Munduaren Argia

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En el balcón de la catedral de San Pedro dijo usted con voz temblorosa en su primera aparición, que, después del «gran papa Juan Pablo II», Dios había elegido a «un simple y humilde trabajador de la villa del Señor». Lo consolaba el hecho de que el Señor «sabe trabajar y actuar incluso con instrumentos insuficientes». ¿Fue ésa ya una expresión de modestia pontificia? A fin de cuentas, había buenas razones para su elección. Nadie enfrent6 como lo hizo usted como teólogo de forma tan abierta e intensa los grandes temas: el relativismo de la sociedad moderna, la discusión intraeclesial sobre las formas, razón y fe en la era de la ciencia moderna. Como prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe contribuyó usted a dar su impronta al anterior pontificado. Bajo su conducción surgió el Catecismo de la Iglesia Católica, uno de los enormes emprendimientos de la era Wojtyla. Si bien es verdad que tuve una función de conducción, no hacía nada solo, sino que podía trabajar en equipo. Precisamente como uno entre muchos que trabaja en la cosecha en la viña del Señor. Tal vez como capataz, pero igualmente como alguien que no está hecho para ser el primero y para llevar la responsabilidad por el conjunto. Lo único que me quedó, pues, fue que, junto a los grandes, tiene que haber también pequeños papas que den lo suyo. En ese sentido dije lo que en ese momento era realmente mi sentir.

Usted estuvo 24 años junto a Juan Pablo II y conoció la Curia como ningún otro. Pero ¿cuánto tiempo pasó hasta que se dio cuenta cabalmente de lo gigantescas que son realmente las dimensiones de este ministerio? Muy pronto se da uno cuenta de que se trata de un enorme ministerio. Cuando se sabe que ya como vicario, como párroco, como profesor, se tiene una gran responsabilidad, se puede hacer fácilmente una extrapolación para estimar qué enorme carga pesa sobre aquel que tiene responsabilidad por toda la Iglesia. Pero tanto más debe ser uno consciente de que no lo hace solo. De que, por una parte, lo hace con la ayuda de Dios, y, por la otra, en un gran trabajo conjunto. El Vaticano II enseñó con razón que la colegialidad es constitutiva para la estructura de la Iglesia, que el papa sólo puede ser el primero dentro del conjunto, y no alguien que, como un monarca absoluto, tome decisiones solitarias y lo haga todo por sí solo.

San Bernardo de Claraval escribió en el siglo XII, a instancias del papa Eugenio III, un examen de conciencia titulado De consideratione ad Eugenium Papam (Sobre la consideración, al papa Eugenio), Bernardo tenía una íntima aversión a la Curia romana y recomendó al papa sobre todo la vigilancia. Según Bernardo, en el trajín de los quehaceres el papa tiene que mantener la distancia, conservar la visión de conjunto y seguir siendo capaz de tomar decisiones frente a los abusos que rodean de manera especial a un papa. Bernardo manifiesta como su principal temor, sobre todo, «que, rodeado de ocupaciones, cuyo número no deja de crecer y cuyo fin no ves, endurezcas tu rostro», ¿Puede comprender usted ahora estas «consideraciones» por experiencia propia?


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