Revista Lectiva No. 20

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Héctor Abad Faciolince

manera más abstrusa y absurda posible. Es más. Hagamos un ejercicio: supongamos que Séneca vuelve a la vida y que desea publicar su pequeño tratado, De vita beata, en una revista cultural colombiana. Si el viejo Séneca se acerca a mí con su librito yo le diría que, para empezar, hay que cambiarle el título. Cuál Vita beata, hombre, póngalo Problematica y disyuntivas de la noción de beaticidad en el ámbito del existir. Y si me presenta este párrafo: “Si la república está tan corrompida que ya no se la puede ayudar, si está abrumada de males, no hará el sabio esfuerzos baldíos, ni, puesto que nada ha de aprovechar, se aventurará a la empresa de los negocios públicos”, yo le aconsejaría que lo transformara. Es demasiado claro, le diría, y aquí se piensa que todo lo que es claro es superficial. Si quieres que te publiquen eso, transfórmalo así: “Al interior de las modernas entidades estatales, cuando la mediación entre distintas instancias de poder está permeada por algunas prácticas no ajenas a aquello que podría definirse como disfunciones de la moralidad tradicional, no sería aconsejable que los sujetos que han estado expuestos a un continuum de formación formalizada en varias dimensiones se empeñaran en un intento intervencionista factual puesto que su ejercicio se añadiría a la entropía del caos imperante”. Si resucitara don Antonio Machado y viniera con la pretensión de que aquí le publiquen sus Decires y pensares, y me mostrara por ejemplo la frase: “Fue un hombre mujeriego y, acaso, también onanista; hombre, en suma, a quien mujer inquieta y desazona, por presencia o ausencia”, yo le diría, no, don Antonio, por favor, así todo lo suyo acabará en la papelera del director, dirán que es vulgarmente superficial; póngalo

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mejor así: “Nos referiremos a un sujeto que, en el común ejercicio de sus relaciones interpersonales, acudía a una reiterada repetitividad que estaba en la frontera de la obsesión por uno solo de los géneros, aquel de la receptividad femenina, en contraste con aquel de la agresividad masculina. Un sujeto, en suma, para quien la presencialidad o la ausencialidad del género receptivo acarrea la discontinuidad neuronal del pensamiento”. Pongamos un último ejemplo. Imaginemos que reencarna Cicerón y se acerca a proponer su De senectute. Allí escribe: “No estoy de acuerdo con quienes, desde hace algún tiempo, sostienen que el alma muere junto con el cuerpo y que la muerte todo lo destruye”. Entonces yo le diría, no, Marco Tulio, mirá, para publicar eso en Colombia es necesario que no vayas al grano tan directamente; te dirán que eres como un arroyo: claro y poco profundo. Ponlo hondo y oscuro como el río Magdalena. Por ejemplo así: “No es aceptable la afirmación metafísica que, apoyada en la falsa dicotomía cuerpo-alma, intenta demostrar la no factualidad de que el elemento mentalista de una conciencia imbuida de materialidad pueda ir más allá del supremo interrogante dialéctico del ser, que es el no ser”. Pues sí, eso es lo que publican las revistas culturales; y los que quieran ser publicados es mejor que se vayan adaptando. Por supuesto que estoy exagerando, porque la exageración es la única arma que uno tiene para hacerse entender de los enfermos de palabras. Aunque quién sabe, creo que estoy siendo demasiado claro, y no está de moda tomar en serio a nadie que sea claro. Los claros somos, simplemente, superficiales.

Medellín • Nº 20 • Diciembre de 2010


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