La imagen de Cristóbal Colón en el arte latinoamericanodel siglo XIX

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do, de elegido, sumisión que él mismo manifiesta, pues su espada en la mano derecha, hacia abajo, señala que ante el poder terrenal y material está primero el divino. Es importante destacar que el peso espiritual recae en la figura de Colón, ya que no existe presencia alguna de religiosos dentro de la obra. Contraria postura muestran los marinos de la barca armada, acompañantes del desembarco, quienes aún permanecen dentro del mar, sin tocar en ningún momento tierra, incluso los que empujan la barca hacia ella. Todos miran en dirección horizontal, clara muestra de su materialismo, actitud propia de quienes después de 69 días de travesía6 hallan consuelo a su angustia en aquella tierra desconocida donde han depositado sus esperanzas; es necesario recordar que días antes habían intentado un amotinamiento contra su almirante, amenazándolo de muerte por arrastrarlos lejos de su lugar de origen en busca de un engaño.7 Así, dentro de la barca destaca un hombre con armadura, quien representa lo que después sería la conquista y la actitud de ataque propia de aquellos que llegaron en busca de oro, poder y títulos. Ambos planos se unen y, como parte del academicismo de la obra pictórica, otorga un discurso metafórico a cada plano y por ende a todo el conjunto. El tema y el contenido reflejan la conciencia social predominante en cada época. En síntesis, se presenta un nuevo asunto, que proporciona otro contenido e impulsa, por ende, hacia una forma nueva. La pintura romántica italiana ayudó al triunfo de la temática histórica8 mediante el lenguaje formal propio del estilo, otorgándole así una sensibilidad diferente a través de la representación subjetiva casi literaria del paisaje, la luz y el color elementos que terminan conformando la atmósfera. Dentro de la obra, el desembarco muestra esta clara conexión entre los planos detallados con anterioridad; por un lado cede a Colón una luminosidad en el fondo como el espacio terrenal que pisa, y por el otro ingresa al grupo humano de la barca armada aún dentro del mar acompañado de oleajes, lo cual ayuda a pronunciar los estados anímicos. Así, los elementos de la tela plantean aquella actitud divina y mistificada de la que es producto la figura de Colón en el siglo XIX. Para 1892 habían pasado cuatrocientos años desde aquel 12 de octubre de 1492, y por lo mismo era lógico pensar en que dicha compensación se produjera. El almirante deja de ser un personaje real para convertirse en una figura ideal. Se ha originado, así, una reforma en la manera de plantear este momento histórico, pues mientras más alejado de él, más se inventan los hechos y a sus actores.

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Pons Fábregues, 1911:32. Ibid: 34. Arias, 2000:24. 29


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