Historias inconscientes gabriel rolon

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fue lo que pasó en realidad? ¿También vos y tu padre se pelearon aquella vez por una hembra que ambos deseaban? Cristian está confundido. —No entiendo. ¿Qué es lo que querés decir? Está cerrado. Debo cambiar la manera de abordar el tema. —Voy a hacerte otra pregunta. ¿Creés que entre tu padre y Delfina había algo más que una relación laboral? Quiero decir, si pensás que tu padre se acostaba con ella. La reacción de Cristian me sorprende. Se incorpora y se sienta en el diván. Me mira de frente casi ofendido. —¡De ninguna manera! Esa chica estuvo en mi casa desde que yo nací. Era como de la familia. —Sí, claro. Era “como de la familia”, pero no era de la familia. De hecho, vos mismo me dijiste la sesión pasada que tu madre la tenía entre ceja y ceja, ¿te acordás? —Sí. —Y en otra ocasión, dijiste también que te culpaba a vos de su depresión. Aquello que vos llamaste: “tu culpa de haber nacido” —silencio—. Y siendo que acabás de decir que Delfina llegó en el mismo momento en el que vos naciste, es probable que eso haya tenido algo que ver con la depresión de tu madre, ¿no creés? Lo miro. Está desencajado. —¿Qué querés decir? —Que a lo mejor no fue tu nacimiento, sino la llegada de una mujer deseada por tu padre lo que generó la depresión de tu mamá. Se resiste aún más. Cubre su rostro con las manos. Está nervioso y se pone de pie. —No te entiendo. —Cristian, sentate. —Lo que pasa es que… —Sentate. La sesión aún no ha terminado. Me mira casi con bronca. Pero, como dije, la relación transferencial era fuerte y podía permitirme una intervención así. Volvió a sentarse en el diván con un gesto de contrariedad. —Perdoname, pero me estás confundiendo. Además, si hubiera sido la amante de mi papá, ¿por qué él la habría echado, entonces? —Bueno, no estamos seguros de si él la echó o si ella se fue sola, humillada, avergonzada —lo miro—, o por algo más. —¿Algo más? ¿Por qué sos tan retorcido? ¿No está todo claro? El hijo de los patrones la había querido coger de prepo. ¿Ese no te parece un motivo suficiente? —Puede ser. O puede haber otro más grande aún. —¿Y cómo saberlo? Mido cada una de mis palabras. Va a ser una intervención compleja. —Cristian, vos dijiste que ya no podías hablar con tu padre, porque estaba muerto; y tampoco con tu madre, porque está loca y encerrada en su cuarto —pausa—. ¿Y Delfina, Cristian? ¿No se te ocurrió hablar con ella para saber qué fue lo que pasó? Baja la cabeza. Se queda callado. Uno, dos minutos. —Bueno, ahora sí. Andá. Se pone de pie y se va en silencio.


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