El Diario de Noa

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misma habitación donde dormía Noah le produjo una inconfesable excitación. No quería ducharse después de haber estado bajo la lluvia. Sentía la piel suave, y esa sensación le recordó la forma en que vivía la gente en otros tiempos. Naturalmente, como Noah. Se vistió con la ropa que él le había dado y se miró al espejo. Los pantalones eran grandes, pero metiendo la camisa dentro conseguiría mantenerlos en su sitio, y dobló los bajos para que no rozaran el suelo. El cuello de la camisa estaba descosido y prácticamente colgaba sobre un hombro, pero de todos modos le pareció que la favorecía. Se arremangó la camisa casi hasta los codos, abrió un cajón de la cómoda, se puso unas medias, y volvió a entrar en el baño para buscar un cepillo. Se cepilló el cabello sólo lo indispensable para desenredarlo, dejándolo caer sobre sus hombros. Se miró al espejo y deseó haber llevado consigo una hebilla o unas horquillas. También le hubiera venido bien un poco más de rímel, pero, ¿qué podía hacer al respecto? Sus pestañas todavía tenían restos del que se había puesto antes, y lo extendió como pudo con una manopla de ducha húmeda. Cuando terminó, volvió a mirarse al espejo, se vio bonita a pesar de todo, y regresó a la planta baja. Noah estaba en el living—room, de cuclillas frente a la chimenea, avivando el fuego. No la oyó entrar y Allie lo miró en silencio. Él también se había cambiado de ropa y tenía buen aspecto con sus hombros anchos, el pelo rozando el cuello, los vaqueros ceñidos. Atizaba el fuego, moviendo los leños más grandes y añadiendo ramitas pequeñas. Allie se apoyó sobre el marco de la puerta y siguió mirándolo. En pocos minutos, el fuego ardió con llamas grandes y constantes. Noah se volvió para acomodar los leños que quedaban y la vio por el rabillo del ojo. Se volvió rápidamente hacia ella. Allie estaba hermosa incluso con su ropa. Tras mirarla un segundo, desvió la vista con timidez, y volvió a acomodar los troncos. —No te oí entrar —dijo, tratando de imprimir naturalidad a su voz. —Lo sé. No esperaba que lo hicieras. Allie supo cómo se había sentido al mirarla, y su aire de colegial le causó cierta gracia. —¿Cuánto hace que estás ahí? —Un par de minutos. Noah se limpió las manos en los pantalones y señaló hacia la cocina. —¿Por qué no haces un poco de té? Puse el agua a calentar mientras estabas arriba. Quería hablar de trivialidades, de cualquier cosa que le permitiera mantener la mente clara. Demonios, estaba tan bonita… Allie reflexionó un momento, reparó en la forma en que la miraba, y sus instintos más primitivos volvieron a apoderarse de ella. —¿Tienes algo más fuerte, o es demasiado pronto para una copa? Noah sonrió. —Tengo whisky en la alacena. ¿Te parece bien? —Espléndido. Caminó hacia la puerta, se pasó una mano por el pelo húmedo y desapareció en la cocina. Se oyó un trueno ensordecedor y cayó otro chaparrón. Allie oyó la lluvia en el tejado, el chisporroteo de la leña mientras las llamas temblorosas iluminaban la habitación. Miró por la ventana y vio cómo el cielo gris se aclaraba apenas por un segundo. Al cabo de un instante, oyó otro trueno. Esta vez más


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