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A 30 (y un) años de mi libro Enrique Guzmán.Transformador y víctima de su tiempo

POR CARLOS-BLAS GALINDO*

En 1991, después de transcurrido un lustro de que el pintor Enrique Guzmán (1952-1986) se suicidara, fui invitado por mi colega y mentora Raquel Tibol (1923-2015) a escribir, para la colección Galería —coeditada por Conaculta, INBAL y ERA—, un libro sobre la obra de tan destacado artista. Inicialmente, quien haría el texto para este volumen sería el también crítico de arte y curador Olivier Debroise (19522008), quien había sido responsable, poco antes de aquella fecha, de una exposición retrospectiva dedicada a dicho autor. Debido a sus múltiples compromisos, Debroise prefirió no asumir tal encomienda, por lo que recayó en mí aquella labor Firmé un contrato en el que me obligaba a entregar, en un periodo no mayor a tres meses, mi escrito, una cronología de Guzmán, iconografía y, en fin, todo el contenido del libro. Por fortuna, tan pronto como comenzó a transcurrir ese lapso conté con el apoyo solidario de muchas personas, lo cual facilitó mi quehacer. Entre ellas, todo el personal de la galería Arvil (donde se cuenta con un amplio acervo de obras de Guzmán) y el del Centro Cultural José Guadalupe Posada (dependencia del INBAL que estuvo ubicada en la calle de Londres, en la Ciudad de México), así como con la ayuda de mi colega Olivier. En el Centro Posada se me facilitó el expediente que Debroise había integrado sobre Enrique (supongo que para la exposición de este artista que, recuerdo, se había presentado ahí), en el que hallé una formidable cronología, textos publicados acerca de la obra de Guzmán, listado de obras con nombres y datos de las personas propietarias, pero no fotografías. Al preguntar la razón fui informado que un trabajador del INBAL había extraviado, en un taxi, numerosas fotos (no pocas realizadas con el procesamiento instantáneo Polaroid; es decir, irrecuperables) en las que este artista aparecía.

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La cronología la incluí, modificada, en mi libro. También solicité se repro- dujeran, a manera de apéndices, los escritos de quienes se habían ocupado del trabajo de Enrique Guzmán antes de mí. Establecí contacto con quienes (además de los galeristas de Arvil) poseían pinturas de este artista y procedí a elaborar mi texto. Mientras me encontraba en aquella etapa, más de una persona (entre ellas, alguna coleccionista) me sugirió que, toda vez que entre las consecuencias de mi libro es- tarían la legitimación —concepto que no es de mis predilectos— de la obra de Enrique y el incremento de los precios de su producción, me resultaría “conveniente” adquirir todas las que pudiera comprar para así intervenir de manera directa en el proceso de especulación capitalista, que es tan usual en el ámbito de las artes plásticas, visuales y conceptuales. Entonces contaba con recursos financieros como para haber comprado tres), y no tanto por tivo, sino por los bajos precios que entonces tenían las pinturas empero, decidí no haber un par de tinta de este formidable que se ilustró un Tierra adentro, mismos no cuento y de los paradero. Le encomendé que nunca me entregó (tal vez por no le di algún dinero mi querido amigo, sitario y litógrafo 2020), me obsequió la autoría de Enrique ma y con imperfecciones (es decir, con un desfase en cuanto a la impresión de cada tinta a su paso por la prensa), misma que conservo. En efecto, con mi libro obtuve, por ejemplo, que en el INBAL hubiera interés por adquirir, para sus colecciones, obras de este artista. Cuando el doctor Gerardo Estrada (1946) fue director general de ese organismo gubernamental —entre 1992 y 2000—, me llamó por teléfono para solicitarme mi apoyo para tal efecto.

Poco después de que entregué mi escrito recibí un dictamen (anónimo, como se estila en el ámbito académico y en el editorial, pero que se sabe que fue elaborado por Raquel Tibol), en el que se me conminaba a hacerle algunas modificaciones a mi texto. En mi respuesta argumenté a favor de mis postulados, expliqué mejor en cierto caso y realicé un solo cambio. Y luego… nada. No tuve ninguna noticia durante meses, hasta que un día, la editora Alba Cama (1937-2003), por parte de ERA, me solicitó en llamada telefónica acudir a la casa de ella y del artista y diseñador gráfico Vicente Rojo (1932-2021), en la calle Dulce Olivia de la alcaldía Coyoacán, para revisar lo que se denomina “pruebas finas” de mi libro, formidablemente resuelto por Rojo, en colaboración con Rafael López Castro. La experiencia de convivir con Alba y Vicente en esta parte de la fase editorial del volumen fue deliciosa. Mi escrito estaba marcado, por Rojo —y con color rojo—, tan- to con los signos que se utilizan para el efecto, así como también con leyendas varias. Haciendo gala de suma paciencia por parte de él (y mucho sobresalto por la mía), resolvimos durante un par de sesiones lo que se requirió. Fue la gente encargada de la edición la que se ocupó de encomendar las fotografías de las obras de Guzmán y de hacer acopio de la iconografía que se incluye en el volumen. Y después… otra vez nada. Desde que entregué el texto para el libro hasta que se me informó que había sido publicado transcurrió un año. En el colofón se indica que su impresión y encuadernación finalizó el 15 de diciembre de 1992, ya en pleno periodo de vacaciones en las oficinas del gobierno, pero tal vez no en ERA ni en las empresas encargadas de hacer realidad mi libro.

Es probable que esa fecha haya sido acordada por razones del ejercicio del presupuesto gubernamental, pero lo cierto es que Enrique Guzmán. Transformador y víctima de su tiempo comenzó a ser distribuido en febrero de 1993, de ahí el título de esta colaboración para Palabra, con la que cumplo un año de publicar en estas páginas.

“Me acerqué a ella [Alejandra Guzmán] y, tras un breve saludo, me presenté. Le ofrecí una invitación impresa para mi conferencia y le solicité muy especialmente que acudiera a escucharme. Me hizo saber que ignoraba la existencia del pintor, homónimo de su padre”

Hubo cierta dilación para que me fueran entregados los ejemplares (pocos) que me correspondieron como autor, motivo por el cual compré uno de mis libros para mostrárselo a mi padre, el compositor Blas Galindo (1910-1993), quien para entonces ya tenía muy afectada su salud física y murió el 19 de abril de aquel año. El tiraje tuvo la inmensa cantidad de cinco mil ejemplares. Ignoro cuántos han sido vendidos. Sin embargo, con frecuencia me encuentro, en establecimientos especializados o en puestos de libros de segunda mano, con mi Enrique Guzmán, y a veces ubico algún volumen autografiado por mí. Entre las consecuencias de la edición de mi libro, con regularidad se me consulta sobre la atribución de autoría de algunas obras que circulan en el mercado del arte, la mayoría de las cuales son lo que se denomina “falsas”. Cuando escribí mi libro, la espléndida pintura Conocida señorita del club “La llegada de la felicidad” retratándose con sombrilla aún no había sido restaurada, razón por la cual no es reproducida en ese volumen, si bien en mi texto me refiero a ella. A 30 (y un) años de que mi libro fuera publi- cado, sostengo lo que en sus páginas afirmo, si bien es cierto que, durante estos tres decenios, he incrementado mis reflexiones en torno a la obra de Guzmán. Participé en presentaciones de mi libro en varias ocasiones. En una, en la ciudad de Aguascalientes, de donde es oriunda la familia de este artista, se me increpó por aseverar que él fue hijo de quien se hizo creer que era su hermana. Reitero aquí que, según información con la que cuento, mi aserción es verídica. Y agrego un dato más, del cual me enteré una vez que fue publicado mi trabajo: que Enrique Guzmán fue violado por su padre biológico en un cine de la citada ciudad. En la Feria Internacional del Libro de Guadalajara de 1993, Raquel Tibol participó conmigo en la presentación de Enrique Guzmán. Transformador y víctima de su tiempo. Y, entre las consecuencias de la publicación de mi libro, he sido invitado en múltiples ocasiones a fungir como conferencista para abordar la obra de este autor. Así ocurrió, por ejemplo, en 2015, cuando impartí la conferencia Aportes de Enrique Guzmán a la plástica mexicana en el Museo de Arte Contemporáneo Número 8 de la ciudad de Aguascalientes. Mientras era transportado vía terrestre junto con muchas personas más al avión que nos llevaría de la Ciudad de México al aeropuerto aguascalentense, detecté que, cerca de mí, estaba la cantante Alejandra Guzmán, quien se presentaría en el palenque de la Feria Nacional de San Marcos esa misma noche. Me acerqué a ella y, tras un breve saludo, me presenté. Le ofrecí una invitación impresa para mi conferencia y le solicité muy especialmente que acudiera a escucharme. Me hizo saber que ignoraba la existencia del pintor, homónimo de su padre; empero —y pese a la negativa de su asistenta— accedió a que nos hiciéramos una fotografía. No asistió a mi conferencia. Yo sí acudí a su espectáculo. carlosblasgalindo@yahoo.com

*Profesor-investigador de arte, crítico de arte, curador independiente, artista visual y conceptual

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