El final de la utopía

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cistas en Brasil, Argentina y Bolivia, la intervención brutal en la República Dominicana, la violencia contra las fuerzas progresivas, apoyada por el Pentágono con una abundante ayuda militar, los repetidos intentos de construir en el marco de la Organización de Estados Americanos un ejército intercontinental para aplastar la llamada infiltración comunista, los planes sociológicos inspirados por la CÍA, como el Plan Camelot en Chile, para fijar exactamente el potencial revolucionario de la América Latina y sus peligros, todo eso —por no citar más que algunos ejemplos— compone una estrategia política global que muestra claramente que el imperialismo norteamericano parte en todas sus acciones de la existencia de una situación crítica, objetivamente revolucionaria, en América Latina. Esta política represiva contrarrevolucionaria se puede resumir en tres puntos: 1. El sometimiento incondicional de los pueblos y de sus gobiernos neocoloniales al dictado del gobierno de los Estados Unidos. 2. La inapelable decisión de mantener las actuales estructuras de explotación. 3. La oposición radical a todo movimiento que se ponga como objetivo la alteración del sistema o meras modificaciones del sistema. En esos principios se basa la actual violencia contrarrevolucionaria, aplicada a escala continental contra el ascenso revolucionario de los países latinoamericanos. Esta dialéctica de oposición revolucionaria y contrarrevolución tiene su punto de partida en la revolución cubana. Ésta ha producido una situación cualitativamente nueva al acarrear una alteración de 152


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