Proceso

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N A R COT RÁFI C O

Torturador impune GLORIA LETICIA DÍAZ ace tres años que Miguel Ángel Mesina López no descansa. Por las noches tiene pesadillas y, cuando está despierto, en ocasiones lo asaltan en su mente episodios que preferiría olvidar: las sesiones de tortura a que fue sometido en presencia del entonces secretario de Seguridad Pública de Tijuana, Baja California, el teniente coronel Julián Leyzaola Pérez, quien hoy ostenta el mismo cargo pero en Ciudad Juárez, Chihuahua. “De pronto se me vienen imágenes de lo ocurrido y hasta lloro al recordar la tortura”, cuenta en entrevista con Proceso. Mesina López, hombre de 52 años que entregó 25 a la Policía Municipal de Tijuana, forma parte de un grupo de 25 exmiembros de esa corporación que tienen demandado a Leyzaola por detención arbitraria, abuso de autoridad y tortura. Entre el 21 y 27 de marzo de 2009, los 25 agentes fueron enviados al XXVIII Batallón de Infantería, adscrito a la II Zona Militar en Baja California, por órdenes de Leyzaola y del capitán Gustavo Huerta, entonces director general de Policía y Tránsito y ahora sustituto del teniente coronel al frente de la

Fotos: Miguel Dimayuga

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“El Teo” y “El Muletas”. Reto a la autoridad

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Secretaría de Seguridad Pública de esa ciudad fronteriza. Exjefe de la delegación de policía de San Antonio de los Buenos, Mesina López recuerda lo vulnerable que se sintió cuando escoltas del capitán Huerta, “por órdenes del secretario Julián Leyzaola”, lo desarmaron a él y a otros dos de sus compañeros, Gerardo Garduño Escobar y Raúl Delgado Rivera, y los condujeron al XXVIII Batallón de Infantería. En el cuartel militar, Leyzaola encontraría al resto de los 25 policías, quienes habían sido despojados de sus pertenencias, inmovilizados de pies y manos y cubiertos los ojos con cinta industrial. Cuenta Mesina: “Lloro al recordar cómo unos tres hombres me golpeaban en el cuerpo: costillas, estómago, rodillas, muslos, mientras uno me ponía una bolsa de plástico en la cara para asfixiarme; luego los toques eléctricos en los genitales y después una pistola en el pecho mientras cortaban cartucho. Y más tarde, oigo la voz de una persona que dice a otra: ‘¿Cómo ves a estos cabrones?’… La voz de Julián Leyzaola”. Los expolicías aseguran que fueron torturados para intentar obligarlos a firmar declaraciones donde se les hacía aceptar que

tenían vínculos con el narcotraficante Teodoro García Semental, El Teo, y añaden que permanecieron arraigados durante 40 días en el mismo cuartel, conocido como “El Aguaje de la Tuna”. (Proceso 1701) El testimonio de Mesina no es el único donde se refiere la presencia de Leyzaola en el momento de las torturas. Por lo menos otros 12 policías afirman haber advertido su presencia aun cuando tenían los ojos vendados; cuatro de ellos dicen haberlo visto cuando se les aflojaron los vendajes, sostiene el expolicía. En sus denuncias, los exagentes han identificado a dos personas, apodadas El Tortas y Matute, como algunos de sus torturadores, así como al teniente Fernando Coaxin Hernández, director de Sanidad del cuartel militar, como el sujeto que se encargaba de reanimar a las víctimas cuando se desvanecían. Mesina sostiene que fue atendido por ese militar luego de sufrir un infarto en una segunda sesión de tortura, el 3 de abril de 2009, fecha en que vio por primera vez a su familia. “Me llevaron al lugar donde me habían torturado anteriormente. Me solicitaban que firmara una delcaración que ya con anterioridad ellos habían preparado, a lo cual me negué en varias ocasiones. Empezaron a asfixiarme con una bolsa de plástico; lo repitieron en varias ocasiones y de pronto empecé a sentirme muy mal, me dolía el centro del pecho y ese dolor se me irrigaba hacia mi brazo. Sólo alcancé a escuchar que alguien dijo: ‘¡Ya valió madre! ¡Se nos está yendo este hijo de la chingada!’… Y ya no supe más de mí, hasta que después escuché otra voz que me decía

supuestamente controló a la delincuencia y disminuyó los hechos violentos, pero en realidad no se redujeron las ejecuciones. Además ahora ya no sólo tenemos a dos cárteles de la droga, el de Sinaloa y el de los Arellano, sino también a la Familia Michoacana, que produce metanfetaminas. El poder de los Arellano ha disminuido por el asesinato de sus líderes históricos y el arresto de otros. “Hoy la plaza la controla El Mayo Zambada, del cártel de Sinaloa. Pero hay una especie de acuerdo de conveniencia entre los tres grupos para no aumentar la violencia brutal, como la vimos en el pasado; estamos en un equilibrio precario encima de un volcán que en cualquier momento puede hacer erupción”, advierte el profesor de estudios latinoamericanos de la Universidad de San Diego. La afirmación de Clark se basa en datos oficiales que señalan que cuando Leyzaola estuvo a cargo de la Secretaría de

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