La ladrona de libros

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Markus Zusak

La ladrona de libros

—De hecho, tengo una idea mejor —anunció a su regreso. En la mano llevaba un grueso lápiz de pintor y un taco de papel de lija—. Vamos a pulir esa lectura. A Liesel le pareció la mar de bien. Hans dibujó un cuadrado de unos dos centímetros y medio en la esquina izquierda del reverso de un trozo de papel de lija y encajó una «A» mayúscula en el interior. Colocó otra «a» en la esquina opuesta, pero minúscula. Hasta aquí, ningún problema. —A —leyó Liesel. —¿A de...? Liesel sonrió. —Apfel. Hans escribió la palabra con letras grandes y debajo dibujó una manzana deforme. Era pintor de brocha gorda, no artista. —Ahora la B —anunció cuando terminó, echando un vistazo a su obra. A medida que avanzaban por el abecedario, Liesel estaba cada vez más boquiabierta. Era lo que había hecho en el colegio, en la clase de párvulos, pero mucho mejor: era la única alumna y no se sentía un gigante. Disfrutaba viendo cómo se movía la mano de su padre mientras escribía las palabras y trazaba lentamente los rudimentarios bosquejos. —Ánimo, Liesel —la alentó al ver que se encallaba—. Dime algo que empiece por «S». Es fácil. Vamos, me estás defraudando. Liesel estaba bloqueada. —¡Venga! —susurró con complicidad—. Piensa en mamá. La palabra se estampó contra su cara como un bofetón y Liesel esbozó una

sonrisa automática. —Saumensch! —gritó. Hans soltó una carcajada, pero se calló al instante. —Shhh, no podemos hacer ruido. Soltó otra carcajada y escribió la palabra, que aderezó con una de sus filigranas.

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