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KATHY REICHS

TESTIGOS DEL SILENCIO

cruzó ante mi garganta. El extremo de la cadena resbaló hasta el suelo liberando su letal presión. Sentí un sordo dolor en la garganta y luego una sensación mojada. No importaba. Sólo deseaba poder respirar. Aspiré con avidez esforzándome por desprenderme de los eslabones que aún me ceñían y notando que estaban impregnados en mi propia sangre. Detrás de mí sonó otro grito espantoso, primitivo, como el lamento mortal de un animal salvaje. Me volví a mirar, jadeando y sin dejar de apoyarme en el mostrador. El hombre había retrocedido tambaleándose hacia atrás por la cocina con una mano en el rostro y la otra extendida en un intento de mantener el equilibro. Horribles sonidos surgían de su boca abierta mientras chocaba contra la pared de enfrente y se deslizaba lentamente hasta el suelo. La mano extendida dejó un negro reguero en el yeso. Por un momento cabeceó y luego profirió un tenue gemido. Dejó caer las manos e inclinó la barbilla con la mirada fija en el suelo. Permanecí como petrificada en repentina inmovilidad, distinguiendo únicamente el sonido de mi respiración entrecortada y de sus apagados gemidos. Entre el dolor que sentía comencé a distinguir cuanto me rodeaba. El fregadero, el horno, el refrigerador mortalmente silencioso. Advertí que algo resbalaba bajo mis pies. Contemplé el bulto inerte en el suelo de la cocina con las piernas extendidas hacia adelante, la barbilla apoyada en el pecho y la espalda recostada en la pared. Entre la penumbra distinguí un negro reguero que descendía por su pecho hacia su mano izquierda. El estallido de un relámpago iluminó mi obra por un instante como la luz de un soldador. El cuerpo se veía brillante, cubierto por una membrana lisa de color azul. Llevaba un gorro azulgrana que le aplastaba los cabellos y convertía su cabeza en un óvalo sin rasgos distintivos. La empuñadura del cuchillo surgía de su ojo izquierdo como un banderín en un campo de golf. La sangre se le deslizaba por el rostro y garganta y oscurecía el tejido que le cubría el pecho. Había dejado de gemir. Sentí náuseas y reaparecieron ante mi campo visual una sucesión de manchas flotantes. Las rodillas se me doblaban mientras trataba de apoyarme en el mostrador. Para respirar mejor me llevé las manos a la garganta a fin de quitarme la cadena, y sentí una humedad cálida y resbaladiza. Me miré la mano y advertí que estaba cubierta de sangre. Fui hacia la puerta pensando en Katy y en conseguir ayuda, cuando un repentino sonido me dejó como petrificada. ¡Era la cadena metálica que arrastraba por el suelo! La habitación se volvió blanca y luego negra. Demasiado exhausta para correr, me volví. Una oscura silueta avanzaba hacia mí en silencio. Oí mi propia voz y luego vi miles de manchas y una negra nube que lo cubrió todo. - 331 -


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