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Trató de apartar este pensamiento. Quizás era la naturaleza de su trabajo, puesto que los inquisidores eran los agentes de investigación del Imperio, entrenados para detectar las amenazas a la seguridad de los reinos humanos, tanto las ocultas como las evidentes. Vivían en un mundo de disimulo y secreto, de duplicidad y oscuridad. Vivir en ese mundo debía de afectarlos, contribuir a hacerlos como eran. —¿Por qué no respondéis a mi pregunta? —preguntó Sternberg al tiempo que sonreía, pues para él esto no era sino una parte del juego. —Creo que os daréis cuenta de ellos por vos mismo cuando nos encontremos allí. —Es una especie de sorpresa, entonces —sugirió Karah. —Resulta difícil ocultar algo a dos inquisidores tan avezados como vosotros —replicó Ragnar con un retintín irónico. —¿Humor y además en un Marine Espacial? ¿Quién iba a decirlo? —ironizó también Sternberg sin que ello le pasara desapercibido a Ragnar. En ese momento el elegrav se detuvo. La luz interior dejó de parpadear en rojo para pasar al verde. Sonó una suave nota de carillón, y la puerta se abrió con un ligero chirrido. Avanzaron por una enorme cámara, parte de una caverna natural de las laderas de El Colmillo, uno de cuyos lados había sido cerrado con cristal transparente. La única iluminación provenía del interior del elegrav y de la fría luz de las estrellas visibles a través del cristal blindado de la ventana. El cielo era negro y la luna estaba a la vista. —¿Es una proyección? —preguntó Karah—. Es de día, pero el cielo está tan negro como si fuera de noche. —Creo que ya entiendo —intervino calmadamente Sternberg—, y me parece que nuestro amigo no nos va a decir hacia dónde vamos. Siguió avanzando por la habitación, seguido por la inquisidora. A medida que se acercaban al borde de la sala, Ragnar se sentía recompensado con las exclamaciones sofocadas de asombro y el cambio del olor de sus cuerpos, claras indicaciones de que estaban realmente maravillados. En cierto modo resultaba agradable pensar que todavía podía mostrar a estas dos almas tan experimentadas y tan cínicas algo que las moviera al asombro. También quería decir que tenía algo en común con ellos porque en este lugar había algo especial que también a él lo maravillaba, a pesar de la cantidad de veces que acudía allí, y lo había hecho muy a menudo desde que se había convertido en un Garra Sangrienta y tenía autorización para entrar en algunas de las zonas restringidas de El Colmillo. Se unió a ellos junto a la ventana y miró al mundo de allá abajo. Prácticamente el horizonte entero estaba ocupado por la curvada masa de Fenris, que resplandecía contra la fría oscuridad del espacio. Esta parte de la montaña, casi a la altura de la cumbre, sobresalía ya de la atmósfera y proporcionaba una vista sobre una vasta porción del continente polar de Asaheim. Por debajo de ellos podían verse los jirones de nubes, las montañas más bajas, los glaciares y los lagos como si estuvieran apoyados sobre un mapa ligeramente arqueado. Las faldas de la montaña se desplomaban por debajo de ellos hasta desaparecer entre un mar de nubes. —Había oído hablar muchas veces de que El Colmillo es una de las auténticas maravillas del Imperio —dijo por fin Sternberg con voz quebrada por la emoción—. Y ahora entiendo por qué. —Es realmente hermoso —terció su compañera. Por el olor de ambos Ragnar supo que eran sinceros. —Gracias por habernos mostrado este lugar, Ragnar —agradeció sinceramente


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