nº 13

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gordas", con su furgoneta, y no vio mejor ocasión para aprovechar el agua que comprar una docena de patitos variopintos y juguetones, que condujo al sótano, entre la rechifla del vecindario.

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¡Qué jolgorio para la chiquillería! Aquello era un incesante desfile para ver evolucionar a los patitos por el "estanque". Tentado estuvo Tancredo de cobrar entrada, pero rápidamente se disipó tal idea de su caletre al ver el regocijo de grandes y pequeños. El fontanero decidió posponer el arreglo de la avería para no acabar con el divertimento, y otro mes puso la cota del agua a ras del techo. Tancredo, en vista del empeoramiento del "hábitat", decid ió cuar a sus patitos; uno, remolón, al que intentaba coger con la

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no, hizo que perdiera pie en el único escalón que aún quedaba por cubrir por las aguas, cayendo a ellas. Tancredo no sabía nadar; su relación con el agua siempre había sido e s c a s a . Los submarinistas de una lancha "Zod ia c" de la Guardia Civil ex trajeron el cuerpo inerte de Tancredo, mientras por l a calle abajo

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