. En ese momento llegó un ruido distante, como si se tratara de un trueno. Ragnar creyó saber lo que era. Levantó la mirada y enseguida lo confirmó. Tres estelas de humo cruzaban el azul del cielo como si se tratase del zarpazo de un gato gigante. Ragnar alcanzó a ver incluso los puntos que habían sido la fuente del vapor. Se hacían cada vez más grandes en su campo de visión, hasta el punto de que pudo comprobar que se trataba de naves achaparradas, con alas y de construcción muy tosca. —¡Cuerpo a tierra! —gritó, al tiempo que se lanzaba en plancha. Karah hizo lo mismo. Las naves de guerra de los orkos pasaron directamente sobre el templo. Volaban bajo, como si buscasen algo. —Creo que deberíamos alejamos de aquí enseguida, antes de que los orkos empiecen a buscarnos —propuso Karah. Ragnar pudo darse cuenta de que estaba asustada, y no se lo reprochaba. También él pensaba que era una coincidencia que la nave de los orkos hubiese aparecido inmediatamente después de que ella estableciese la conexión psíquica con el señor de la guerra orko. Tal vez si ella podía sentirlo a él, también él pudiese sentirla a ella. No era un pensamiento muy tranquilizador. Llevándose al desconfiado hermano Tethys con ellos, se aventuraron en el laberinto de pasadizos que encerraban las paredes de las gigantescas pirámides de piedra. Todo estaba tranquilo, la temperatura era fresca y las paredes aislaban de los ruidos del exterior. Ragnar se preguntó hasta qué punto sería seguro el lugar, comprobando luego que no había que preocuparse mucho. Si los orkos los estaban buscando, allí estaban más seguros que en la selva, y era probable que las tropas de los orkos estuviesen ahora buscando pistas por la zona. El hermano Tethys llevaba en la mano uno de los antiguos globos luminiscentes. La


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