La biblia de las brujas 2 el camino de las brujas

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democrática honrada por el tiempo, no sólo debe hacerse justicia, sino que debe discutirse cómo se ejecuta. La expulsión real puede ser pronunciada por la suma sacerdotisa o por el sumo sacerdote. En el mismo momento debe decirse al culpable que podrá ser readmitido, si lo pide, después de un año y un día, y tam­ bién que seguirá siendo un brujo o bruja incluso aunque sea expulsado, porque eso es algo de lo que nunca puede ser despojado. Si (como hemos sabido que ocurre) un culpable rehúsa enfrentarse a la suma sacerdotisa o al sumo sacerdote y aceptar su expulsión, entonces puede hacerse por carta; pero deberá celebrarse el encuentro si es posible. En circunstancias muy especiales, la suma sacerdotisa puede deci­ dir readmitir al culpable antes de un año y un día, pero no debe hacerse a la ligera pues debilita el respeto que infunde la expulsión. Si el culpa­ ble solicita la readmisión a su debido tiempo, sólo se le concederá si ha entendido y lamentado sinceramente la ofensa y hace las reparaciones necesarias. No hace falta decir que un brujo expulsado no puede intentar unirse a otro conventículo mientras la expulsión esté en vigor, y que la suma sacerdotisa que acepte a sabiendas a un brujo expulsado estaría infrin­ giendo el código del arte, a menos, naturalmente, que esté convencida de que el conventículo que lo expulsó era corrupto, irresponsable o negro, y que esa convicción esté rigurosamente fundamentada. La mera creencia de que la expulsión fue injusta no es suficiente. El lugar en que se practica el ocultismo, no es preciso recordarlo, ad­ quiere una carga psíquica; si sus practicantes se trasladan de lugar sin tener en cuenta lo que dejan detrás, podría muy bien convertirse en un lugar‘embrujado\ Las personas que después lo utilicen por motivos nor­ males pueden encontrarse con fenómenos que les asusten o les dejen perplejos, sobre todo si son psíquicamente sensibles y nerviosos, incluso si las actividades de las que esos fenómenos constituyen ecos posteriores fueron benignas. Así pues, cuando se abandona la sede de un conventículo, el último círculo se dedicará enteramente a ‘cerrar el templo’ y a realizar los tra­ bajos necesarios para asegurar que nadie que vaya a vivir en la casa reciba otra cosa que las‘vibraciones’ favorables que había antes ni expe­ rimenten ningún fenómeno que pueda asustarles o turbarles. En nuestra opinión se trata de una cuestión de buena educación y disciplina, y es igual de importante que dejar la casa perfectamente limpia y bien cuidada para los próximos ocupantes.


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