Revista de la Archicofradía del Apóstol Santiago
Número 61
SIGNOS Y DISTINTIVOS DE LA PEREGRINACIÓN EN LA ICONOGRAFÍA DEL APÓSTOL SANTIAGO Ángel González Fernández Presidente de la Archicofradía Universal del Apóstol Santiago
P
or razones obvias, el Apóstol Santiago no pudo ser peregrino jacobeo. Esto no obstante, a la hora de configurar sus imágenes se produce una transferencia iconográfica en virtud de la cual los signos y distintivos de los peregrinos jacobitas conforman la figura del Apóstol y dan caracterización a sus representaciones. Esta sucede, no solo a la hora de configurar la imagen del llamado Santiago Peregrino, su representación más habitual, sino que esos distintivos se hacen también de algún modo presentes en casi todas las demás representaciones suyas, como aquellas que hacen referencia a su vida como apóstol del Señor o aquellas otras que le representan como legendario caballero en batalla. Este hecho y sus porqués (algo que sin duda está requiriendo un análisis más detenido del que ahora mismo cabe) se patentiza plenamente ya a la vista de las tres representaciones icónicas de Santiago que aparecen en el retablo de la capilla mayor de la catedral compostelana. Quizá haya que reputar como insólito el caso de un retablo mayor en el que aparece en tres versiones distintas, y a través de sendas imágenes exentas, el santo titular de un templo. En el caso de la capilla mayor de la catedral compostelana este hecho obedece sin duda al intento de presentar iconográficamente las tres grandes dimensiones en que se articula la figura del apóstol Santiago el Mayor: el peregrino, personificación y alma de la peregrinación, el caballero y el apóstol, evangelizador de occidente.
Pero el hecho es que el Santiago Peregrino, desde su posición central en el retablo (central en lo que es, desde luego, la disposición de los espacios, pero también en el aspecto propiamente temático, como corresponde a una catedral, proyectada como santuario de peregrinación), este Santiago peregrino, digo, se proyecta, con sus símbolos característicos, sobre el Santiago caballero, al que se transfieren varios de los distintivos de la peregrinación, y se proyectan igualmente sobre la imagen del propio Apóstol, que, en la parte inferior del retablo, ya sobre el altar,
irá recibiendo sucesivas transformaciones morfológicas, a lo largo de los siglos, que harán de él, en su apariencia y distintivos, otro peregrino. Estamos ante el caso del Apóstol que deviene peregrino, quizás con ánimo de que se logre así, por parte de los propios peregrinos que llegan a él y le abrazan, un nivel de identificación plena con la figura del santo cuyas reliquias han venido a venerar. Es bien sabido que la figura del apóstol Santiago se articula en dos grandes dimensiones: la propiamente biográfica, su vida, diríamos, y otra, de no menor trascendencia: la que comienza inmediatamente después de su muerte en cruel martirio, con el relato del traslado de sus restos mortales a Galicia y, a partir de ahí, su amplísima proyección compostelana. La primera de estas dos dimensiones es de clara fundamentación bíblica, si bien en ella se introducen también elementos biográficos de no tan autorizada constancia, aportados por la tradición y fundados, así, más que en el dato empírico, en la fe aseverante y rendida de los creyentes cristianos de todas las épocas, con el consiguiente reconocimiento a nivel de culto. Nos referimos, por ejemplo, a su acción evangelizadora en el Occidente y, singularmente, en la Península Ibérica, o la misma aparición de la Virgen María, cuando todavía estaba en carne mortal, para reconfortar al Apóstol, a orillas del río Ebro. La segunda dimensión constituyente de la figura del Apóstol Santiago, la propiamente compostelana, tiene su referente fundamental en el hallazgo y enterramiento del cuerpo del Apóstol y, a partir de ahí, el fenómeno de la peregrinación a su sepulcro, un hecho de gran alcance europeo y universal. Desde el punto de vista iconográfico esta segunda dimensión y, dentro de ella, lo referido a la peregrinación y su amplia temática es la que se impone hasta casi conferir, como decimos, un cierto sentido unitario y homogéneo al conjunto de las representaciones iconográficas del Apóstol. Se produce una auténtica reconstrucción retrospectiva de su figura y aspecto, 5