Revista Getsemaní nº 2

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Sabemos que las procesiones derivan, de entre otros orígenes, de los antiguos autos sacramentales: teatralizaciones populares que, en el interior de las iglesias o en los atrios, permitían al pueblo llano tomar parte vivaz en la representación de escenas religiosas. Era unir entretenimiento, participación y enseñanza. Nuestras procesiones de Semana Santa cumplen esa triple función: entretienen, facilitan l participación del pueblo en la liturgia de la pasión de Cristo y repiten año tras año enseñanzas fundamentales de la teología cristiana. Marco Pérez, como buen imaginero, unía también esas tres funciones en la realización de sus obras, De 1929 es “La última cena”, destruida en los días de la Guerra Civil. En madera de nogal, no quiso policromarla para que la propia madera transmitiera mejor la naturaleza del paso. Un paso que popularmente era conocido como “la merienda de negros”. ¿Saben ustedes por qué? Por el color negro del nogal que impregnó las figuras, ha dicho alguien. Quizás, pero yo creo otra cosa. A mí se me da por intuir una explicación más profunda. La voz popular tenía razón, pero sólo a medias; esa es mi hipótesis. Cuando Marco Pérez pensó el paso tan al natural, lo pensó radical y teológicamente natural, independientemente de los tostadas que al final quedaran las imágenes. Si ustedes se fijan en alguna foto antigua que testimonia cómo fue el paso verán que los apóstoles están en entrañable camaradería, abrazados por los hombros unos a otros. Jesús, de serena belleza, muestra las manos cinceladas por el trabajo de peón que hizo durante años. Parece hablar de algo profundo a sus amigos, reunidos en torno a una mesa larga, de fiesta como atestigua la cántara de vino a sus pies. Pedro mira preocupado al Señor por si no se ha dado cuenta de que Judas, sintiéndose indigno de participar en aquella fiesta, se va, mientras un joven Simón le mira extrañado. La hermandad es lo que representa la escena, la hermandad dichosa y alegre al oír de boca de Jesús que Dios, padre de todos, les ama; alegre y dichosa de saber que Jesús, el primogénito, los va a presentar al Padre. Ese es el auténtico significado teológico de lo que se instituyó en aquella última cena: la eucaristía, el sacramento de amor de Dios y de los hombres. Marco Pérez intuyó que los amigos debían celebrar aquello tan importante como lo hacían las gentes sencillas de su tierra, juntando a familiares y amigos en ¡una merienda! Ahí, en esa sencillez y en esa alegría está LA VIDA.

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