La Cordillera 688

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10 24 DE SEPTIEMBRE DE 2009

la dinámica del pataleo Por: Lcdo. Orlando Maldonado En la Asamblea del Colegio de Abogados de Puerto Rico celebrada hace un par de semanas en un hotel de Fajardo, la oradora principal, una escritora muy reconocida que aunque no nació aquí se siente tan puertorriqueña como cualquiera de nosotros, utilizó durante su discurso la palabra “pataleo” para referirse a la actitud que asumen muchas personas cuando enfrentan los problemas cotidianos. Decía la susodicha que esa manía de quejarnos de todo y por todo nos ha convertido en ciudadanos inoperantes en momentos en que nuestra sociedad requiere de hombres y mujeres capaces de provocar un cambio de rumbo. Dándole pensamiento al asunto, creo que tiene más razón que el cará. Y es que en este país, todo el mundo se queja, pero muy pocos hacen algo para resolver. Nos quejamos del tapón diario, del gobierno, de los legisladores, de los vecinos, en fin, de todo y de todos. Entonces surge el pataleo como una solución mágica. Pero lo triste del caso es que en ese pataleo inconsecuente consumimos todas nuestras energías creando, sin darnos cuenta, una muralla que nos im-

pide avanzar hacia un mejor futuro. Queremos que las cosas cambien, pero nos negamos a cambiar. El pataleo es protesta sorda cuando denunciamos las injusticias de una manera “light”. Ese esfuerzo liviano no es suficiente. Pataleando por patalear jamás encontraremos un norte, ni mucho menos desarrollaremos una verdadera visión de país. Mientras la lucha organizada requiere de compromiso serio y de acciones continuas, para el pataleo cualquier momento es bueno, sobre todo, sino estamos obligados a hacer mayores sacrificios. En la actualidad, alrededor del mundo están ocurriendo importantes movimientos de protestas, sin embargo, en Puerto Rico, salvo raras excepciones, la desmovilización es la orden del día. No solo nos estamos quedando atrás cuando somos incapaces de frenar una desaceleración económica que nos empuja inevitablemente hacia un abismo desconocido, sino que ni siquiera podemos encaminar una lucha articulada de manera que nos hagamos respetar de nuestros gobernantes inmediatos y sobre todo, del resto del planeta. Ni el alto costo de la vida, ni el empeño constante del ente gubernamental de recetar medicina

amarga contra los cuidadanos generan una desesperación colectiva que ayude a encender la llama de una verdadera lucha. Nos imponen nuevas contribuciones, nos dejan sin trabajo, nos quitan la tierra, censuran descaradamente los libros de textos en las escuelas, militarizan el país, intentan traquetear con la Constitución y, ¿qué hacemos al respecto? Solo pataleamos. Pero eso tampoco nos motiva en la búsqueda de la justicia y la igualdad. Por el contrario, nos conformamos con las dádivas que recibimos de otros. Como diría el rey de los mantenidos: “con eso nos da y nos sobra para pasarla bien”. Y como bien consigna el refrán colonial: pueblo que se divierte no conspira. Por alguna injusta razón no nos damos cuenta de que mientras más abusamos del derecho al pataleo más nos alejamos el resto del mundo. Como quiera que lo veamos, la decisión está en nuestras manos, o continuamos cultivando la dinámica del pataleo, so pena de quedarnos solos, o superamos ese nivel de inconformidad y apuntamos en una dirección diferente que nos permita reactivarnos permanentemente en una lucha de conciencia. No hay otra alternativa.

Es nuestro deber saludar conscientemente Por: Heriberto Collazo Hernández Son muchas las ocasiones que me he encontrado con personas que al llegar a un grupo saludan, pero no tienen conciencia a quién han saludado. Es como si fuera algo mecánico sin mirar, lo hacen por costumbre y aunque parece que somos educados y que estamos haciendo lo correcto, la verdad es que me quedo sorprendido porque al cabo de unos minutos me saludan con afecto y cariño sin percatarse que hace un rato me habían saludado. Tenemos que tener mucho cuidado porque a veces me ha pasado que estando en un mismo lugar con personas con las que he cruzado palabras, después de unos días, me reclaman por qué no asistí a una actividad en un lugar y en un momento dado. Pasamos un rato de confraternización sin darnos cuenta con quiénes estamos dialogando. Parece absurdo, pero es mi experiencia, inclusive personas allegadas, que se encuentran a nuestro lado son

las que se dan cuenta de lo que sucede y son ellos los que me comentan tales situaciones. Nuestras relaciones humanas dan la impresión de ser algo así como ir a comprar algún producto y aunque veamos otros en la trayectoria, los tocamos, pero los echamos a un lado porque no nos interesan. No somos objetos que no nos interesan, por el contrario soy y eres prójimo el que debe tener un sitial de preferencia en nuestras vidas. Si estas situaciones nos ocurren con quienes tenemos más afinidad por que pertenecemos a un mismo grupo imagínate lo que pasará con el prójimo que no conocemos. Hay personas que se sienten mal al no recibir un saludo y nunca lo expresan, pero otros se acercan y dicen: “Mira salúdame o acaso yo dormí contigo”. Sería bueno que cada vez que saludemos miráramos al otro a sus ojos lo que nos permitirá identificarnos realmente con el que saludamos. Al identificarnos con un buen saludo estaremos en mejor disposición de pasar un rato de más calor humano que tanta falta nos hace. Las relaciones humanas que tan deterioradas

están pueden resurgir con mejores raíces si nos tomamos en serio este asunto que parece que a nadie le preocupa. Si estás de acuerdo conmigo de ahora en adelante esfuérzate por saludar al que tienes a tu lado, pero con un verdadero sentido de que a quién estás saludando es un ser al que le debemos el mayor de los respetos porque es el prójimo que Dios ha querido que esté a nuestro lado en ese momento. Conviértelo en uno muy especial ya que habrás conocido un ser que Dios puso en tu camino para cumplir por amor el primer mandamiento de amar a Dios sobre todas las cosas y a tu prójimo como a ti mismo. Tu prójimo es aquél que vive contigo en el hogar, tus familiares cercanos, vecinos y quiénes conoces. Pero tan prójimo como los antes mencionados son los que se sientan a tu lado en la iglesia, en una fiesta, en la guagua, en un avión o en cualquier lugar que haya una persona aunque tú no la conozcas. Recapacitemos y demos el valor real que tenemos y tienen los demás, es un don de Dios del que todos somos partícipes.


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