PANDEMONIUM – LAUREN OLIVER GRUPO ‘PDP’
Caminamos en silencio, aunque el hombre rata se para de vez en cuando y chasquea la lengua como si llamara a un perro. En cierto momento se agacha, saca de los bolsillos del abrigo trozos de galletas aplastadas y los esparce por el suelo entre las vigas de madera de las vías. De los rincones del túnel emergen las ratas: olisquean sus dedos, se pelean por las migajas, suben de un salto hasta sus palmas abiertas y corren hacia arriba por sus brazos hasta los hombros. Es horrible verlo, pero no puedo apartar los ojos. —¿Cuánto tiempo llevas aquí? —pregunta Julián cuando el hombre rata se pone derecho otra vez. Ahora oímos a nuestro alrededor un sonido de uñas y dientes pequeñitos, y la linterna ilumina rápidas sombras que se revuelven. Me entra un pánico repentino a que las ratas me rodeen por todas partes, hasta por el techo. —No sé —contesta el hombre rata—. He perdido la cuenta. A diferencia de las otras personas que han construido su hogar en el andén, no tiene deformidades físicas visibles. No puedo remediarlo y lo suelto: —¿Por qué? Se vuelve hacia mí de golpe. Durante un minuto no dice nada y los tres nos quedamos ahí, en la asfixiante oscuridad. Respiro rápidamente, con la garganta áspera. —No quise que me curaran —replica finalmente, y las palabras suenan tan normales, tan propias de mi mundo, de la superficie, que el alivio se abre paso en mi pecho. Después de todo, no está loco.
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—Yo ya estaba enfermo —responde el hombre rata. Aunque no puedo verle la cara, siento que sonríe levemente. Me pregunto si Julián estará tan sorprendido como yo.
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—¿Por qué no? —pregunta Julián. Otra pausa.