vez pintores latinoamericanos y pintores del mundo. Nada de raro tiene que entre nuestros cinéticos se cuenten algunos pioneros de esa tendencia. Nada de raro tiene que la realidad que ha vivido Pablo Barriga, aquí y allá, tenga tantos puntos comunes con la obra de tantos innovadores que viven la realidad de allá. Cabría esperar que esta exposición despierte polémicas. Es demasiado provocadora, iracunda, distinta. El espíritu acomodaticio, la sumisión a los cánones ya domesticados están ausentes. Tal vez no le perdonen a Pablo la audacia y tremendismo con que reinterpreta a Rubens y a Velásquez. O el tributo de reconocimiento que ofrece a los maestros de antier y hoy –Rothko, De Kooning, Schnabel, Salomé, Chia o Cucchi. O, la risueña seguridad que rebosa su determinación de seguir por la ruta que ha elegido. O, lo más probable, el desparpajo que resuman sus cuadros, “tan mal pintados, ay”, dirán. Pero, quizás el velo piadoso del silencio se despliegue. Es muy común entre nosotros disimular el desagrado y hacer como que no se perciben los sismos. Son avatares que arriesga la heterodoxia. Felizmente Pablo Barriga los conoce y admite en su real importancia. Sabe que está atentando contra el “buen gusto” reinante en los museos, galerías y colecciones. A lo mejor encuentra voces de estímulo y comprensión sincera para la aventura que ha decidido emprender, para su enorme voluntad de pintar, para su desbocada ambición de cubrirnos con sus imprecaciones y sus susurros, con 178
sus clamores y sus ternuras. que les preste mayor atención esos cantos de sirena. Y eso más importante, porque para zar caminos hay que mantener ánimo y en alto la resolución no importa lo que digan las buenas lenguas.
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Mario Monteforte, “La exposición de Pablo Barriga”, publicado en el Diario Hoy, 4 de septiembre de 1984. Salir provisionalmente de donde se está es un glorioso cambio, no tanto un viaje hacia afuera cuanto una inmersión hacia adentro. Para un artista, una beca viene a ser una herencia, ese tesoro enterrado que siempre han esperado los pobres. Pablo Barriga tuvo una beca; su exposición es el resultado. ¿Hubiera llegado a lo mismo? Tal vez sí, por más largos vericuetos y estertores; pero lo que importa es convertir al destino en posibilidad. A esta pintura no se llega pintando sino viviendo, pensando o atreviéndose a ser y a olvidar lo que se olvida. Hace mucho tiempo que el arte busca romper con lo clásico; lo clásico es el encuentro, no la búsqueda. Cuando se afirma que ya no existe la vanguardia es porque ya se descubrió, desde que pintaron bigotes a la Mona Lisa y se jugaron colores al cubilete de dados; una entrada fue ese clásico que es el surrealismo (cf. Dalí) y la otra todavía se está buscando desde que se vislumbró la primera. Porque el descubrimiento de hoy es que el arte no encuentra –como afirmó en un momento de su clasicismo Picasso- sino