RUTILIO GRANDE - En Ecuador (1)

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Rutilio Grande EN ECUADOR (1)

En memoria del P. Rutilio Grande, S.J., en su beatificación, enero, 2022

David Chamorro Espinosa, S.J.


PRESENTACIÓN Avanzaban por el sector de “Las Tres Cruces”, cuando el P. Rutilio, Manuel y Nelson cayeron en una emboscada realizada por la guardia nacional del Salvador, que terminó con sus vidas. Como muchos días, estaban cumpliendo sus tareas pastorales. Iban rumbo a “El Paisnal”, tierra natal de Rutilio Grande. Era el 12 de marzo de 1977. Culminaba así la vida de un hombre sencillo, del campo, sereno, con andar acompasado y profundamente comprometido con el evangelio. Había enfrentado con valentía las injusticias que sufrían los vecinos del lugar. Fue descubriendo las exigencias de caminar junto a los que menos tienen y los riesgos que esto implicaba. Rutilio Grande García estuvo relacionado con el Ecuador, al cual conoció al viajar a Quito donde vivió de 1948 a 1951 junto a otros jesuitas de Latinoamérica que llegaban a la mitad del mundo para realizar sus estudios de humanidades. Cotocollao fue también el primer lugar donde ejerció la docencia y creció en la sabiduría que traen las letras. No fue el único momento de cercanía con nosotros. Ya sacerdote, vino para estudiar en el IPLA en medio de la época del postconcilio que resultaba difícil para algunos aceptar y adaptar al servicio sacerdotal que realizaban. Conoció a Monseñor Leonidas Proaño, quien le ofreció la oportunidad para conocer más de cerca las comunidades indígenas de la sierra centro ecuatoriana. Con gratitud nos unimos a la Iglesia salvadoreña y a la Compañía de Jesús en ese país, para celebrar la vida de este mártir, que junto a sus compañeros supieron dar testimonio del Jesús que entregó todo por los demás. Agradecemos al Hno. David Chamorro, S.J., quien ha elaborado este texto que busca reconocer los vínculos que tuvo con nuestra tierra. Fraternalmente en Cristo,

Gustavo Calderón Schmidt, S.J. Provincial

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…Porque estás vivo en el rancho, en la fábrica, en la escuela, creo en tu lucha sin tregua, creo en tu resurrección.

Carlos Mejía Godoy, Misa Campesina (1975)

Rutilio Grande García, S.J. (19281977) es recordado como un religioso sencillo y coherente, un celoso párroco, amigo de Mons. Óscar Romero (1917-1980) y, sobre todo, de los pobres. Su muerte in odium fidei evidenció el deterioro de la situación político-social en El Salvador. Para la Compañía de Jesús, su testimonio fue una conmovedora confirmación de la opción hecha por la CG 32: Fe y Justicia. Algunos jesuitas ecuatorianos recuerdan aún a aquel centroamericano afable y servicial que estudió y enseñó en Cotocollao. Años más tarde, Rutilio ratificó su opción por el “Eterno Señor de todas las cosas” (EE 98). Hombre del tercer binario y de la tercera manera de humildad, acompañó a su pueblo hasta dar la vida.

“Conocí” al P. Grande en 1989 (el mismo año de la muerte de Ellacuría y sus compañeros) cuando visioné Romero, la película protagonizada por Raúl Julia. Eran los tiempos del VHS: el párroco de Aguilares es interpretado por un actor estadounidense de teatro, Richard Jordan (demasiado alto para el papel, como me dijo en su día Gustavito Maldonado). Me impactaron los diálogos entre el jesuita y el arzobispo y la escena del martirio en aquel sendero rural. Este texto/homenaje no pretende resumir en detalle la biografía del nuevo beato de la Iglesia, sino ubicarlo en un contexto continental y resaltar su conexión con la Viceprovincia Ecuatoriana, con la praxis pastoral de Mons. Leonidas Proaño (1910-1988) y con la comunidad de Gaviñay en el cantón Penipe (Chimborazo). (1)

(1) Este artículo ha sido escrito gracias al estímulo e información proporcionados por Roberto Granja, S.J., quien me compartió la grabación de una entrevista al P. Carlos Vera, el compañero de misión del P. Grande en Gaviñay. Otro aporte esencial ha sido el del párroco de Penipe, P. Jaime Álvarez, a quien entrevisté en diciembre de 2021. Para recrear el contexto eclesial de los años sesenta y setenta he aprovechado algunos apartados de mi investigación doctoral en curso. Por razones de agilidad y dado que mi intención es más edificante que académica, he resumido al máximo las notas al pie.

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1. Un salvadoreño en Cotocollao

Rutilio Grande nació el 5 de julio de 1928, en El Paisnal, a 30 km de San Salvador. Quedó huérfano de madre a los cuatro años. Criado por su devota abuela, sintió la vocación al sacerdocio e ingresó en 1941 al seminario menor. A los 17 años, Rutilio solicitó ingresar a la Compañía. Los jesuitas autóctonos eran pocos, por lo que la Misión Centroamericana dependía de la Provincia de Castilla Occidental. No existía un noviciado en Centroamérica; por esa razón, Rutilio viajó a Venezuela y comenzó su “primera probación” el 22 de septiembre de 1945. Pronunció sus primeros votos en Caracas. (2)

El P. rutilio GRande, S,J, junto a sus padrinos de ordenación sacerdotal matrimonio guerricagoita (1959)

(2) José Baldeón y Juan Carranza, Padre Rutilio Grande. Profeta y mártir de América Latina (2016); Teresa Whitfield, Pagando el precio (San Salvador: UCA Editores, 1998).

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Cardenal Carlos de la Torre bendiciendo el edificio del colegio loyola, acompañado de varios jesuitas, jóvenes y mayores

Los superiores mayores de Centroamérica, Venezuela, Ecuador y Bolivia decidieron crear un filosofado común en el curso de una reunión con el asistente del P. General para América Latina (26 de octubre de 1946) (3). Por tanto, el próximo destino de Grande fue el “árido y polvoriento” Cotocollao. Allí estudió ciencias y humanidades en compañía de Luis Bayas, Luis Casañas y Gustavo Maldonado, entre otros (1948-1951). El viceprovincial era Pablo Muñoz Vega, S.J. y el rector de la casa, Carlos Riofrío, S.J. José Espinosa Pólit, S.J. era el ministro de los juniores y de los estudiantes de ciencias, mientras que su hermano mayor, Aurelio (rector de la Universidad Católica), ejercía el cargo de prefecto espiritual. El profesorado incluía a los padres Francisco Miranda (Castellano) y Mesías Silva (Química) y a los maestrillos Jorge Bravo (Latín, Griego y Geografía) y Flavio Vélez (Anatomía, Zoología, etc.).(4) Según el Catálogo, Rutilius Grande era el bibliotecario. El Diario del Colegio Loyola lo menciona en varias páginas. 14 de septiembre de 1949. Miércoles. Último día de vacaciones mayores. Van a la Armenia el R. P. Rector y los PP. Mejía, Calderón y Grande. 2 de enero de 1950 (La Armenia). Lunes. El P. Director fue a Quito y volvió a la hora del almuerzo. Mañana: paseo y baño. Los de 4º fueron a Alangasí con el P. Grande que vino anoche de Cotocollao. (…) Los PP. Maestros se fueron a Cotocollao a Renovación a las 6.15 en la camioneta del Hno. Canseco. (5) (3) José Jouanen, Historia de la Compañía de Jesús en la República del Ecuador, 1850-1950 (Quito, 2003), 756. [4] En el Catálogo de la Provincia Bética de 1949, Grande es mencionado en el grupo de los auditores scientiarum (pág. 50). Hay que señalar que el P. Janssens dispuso que los escolares añadieran a su formación un año de estudios científicos. (5)Diario del Colegio Loyola (1949-1953), caja “Loyola”, Archivo de la Prov. Ecuatoriana S.J. Los estudiantes del Loyola llamaban “padres” a todos los jesuitas que les daban clases, aunque fueran escolares.

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Como vemos, el escolar salvadoreño colaboró en la formación de los colegiales del “Loyola”. De hecho, enseñó Castellano en 4º curso (como recuerda un estudiante suyo, Manuel Espinosa, S.J.). La lectura del Diario y de la autobiografía del exjesuita Leonardo Cordero -compañero de Rutiliocomplementa los recuerdos de nuestros hermanos mayores. De esas fuentes emerge una gran casa de formación (casi noventa religiosos según el Catálogo de 1949) en la que dominaba una atmósfera de estudio, recogimiento y disciplina. Los escolares estaban divididos en gremios: novicios, juniores, filósofos, maestrillos… Todo -las clases, la recreación, el contacto con el mundo exterior- estaba reglamentado en detalle. Acerca del Colegio “Loyola”, el semillero vocacional de la Viceprovincia, Cordero es categórico: “El Loyola fue la mejor escuela de formación intelectual, ya que era la pupila de los ojos de los jesuitas, su seminario menor; tenía los mejores profesores y formadores". (6) Aquella formación clásica, concebida por los hermanos Manuel María y Aurelio Espinosa en fidelidad a la Ratio Studiorum y a las prácticas de Villagarcía, preparó sujetos devotos y traba-

Colegio Loyola el año de su inauguración, 1949 (6) Leonardo Cordero Jaramillo, Una vida llena de vida (Cuenca: edición del autor, 2011), 50.

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jadores, pero incubó en germen la futura crisis posconciliar (como lo reconoció Marco Vinicio Rueda, S.J. en 2001) (7) Grande atesoró sus experiencias en Ecuador. Comenzó su etapa de magisterio en el Colegio “Javier” de Panamá. De vuelta a El Salvador, fue profesor y prefecto de disciplina en su antiguo seminario (1951-1953). Continuó sus estudios en el Colegio Máximo de Oña (Burgos) y recibió la ordenación sacerdotal en 1959. Se matriculó en el Instituto “Lumen Vitae” de Bruselas para especializarse en Teología Pastoral (1963, en medio de la efervescencia del Vaticano II). Entró en contacto con una liturgia renovada que insistió en una mayor participación de los fieles, intuición confirmada por la constitución dogmática Sacrosanctum Concilium. El joven sacerdote estuvo en capacidad de hacer su propia síntesis teológica, basada en Lumen Gentium. Un elemento crucial era que el sacerdote debía escuchar y trabajar en conjunto con el santo pueblo fiel de Dios. No se podía concebir una verdadera pastoral al margen del pueblo y sus carismas propios (LG 32-34).

(7) Villagarcía de Campos (cerca de Valladolid) fue el noviciado emblemático de la Asistencia de España. Hacia el final de su vida, Marco V. Rueda miró retrospectivamente hacia los “días duros del posconcilio”. “La extrema fijeza de los años anteriores en la Iglesia de Dios y, como consecuencia, en la Compañía de Jesús y en nuestras casas de formación, hizo que, al reajustarse un tanto el armazón, se conmovieran de tal forma las bases que no tuvimos menos que sufrir un fuerte remezón. Perdimos casi toda la juventud que estudiaba en Europa y muchos jóvenes sacerdotes pedían la dispensa de sus compromisos…”, Testimonios 7 (Quito: CIPA, 2001), 39.

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2.

El posconcilio, 1965-1972

El P. Grande volvió a su país en 1965 y se incorporó al cuerpo docente del seminario “S. José de la Montaña” (confiado a la Compañía de Jesús en 1915). Los años siguientes ocupó sucesivamente los cargos de prefecto de estudios y de disciplina en esa casa de formación. Estamos en el pontificado de Pablo VI (1963-1978), el responsable de guiar a la barca de Pedro en medio de las aguas tumultuosas del posconcilio. Su encíclica Populorum Progressio (1967) supuso una fuerte llamada de atención sobre la justicia social. Pedro Arrupe gobernaba a la Compañía de Jesús desde 1965. (8) La recepción del Concilio coincidió con un kairós, los años de mayor actividad de los “santos padres de América Latina".(9) Helder Câmara, el obispo de sotana raída del Nordeste brasileño, conquistó la atención mundial merced a su lucha por los Derechos Humanos y su crítica del desarrollismo. Después de la muerte del impulsor del CELAM, Mons. Manuel Larraín, el organismo continental renovó su directiva. Eduardo Pironio ocupó la secretaría general y Pablo Muñoz Vega, la primera vicepresidencia. Mons. Proaño presidió un área esencial, el Departamento de Pastoral de Conjunto. Esos prelados hallaron en el Vaticano II las herramientas conceptuales que necesitaban para emprender los cambios que juzgaron necesarios. Comprendieron que para la aplicación del Vaticano II se debía contar con la dimensión profética de todo el pueblo de Dios. La justicia social era uno de los temas que concitaba mayor atención, en medio de una creciente agitación popular. La Acción Católica se agotó y sus instituciones languidecieron o se volvieron irrelevantes al cabo de una generación. El laicado necesitaba nuevos modelos de organización y acción. La juventud buscó nuevas formas de compromiso, más abiertamente político (la revolución). Estas y otras tensiones sacudieron a la Viceprovincia Centroamericana de la Compañía de Jesús, que se polarizó entre los “jóvenes” de vanguardia y los “mayores”, más cautos.(10) Otro leitmotiv de aquellos años fue la necesidad de concientizar al pueblo explotado para que sea el protagonista de su propia liberación. El sacerdote diocesano José Inocencio Alas organizó unos cursos sobre la justicia y la paz a la luz de Medellín; la iniciativa generó resistencias en los sectores conservadores. Mayor impacto tuvieron los cursos organizados por el Instituto Pastoral para América Latina (IPLA), con sede en Quito. Para muchos teólogos y agentes de pastoral, sacerdotes, religiosas y laicos, el IPLA fue “la ventana que nos hizo descubrir a América Latina y su Iglesia”.(11) Su tarea antes y después de la conferencia de Medellín (1968) fue doble: rescatar lo mejor de la religiosidad popular y promover una pastoral liberadora. [8] Peter Hebblethwaite, Paul VI. The First Modern Pope (New Jersey: Paulist Press, 1983); Pedro Miguel Lamet, Arrupe. Un profeta para el siglo XXI (Madrid: Temas de Hoy, 1989). 9) José Comblin, “Los santos padres de América Latina”, Concilium 5, no 13 (noviembre de 2009): 653-664. (10)Whitfield, Pagando el precio, 101. Similares tensiones se registraron en la Viceprovincia Ecuatoriana. (11) Pedro Trigo, S.J., en conversación con el autor, abril de 2021.

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Mons. Chávez y González, Mons. Romero, Mons. Rivera y Damas y el P. Rutillo Grande

En ese contexto de efervescencia eclesial, Grande innovó la formación pastoral de los seminaristas. Concibió experiencias de “inmersión” en las comunidades donde los jóvenes ejercían su apostolado. Escuchando al pueblo, los seminaristas se aproximarían a la Realidad y a las necesidades de la Iglesia local. Otra iniciativa fue la coordinación de la Semana Nacional de Pastoral de Conjunto (San Salvador, julio de 1970). Esos conatos renovadores coincidieron con la crisis posconciliar que afectó también a la Iglesia salvadoreña, en medio de expresiones de contestación, abandonos del sacerdocio y una buena dosis de paranoia anticomunista. En 1971, cuando se hablaba de que el P. Grande sería nombrado rector del Seminario “S. José de la Montaña”, los obispos informaron al viceprovincial, Miguel Estrada, S.J., que ya no serían requeridos los servicios de los jesuitas en esa casa de formación. Según Whitfield, Grande había cometido un “traspié”: en un sermón pronunciado el 6 de agosto (fiesta nacional) expresó sus reservas sobre el lema de la República, “Dios, Unión y Libertad”, lo que causó malestar en el estamento militar. Mons. Oscar Arnulfo Romero, secretario de la conferencia episcopal y amigo de Grande, le explicó a Estrada que el traspaso de la dirección del seminario al clero diocesano era parte del “proceso de madurez de la vida eclesial del país” (12) El impasse tuvo varias aristas, pero quedó claro que la etapa de Rutilio Grande como formador había llegado a su fin.

(12) Los obispos estaban preocupados por que percibían una creciente contestación entre los seminaristas (un fenómeno continental). Por otra parte, temían las consecuencias “izquierdizantes” de los métodos ensayados por Grande, Whitfield, Pagando el precio, 101-105.

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3.

El influjo continental del obispo de los indios

Mons. Leonidas Proaño fue uno de los firmantes del Pacto de las Catacumbas (16 de noviembre de 1965) y un animador de la conferencia del CELAM en Medellín. Se convirtió además en la conciencia crítica, a veces intempestiva, de la Conferencia Episcopal Ecuatoriana. Después del Vaticano II, diseñó con sus colaboradores un Plan de reconversión pastoral a largo plazo. El espacio privilegiado para pensar la Iglesia de Riobamba fue el Hogar “Santa Cruz”. Inaugurado en julio de 1968, fue la sede de un vibrante equipo misionero que recorrió las comunidades para hacer vida un plan pastoral que buscó tres objetivos: a. Promover la Iglesia como comunidad y la pastoral comunitaria. b. Promover las CEBs (comunidades eclesiales de base). c. Desatar un proceso de concientización (13)

mons. leonidas proaño

(13)Un documento de 1984 define a Santa Cruz como un “lugar de encuentros, diálogos, cursos a todo nivel, locales, nacionales, internacionales”, Jorge Moreno y María José Abad, “Caminar pastoral de la Iglesia de Riobamba, 1954-1984”, 12, carpeta “Obispo Leonidas Proaño”, fondo “Muñoz Vega”, Archivo de la Prov. Ecuatoriana S.J.

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A la luz de Lumen Gentium, Christus Dominus y Presbiterorum Ordinis, Proaño comprendió que la Iglesia local debía experimentar una radical transformación hacia una organización comunitaria. Reorganizó los consejos diocesanos y dividió las parroquias en sectores, en función de la capacidad de acompañamiento pastoral de su equipo. Los sacerdotes debían aprender a trabajar con otros: “Comprendí que los sacerdotes habíamos sido acaparadores de todos los carismas en la Iglesia, que nos habíamos convertido, en vez de servidores, en dominadores del pueblo y que los laicos estaban llamados a jugar un papel preponderante" .(14) En su ponencia en Medellín, Proaño constató la insuficiencia de las clásicas estructuras parroquiales y criticó tanto el “reparto derrochador de sacramentos” como la religiosidad popular alienante. (15) Los sacerdotes que no estuvieron de acuerdo con su línea pastoral abandonaron la diócesis. Los que se quedaron (Jaime Álvarez y Carlos Vera, entre otros) conformaron un Equipo Misionero que ensayó sus métodos con la población mestiza de Guano y Penipe. Con reflexión y paciencia, los colaboradores del obispo (sacerdotes, religiosas y seglares) consolidaron un método original de evangelización basado en el Ver, Juzgar y Actuar, que Proaño aprendió de la Juventud Obrera Cristiana durante sus años de sacerdote diocesano en Ibarra. El Hogar “Santa Cruz” irradió un espíritu, un impulso que atrajo colaboradores de otras latitudes. Dos de ellos fueron los jesuitas Alfonso y Julio Gortaire, quienes pidieron con insistencia a su viceprovincial, Marco V. Rueda, que les destinara al trabajo directo con indígenas. Se establecieron en San Pedro de Guamote (habitado por dos mil blanco mestizos y veintitrés mil indígenas) en 1971 y formaron un equipo con las religiosas lauritas. (16) Se forjaba en Chimborazo una Iglesia viva, conformada por células, las comunidades, frecuentemente pequeñas y pobres dispersas por las montañas, valles y páramos.

p. Julio Gortaire, S.J. (1983) (14)Leonidas Proaño, Creo en el hombre y en la comunidad (Quito: CEN, 2001), 100. (15)“Si (los fieles) tributan culto a los santos, encienden velas delante de sus imágenes… ¿no será porque están buscando adormecer sus dolores y angustias con la Religión como opio del pueblo?” Según Proaño, el pueblo explotado no entiende el lenguaje del clero, pero sí el del marxismo; “los curas tampoco entienden el lenguaje popular, ya que lo olvidaron en el seminario”, Leonidas Proaño, “Coordinación pastoral”, en II Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, La Iglesia en la actual transformación de América Latina a la luz del Concilio. I. Ponencias (Bogotá: Secretariado General del CELAM, 1969), 251-269; aquí, 254. (16)“Guamote, ¿por qué? En parte, porque veíamos que el Obispo nos iba a entender... nos gustó Monseñor Proaño”, Julio Gortaire, Testimonios 6 (Quito: CIPA, 2001), 22-25.

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La obediencia a sus superiores y su inclinación por la pastoral condujeron al P. Grande al trabajo parroquial. Para prepararse, dirigió su mirada nuevamente al Ecuador y decidió tomar cursos en el IPLA, en compañía del P. José I. Alas. (17) Estamos a inicios de 1972: el Instituto animado por Mons. Proaño había graduado ya a más de cuatrocientos agentes de pastoral. Destaco el aporte del P. Segundo Galilea quien organizó decenas de encuentros para compartir temas de pastoral y espiritualidad, junto a profesores de la talla de Enrique Dussel y José Comblin. Galilea resaltó el influjo del prelado nacido en San Antonio de Ibarra en la renovación posconciliar: “Proaño no será sólo Obispo de Riobamba; será también un Obispo de significación latinoamericana”. (18) Taita Leonidas concibió la pastoral de conjunto como la articulación de la misión litúrgica y la misión de la caridad/justicia, partes de una sola misión, la edificación del Cuerpo de Cristo. Esa doctrina y praxis atrajo la atención de Grande (un convencido de la pastoral de conjunto). Durante sus estudios en Quito se familiarizó con la Teología pastoral de Medellín y con las tesis de Paulo Freire. Otro punto de contacto entre el jesuita salvadoreño y el obispo de Riobamba fue la integración entre el Evangelio y las Ciencias Sociales: la Historia y la Geografía permiten descubrir la irrupción de Dios para liberar a su pueblo. Culminados los cursos en el IPLA, los padres Grande y Alas se dirigieron a Santa Cruz, listos para participar de una experiencia misionera que les permitiese aplicar lo aprendido. El P. Vera recuerda que, en agosto de 1972, el P. Rutilio fue destinado a una comunidad campesina del sector de Penipe: Gaviñay. En la próxima entrega, conoceremos sobre el paso del jesuita salvadoreño por esta comunidad campesina del norte de Chimborazo.

comunidad de Gaviñay - penipe (2017) (17)Carlos Vera, en conversación con Roberto Granja, S.J., diciembre de 2021. (18)Segundo Galilea, “Monseñor Proaño y el CELAM. El Instituto Pastoral itinerante”. En Leonidas Proaño. 25 Años Obispo de Riobamba, 245-248 (Riobamba: Instituto Diocesano de Pastoral, 1979).

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CRÉDITOS DE LAS FOTOGRAFÍAS : Foto de la portada tomada del website/ https://twitter.com/RobertEllsberg/status/1238054479 301423106/photo/2 Página 3, foto tomada del website/ http://www.elindependiente.sv/2020/02/23/iglesiasalvadorena-celebra-anuncio-de-beatificacion-desacerdote-y-laicos-asesinados/ Página 4, información tomada del libro: "Rutilio Grande" Mártir de la Evangelización rural en El Salvador. Autor: P. Rodolfo Cardenal, S.J. (página 21) Páginas 5 y 6, Centro Cultural Biblioteca Ecuatoriana Aurelio Espinosa Pólit, cortesía de P. Iván Lucero, S.J. y Pablo Rosero. Páginas 7 y 9, documento XXX Aniversario P. Rutilio Grande “Palabra comprometida con los pobres”. Página 10, diario El Universo. Página 11, Fundación Acción Integral Guamote. Página 12, captura de video Jesuitando- episodio 9 (2017) del P. Edwin Moscoso, S.J. DISEÑO Gráfico: Oficina de Comunicación Curia Provincial, Armida Mera.

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"El P. Rutilio Grande fue un jesuita de dimensiones humanas y religiosas insospechadas. En su debilidad encontró su grandeza. La mayor parte de su vida transcurrió en el silencio y la humildad de quienes se van haciendo paso a paso compañeros de Jesús." Arturo Sosa, S.J.

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