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malignas. Ragnar no sabía muy bien lo que quería decir con eso, pero estaba decidido a no tentar a la suerte. Rezó con fervor a Russ y al Emperador para que los protegiesen y para que guiasen a la psíquica en su tarea. De pronto a Ragnar se le erizaron los pelos de la nuca, y tuvo la sensación de que la temperatura había subido uno o dos grados. La boca se le abrió en un gruñido involuntario. Percibió la presencia de algo. En el aire y en torno a ellos crepitaban extrañas energías, no por invisibles menos reales, y flotaba un olor semejante al metal quemado. Volvió a abrir los ojos y fijó la mirada en Karah Isaan. Al principio dudó de lo que veía. ¿Había un tenue halo luminoso rodeándole la cabeza? Tal vez. Definitivamente, no. Mientras miraba, olvidado ya el rezo, el brillo fue aumentando de intensidad hasta que eclipsó la tenue luz de la habitación e hizo que todas las miradas se centrasen en la inquisidora. Los cortos cabellos de la mujer ondearon suavemente como si hubiera pasado por ellos una leve brisa, por más que en aquella cámara sellada no había ni el menor desplazamiento de aire. Cuando la inquisidora abrió los ojos, Ragnar vio en su interior una luz antinatural. Los iris brillaban como dos soles diminutos, como si formaran parte de un sistema binario dentro de la cabeza de Karah que proporcionaba la iluminación del halo. Lentamente, la mujer elevó sus delgadas manos morenas hasta rodear con ellas el talismán, que también empezó a brillar. La luz del halo de la inquisidora incidía en sus miles de facetas y se escindía en un sinfín de rayos que se reflejaban en toda la habitación. Ragnar vio que éstos iluminaban la cara de sus camaradas, y algunos de ellos alcanzaron su propio pecho como los puntos rojos de un láser buscablancos. El pensamiento le provocó un escalofrío y devolvió su atención a las plegarias. El canto seguía, y Ragnar miraba con fascinación. De la boca de la mujer había empezado a surgir una bruma, una voluta de vapor que relucía y parpadeaba y se enroscaba a su alrededor, y luego empezó a tomar formas concretas, como las imágenes proyectadas por una holosfera. Ragnar vio un mundo brillante destacado sobre la fría profundidad del espacio. Vio los océanos azules, la blancura de las nubes y el verdor de las selvas. La singular escena proyectada en el aire cambiaba bajo sus propios ojos. Era como si todos los presentes estuvieran cayendo desde el espacio hacia la superficie del mundo. Apareció un continente a la vista. Siguieron cayendo, cada vez más cerca de un mar interminable de verde. La asombrosa velocidad del descenso se fue aminorando poco a poco. Ragnar vio árboles gigantescas como torres y flores de colores brillantes casi tan altas como ellos. Insectos enormes; extraños animales. Un monstruoso templo de piedra en forma de pirámide escalonada, cubierto con extrañas tallas desgastadas de caras humanoides. Una maraña de plantas trepadoras y líquenes. Ragnar sintió un escalofrío, percibiendo una especie de presencia enemiga en el aire. Pensó en los demonios, y eso lo hizo rezar con más fervor. La temperatura de la sala descendía ahora muy rápidamente y el hedor a quemado, mezclado con el incienso, era espantoso. La escena bajó más y, pasando como un fantasma a través de las paredes de la pirámide, se introdujo en la cámara oculta de su interior más recóndito. Sobre un altar atendido por sacerdotes vestidos con túnicas esmeralda yacía un amuleto gemelo del que parpadeaba en el cuello de Karah Isaan. La única diferencia era que esta gema era de color verde y parecía ligeramente más pequeña. Eso era lo que ellos buscaban, adivinó Ragnar. El frío reinante en la cámara se hizo más intenso. La respiración de Ragnar salía como una corriente de vapor, y gotitas de humedad se condensaban en su armadura, que luego se congelaban. El era un Marine Espacial y su armadura estaba concebida para permitirle sobrevivir en temperaturas más extremas, pero con todo sintió la diferencia. La


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