Favoritos de lucía

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dijo que subiera contra este lugar y lo destruyera!" Cuando los embajadores de Ezequías le imploraron que hablara en arameo para que los hombres que se hallaban apostados en la muralla de la ciudad no entendieran, el Rabsaces, en cambio, "clamó a gran voz en lengua hebrea, y habló diciendo: '¿Acaso alguno de los dioses de las naciones ha librado su tierra de la mano del rey de Asiria? Si pueden, ¡nómbrenme a uno! ¡No dejen que Ezequías les engañe, diciendo que deben confiar en el Señor! Más bien, salgan de su ciudad y ríndanse. Escojan antes la vida que la muerte'". Sin embargo, obedeciendo las instrucciones de Ezequías que les había dicho que no le respondieran, el pueblo prudentemente guardó silencio. Al enterarse del resultado de la reunión, Ezequías acudió al templo a orar. Simultáneamente envió a sus emisarios para que informaran al profeta Isaías de lo acontecido. Isaías envió un mensaje del Señor en el que le exhortaba a no temer, ya que el Señor haría volver a su tierra al Rabsaces cuando llegasen a sus oídos ciertos rumores. Y eso fue lo que sucedió. Sucedió, sin embargo, que al poco tiempo Ezequías recibió una carta maliciosa de Senaquerib, amenazándolo y hablando contra el Dios de Israel. Subió entonces Ezequías al templo, y extendiendo la carta delante del Señor, oró: "Oh Señor, Dios del Cielo y de la tierra, escucha los insultos que Senaquerib ha pronunciado contra el Dios viviente. Es verdad que los asirios han destruido a muchas naciones y han derribado sus dioses, por cuanto no eran dioses, sino obra de manos de hombres, ídolos de madera y piedra. Ahora, pues, oh Señor --continuó Ezequías--, ¡sálvanos de su mano, para que sepan todos los reinos que sólo Tú, Señor, eres Dios!" El Señor oyó la apremiante súplica del rey y en respuesta le envió un maravilloso mensaje a través de su profeta Isaías. Decía así: "Acerca del rey de Asiria, no entrará en esta ciudad, ni echará flecha en ella. No vendrá delante de ella ni levantará contra ella baluarte para atacarla. Yo ampararé a esta ciudad para salvarla por amor a Mí mismo, dice el Señor". Una vez más, el Señor prometió salvar a Su pueblo, y no había pasado mucho tiempo cuando Su promesa se hizo realidad. Esa noche el ángel del Señor recorrió el campamento de los asirios y mató a 185.000 hombres, de manera que cuando los israelitas se levantaron a la mañana siguiente, ¡por kilómetros y kilómetros a la redonda no vieron más que los cadáveres de sus enemigos desparramados por los montes! Las imponentes fuerzas de su peor enemigo habían sido aniquiladas por el propio Dios. Sin embargo, ni una sola "flecha fue lanzada dentro de la ciudad", cumpliendo la profecía de Isaías. En cuanto a Senaquerib, se retiró y volvió a su tierra, donde al poco tiempo sus dos hijos lo asesinaron mientras rendía culto en el templo de sus falsos dioses. Con ello quedó demostrada la fe del rey Ezequías, del que se dijo que "en el Señor Dios de Israel puso su esperanza; ni después ni antes de él hubo otro como él entre todos los reyes de Judá".


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