La puerta de los tres cerrojos sonia fernandez vidal

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Bailaban tan rápido que era difícil verlos con claridad. Niko sólo distinguía figuras difuminadas. —¿Puedes parar de bailar por un momento? —pidió a Quiona—. Te mueves tan aprisa que no puedo verte bien. ¡Me va a entrar dolor de cabeza! —Lo intentaré, pero me temo que no hay espacio suficiente para que me pare. —¿Qué dices? Hay sitio de sobra en esta pista para más gente. —Bueno, como quieras. Voy a moverme más lentamente. Al instante, Quiona quedó mucho más borrosa de lo que estaba antes. Como si su imagen se hubiese desenfocado y desplegado por la pista de baile. Niko se frotó los ojos. Temió que empezasen a fallarle. ¿Tendría que ponerse gafas? El hada saltó fuera de la pista y se acercó a. Niko. Fuera de aquella peculiar zona de baile, recuperó su forma normal y le dijo: —Aquí se cumple el

PRINCIPIO DE INCERTIDUMBRE DE HEISENBERG. Dice que no puedes estar en una posición exacta a una velocidad exacta. —No entiendo ni un pimiento. Quiona, ¿te das cuenta de que estás hablando como Eldwen? —¡Uf! Tienes razón. Lo que quiero decir es que en esa pista está prohibido quedarse parado, ya que entonces los demás chocarían


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