Anacro VI

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ILUSTRACIÓN / FER MONTOYA


LOS VIAJEROS DE ESTA EDICIÓN FUERON: EDITORIAL / DINORAH MONTIEL CALEIDOSCOPIO 3... / RAINER GUERRERO CIUDAD EN EXCESOS / LUIS RUEDA MELITÓN EL MEMORIOSO O DEL EPIFOCO / ARMANDO NAVARRO EL BIEN HEREDADO / CLAVE DE FAB LAS COSAS QUE DICEN LAS COSAS / NEREA BARÓN MEDIO SISMO / ROGER CAIMÁN SIN TÍTULO / MARIANA REBOLLO TEMBLOR DE NIEBLA / SAGREO YACO Y TODOS ACUDIERON / JUAN CARLOS CABRERA Foto: ÁNGEL /CRIS OJEDA /ARMANDO NAVARRO / ARACELI NAVARRO Edición: Luis Rueda / Dinorah Montiel FORMAción: ALEJANDRA BECERRIL


Editorial Dinorah Montiel Dicen que el mexicano no tiene memoria, que los mexicanos no hacemos caso de la historia y que por ello estamos condenados a repetirnos. Somos desmemoriados. José Emilio Pacheco comienza así una de sus obras más queridas y reconocidas: “Me acuerdo, no me acuerdo. ¿Qué año era aquél?”, haciendo alusión a este olvido fingido, porque en el fondo Carlitos es capaz de recordar el barrio en que vivía, sus juegos de infancia, los comerciales y las marcas de moda; tampoco olvidaría el rostro de Mariana. Por lo que, quizá, los mexicanos no seamos a propósito olvidadizos. La memoria del mexicano, por fortuna o desgracia, necesita un fuerte estímulo, y lo que sí es tragedia es que la fuerza de ese estímulo la hemos comenzado a medir en grados Richter, edificios caídos y en número de muertos. El sismo del 19 septiembre fue el estímulo que nos hizo recordar un 85, que nos hizo recordar un 57, y podríamos irnos más atrás, pero la memoria generacional sólo nos alcanza para saber que aquí la tierra siempre se ha movido. Los que no vivimos el 85 sabíamos que fue un tiempo en que la sociedad se unió para salir adelante, tal vez no muchos sabían que Miguel de la Madrid despreció la ayuda internacional, “porque nosotros solos podíamos”, lo que días después le costó una rechifla social. Pese a ello, la

sociedad se unió y levantó al país del derrumbe. Los jóvenes de hoy supimos que nos tocaba la misma tarea, que de alguna manera extraña y sin enseñanza de ningún tipo, más que el recuerdo de quienes nos contaron su experiencia, salimos a las calles a levantar nuestros escombros Un arma infalible contra el tiempo es la memoria, pues hace que las cosas no caduquen, permanezcan frescas, para que, cuando llegue el momento, podamos servirnos de ese conocimiento y afrontar nuevos embates. En esta ocasión, no sólo queremos enfrentar al tiempo, sino al olvido y a sus peligros. En este número hemos reunido una serie de reflexiones sobre los acontecimientos del 19s. Lo hacemos porque estar unidos y compartir experiencias nos hace más fuertes. De nosotros depende seguir así o volver a esperar otro movimiento para reaccionar. La fraternidad que se ha vivido en los últimos días a raíz del sismo, sólo demuestra que los mexicanos no somos apáticos, que nuestra enfermedad es otra, Corrupción, por ejemplo. No digo que no sea mortal, pero que no nos hagan creer que ya no nos queda sangre en las venas, porque es mentira. Es momento de escucharnos, de leernos, de no dejarnos solos y poner el mismo empeño en seguir ayudando en otros asuntos importantes: nuestros desparecidos, nuestros feminicidios, nuestra pobreza, nuestra política.


Caleidoscopio 3: Posdata destituyente. So-

bre sismos y sus modulaciones. (Ciudad de México – 26 de septiembre de 2017) Rainer Guerrero

Soundtrack: Viento Wirikuta, Nueva Semilla – Lost Lander, Wonderful world El comunicado con el que el CNI convocaba el año pasado a través del Enlace Zapatista a la sociedad civil a organizarse, iniciaba con una clara alusión al himno nacional mexicano: Y retiemble en sus centros la tierra… y retembló. Es imposible dudar de la curiosa manera en que funciona la vida, por ejemplo, la segunda ley de la termodinámica nos indica que la energía fluye de los cuerpos con mayor calor hacia los cuerpos con menor calor. La sociedad mexicana, por segunda ocasión en nuestra historia chilanga, experimentó un irreversible derivado de la interacción con el movimiento de una placa tectónica (desde ya les confieso que en mi mortal experiencia me resulta inconcebible la can-ti-dad de energía necesaria para mover esa masa de tierra). La funesta secuela de esa interacción, llamémosle ‘sismo-ciudad’, nos mantiene conmocionados a una semana de lo ocurrido; sin mencionar lo enigmático en la casual repetición del día, 19 de septiembre, lo que me sorprende –ahora con un mayor sentimentalismo, pues lo he vivido en carne propia- es la respuesta de la sociedad civil (des)organizada. A pocas horas del sismo, la Ciudad de México observada desde una altura considerable –punto de vista válido, no así fácilmente practicable- debió parecer un hormiguero agitado. Ríos de gentes fluían y se apropiaban de las calles en su bella dinámica de caos urbano. ¿Cuántos relatos no hemos intercambiado entre conocidos y desconocidos sobre lo ocu-

rrido durante esos momentos? ‘¿Dónde te agarró el temblor?’ Ante lo que acontece se impone, condescendiente, una narrativa popular colmada de sonidos, colores, sabores y texturas mega-diversos que dan, dieron y darán sentido, más allá que la simple suma de los mismos, a este capítulo de Nuestra Historia. Desde el cómo lo he vivido puedo afirmar que la inaudita cantidad de energía que movió la tierra aquella mañana hace 32 años y la tarde de éste, nuestro 19s, se expandió y fluyó hacia la enfriada sociedad mexicana (lo que carajos signifique eso). La multitud que en los primeros días ocupó las calles ante la ineficaz respuesta estatal y las muestras de solidaridades que trascendieron todo ‘ciber-activismo’ son sólo una parte de esa ‘réplica’ entendida como la respuesta humana a la movilidad de energía sísmica. El aumento de la entropía en la Ciudad de México derivado de la interacción ‘sismo-ciudad’ lo entiendo así, como el aumento de nuestros ‘grados de libertad’, el poder-hacer al que refiere Holloway. Así nos va en la fiesta hasta que, con todos sus matices, los medios masivos de (in)comunicación nos cuentan ‘la historia oficial’ y las instituciones arriban para modular el orden. La sospechada intromisión de los cuerpos militares, más allá de un mensaje esperanzador, nos trajo un vago recuerdo de nuestro papel pasivo en las cuestiones de Estado –esto al menos en la Ciudad de México-. Hoy el gobierno mexicano parece el más interesado en apresurar nuestra marcha indigna hacia la ‘normalidad’, ya sea acelerando el regreso a las aulas de los


estudiantes (confirmando el lugar de encierro que representa la escuela para los jóvenes-adultos) o motivando a trabajadores a retomar sus rutinas en espacios todavía no dictaminados por peritos y pese al riesgo que esto acarrea. Hoy por hoy, los irreversibles que experimenta la sociedad mexicana en torno a nuestros 19s, se imbrican entre otras cosas, junto a los reclamos hacia la especulación inmobiliaria y la corrupción en el gobierno de la CDMX, junto a la exigencia de la aparición con vida de los 43 normalistas desaparecidos hace e-xac-ta-men-te 3 años, junto a las denuncias hacia sus instituciones machistas y racistas que asesinan y ningunean a sectores amplios de la sociedad, en suma, frente a la violencia estructural a la que estamos sujetos cotidianamente y a la que, con enjundia en nuestra fiesta solidaria, gritamos que no permitiremos más abusos. Ya se mira el horizonte. ¡Pamparios!

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CIUDAD EN EXCESOS Luis Rueda Una alarma suena… la extrañeza del sonido irrumpe la calma cotidiana. La visión se nubla, las piernas queman y un sudor frío recorre la espalda. Muchos edificios, muchas casas, muchos habitantes en movimiento. Adrenalina y emociones desbordan del cuerpo; la mente pasa del blanco al negro; exceso de pensamientos. Surge el miedo, mucho miedo. El ruido y la euforia trocan

por silencio. Silencio en demasía. Todo se desploma. La realidad nos sobrepasa. La experiencia es mucha; la acción, inmediata: palos, cubetas, comida, agua… la ayuda basta; la rapiña, aventaja; la corrupción es lapidaria. Del orden y el progreso no queda otra cosa que la ciudad en caos, ciudad en exceso: los ricos son muy ricos; los pobres, muy pobres. El estruendo no hace otra cosa que mostrar lo evidente. Sobra la clase política, por ejemplo, quienes han demostrado, una vez más para no variar, su negligencia al actuar en situaciones críticas y la habilidad para generarlas. Una firma basta para causar la muerte de muchos, enviar aportaciones nunca hechas o acaparar los alimentos en bodegas para “gestionar” su entrega durante su próxima candidatura, no importando si caducan en el proceso. Cuelgan campañas de la sensibilidad expuesta para obtener más votos, más dinero, más tiempo en el poder; mientras la política horizontal, la ciudadana, mueve los bienes en las manos de los habitantes: la empatía, la solidaridad y la fraternidad. Sobran también el abusivo, los oportunistas, chacales, lacras y coyotes, quienes venden las donaciones en los tianguis de Iztapalapa, Neza y Quiénsabecuantosmás. Saquean lo que queda de las casas, lo que llega a los albergues, roban, asaltan, secuestran a quienes brindan su apoyo y su tiempo fuera de casa. Sobran constructoras corruptas, documentación falsa, mordidas y “mais” transeando el material de construcción. Sobran supermercados negando los muertos sepultados entre sus anaqueles. Sobran empresas despidiendo a quienes prefieren pasar su tiempo en brigadas de apoyo, en vez de pasar 8, 9, 10 horas nalga frente a su computadora. Sobra la información que desborda en mentiras y la televisión en busca de rating con historias falsas -historias bastardas del oficialismo burocrático-, mientras las vidas atrapadas escapan de la vida misma. Sobra apoyo y faltan resultados. Sobran bolsillos sin fondo


desviando recursos a los paraísos fiscales, falta vergüenza -aunque sea un poco. Sobran muertos y vivales. Al estremecerse el suelo nuestras certezas temblaron, la Historia -así, con mayúscula- se quebró en un crisol de realidades, una por cada habitante, oponiéndose a la visión unívoca de la verdad histórica, la aplastaron. Lo superficial cede cuando la naturaleza se estremece.

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Melitón el memorioso O del efipoco Armando Navarro Eres bueno para eso de la memoria Melitón, no cabe duda. - Juan Rulfo I Y ahí, en medio de nuestra lucha por conseguir algo de dinero, gritó: ¡Armando, está temblando! Quedamos pasmados, claro, hasta que escuchamos el reventar de un cristal cercano. ¡Tenemos que salir!, aullé. Tomamos a los dos perros y evacuamos el edificio. La calle estaba llena de polvo, de gente, de los pacientes de hospital que habían sido desalojados en ese instante. Vi a tres mujeres llorando, por lo menos, cada una con un bebé diminuto en brazos. Yo quise llorar también, pero alguien gritó que había una fuga de gas. Había que moverse. II El llano en llamas vio la luz en 1953, cuando un pelón de moño gobernaba el país bajo la promesa de una revolución

eterna. Entre esas páginas se encuentra “El día del derrumbe”, cuento en el que dos hombres recuerdan un terremoto acaecido en un pueblo en septiembre del año anterior. Uno de ellos conduce la intención y el tono del relato, mientras el otro, Melitón, se encarga de recordar cada detalle del mismo. Días después del derrumbe, el gobernador en turno aparece acompañado de especialistas. ¿El resultado? Una borrachera gigante en la que mandatario y expertos comen y beben y ríen y hacen retórica risible; todo, claro, pagado por la gente del pueblo. Después de un discurso más bien pretencioso, vacuo y obsceno del gobernador, hay un zafarrancho con balas, machetes, gritos, muertos. Durante el caos se escucha el Himno Nacional, interpretado por una orquestita de alientos. III Vi a mi padre un par de semanas después del terremoto. Ambos somos de Zacatecas, yo vivo en la Ciudad de México desde hace casi diez años. El lugar en que nací lleva más de una década bajo el dominio de algunas células del crimen organizado y, además, está intervenido –sin resultados- por elementos de la Policía Federal, el Ejército, la Marina. Después de contarle mi experiencia sísmica, él me habló de los secuestros y asesinatos diarios que ocurren allá. En efecto, aquí se levantaron escombros y se encontraron cuerpos, con o sin vida. Allá, en esa tierra polvosa, los cadáveres brotan a diario del suelo. Yo no sé qué hacer con esta diversificación en los tipos de fosas. IV Circula un tipo de condena ciega y voraz contra la idea de fotografiar el desastre. Una mujer me mandó a la mierda –esas fueron sus palabras- por contradecirla: ella cree que, en estos casos, toda fabricación de imágenes es un acto parasitario e imbécil. Un edificio cayó en la esquina de Ámsterdam y Laredo, en la colonia Condesa. Afuera del escombro que aún puede verse, hay un par de carteles; dicen: “NO FOTOS, respeto a las


víctimas”. ¿Qué motiva esta idea, este supuesto heroísmo de tapar –de romper, incluso- las cámaras? En efecto, algo de la imagen puede verse implicado en la banalización del dolor, de lo tremebundo. Pero el simplismo no está en la imagen en sí, en su contenido o sus límites; la banalidad está en el uso, en la función que se otorga a la imagen, en el dispositivo en que se le coloca con frecuencia: negarle la voz y el nombre a la víctima, mientras se obliga al espectador a asumir una –y sólo una- narrativa en torno a ella. Confundir la imagen, como su fabricación, con un dispositivo de uso político-ideológico, implica una victoria hegemónica sobre nuestras cabezas: clausurar, nosotros mismos, la gestación de memoria(s). V “‘La música, no sé por qué, siguió toque y toque el Himno Nacional, hasta que el catrincito que había hablado en un principio, alzó los brazos y pidió silencio por las víctimas. Oye, Melitón, ¿por cuáles víctimas pidió él que todos nos asilenciáramos?’ —Por las del efipoco.” (Rulfo, “El día del derrumbe”)

VI Vi esa escena en el primer centro de acopio que visité. Iba cargado de latas, vendas y pañales; o bueno, lo que pude comprar. También llevaba mi cámara, un poco avergonzado de mi intención de usarla. En el centro, instalado en un garaje y administrado enteramente por mujeres, encontré a una niña de unos tres años. Jugaba con un cochecito que simulaba perfectamente una patrulla de la Policía Federal. La niña, para llamar la atención de su madre, decía run run, run run, y volteaba a mirarla. La madre le sonrió, le dijo: ¡muy bien, mi amor, trajiste tu carrito para que los policías nos cuiden! Dejé las latas, los pañales y partí de ahí. Sólo hasta entonces pude echarme a llorar. VII Fue una tarde de sábado que pasé muy borracho y contento. Faltaban menos de 72 horas para que la Ciudad se rompiera. Estaba con mi hermano y con amigos muy queridos. Llevaba mi cámara, con la que a veces tengo accidentes felices. Una pareja ensimismada estaba ahí, entre los invitados y los –todavía- titánicos edificios. Después del derrumbe, el brazo de esa mujer se me aparece como la figura idónea de lo más hondo, lo más frágil, lo más feliz.


El bien heredado Clave de fab Me acaban de matar a mi sobrino, que porque su padre le debía dinero a su primo el Marco. Ahí nos tenías a todos el día siete velándolo en el patio de la casa de mi hermana en Santa Mónica, bien cerca de Ocuilan y de Chalma. Cada día están peores las cosas por allá, yo por eso vine a Toluca desde bien chica y acá sigo a mis 62 años. No había ni dónde quedarse, tres colchones en la sala hacían de cama a ratos a los cientos de personas que vinieron desde lejos a despedirlo, ni cuando murió Paloma en el accidente hubo tanta flor. Ya era bien tarde, llevábamos horas llore y llore, no podíamos creerlo: 25 añitos, bien trabajador. Mi brazo descansaba en el de uno de mis sobrinos, sólo quedaba repetir y repetir los rezos. Cuando una muerte es tan fea es muy importante ayudar al alma a librar sus batallas. Yo te juro que pensé que se levantaba de la caja, creo que estaba a la mitad de un avemaría: sentí el mareo y vi cómo se movía el muchacho, los ojos le vibraban y los brazos le temblaban, el pecho parecía tomar aire —y es que yo había estado cuando lo vistieron, yo le vi los balazos y la cara deformada—, solo pude sorprenderme, acordarme de Lázaro y creer más que nunca en Dios. Pero no era así, para cuando grité “¡está vivo!”, la gente ya había notado que era la tierra respirando, pensaron que estaba loca. Nacho, mi sobrino, me llevó a dormir junto a su madre, abuela del difunto, que desde que supo la noticia había estado como ida, no hablaba ni hablaría, dice mi sobrina Tina que porque no había podido llorar. Cuando levantamos la cruz la suerte no fue distinta, la mamá del muchacho no había dejado de maldecir su destino, cómo se nota que a las que nos duele es a una. Le acababa yo de contar a Tina que Ceci me había dicho que la Lupe había estado bien celosa de mí en el entierro

porque se acordó que cuando niños, Alfonso y yo habíamos sido noviecitos, le decía que qué bruta era, porque si yo lo hubiera querido, se lo hubiera quitado cuando estaba cuerdo, ahora que está todo trastornado desde que se cayó de cabeza de su tráiler, ya para qué lo quiero, que se quede a su viejito. A la mitad del rezo, arrodilladas frente a la tumba, le contaba yo bajito a mi hija que el día del entierro una señora bien grande me había dicho que qué desgracia nos había tocado, que lo más feo era lo que venía. Mi hija me decía que cuando matan así mandan gente a ver cómo se vela, se entierra y se levanta la cruz al muerto, que no hiciera caso y que no se me ocurriera contarle a nadie más, asentí con la cabeza y seguí rezando, sea tu nombre, venga a nosotros tu reino, hágase, Señor, tu voluntad en la tierra como en el cielo, no nos dejes caer en la tenta… otra vez el mareo, y otra vez el muerto reviviendo, ahora sí estaba segura de que era él abriendo la caja, yo vi cómo lo hacía, nos movíamos hacia arriba y hacia abajo, no había de dónde agarrarse, el poder del Señor es mucho y muy grande. La cruz se nos vino encima, estaba segura de que tras el polvo saldría mi sobrino. Otra vez me equivoqué, no, más bien me engañé, había temblado de nuevo, mientras todos corrían yo levantaba a mi hermana que entonces sí gritó con todas sus fuerzas que todas esas desgracias le pasaban a ese maldito pueblo por haberle quitado a su nieto querido, por haberle hecho ese daño a la familia Gutiérrez, les gritó “bola de gorrones” y los maldijo entre todas las lágrimas que traía guardadas…y es que sí están bien feas las cosas por allá, ese pueblo paga mal estar tan cerca de Morelos, sólo el buen clima le ha sido bien heredado.

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LAS COSAS QUE DICEN LAS COSAS Nerea Barón I. C. sólo tuvo unos minutos para desalojar su edificio cuando, tras el temblor, lo clausuraron por daños estructurales. Sacó lo que pudo. No puedo ni imaginar la mezcla de emociones y pensamientos cruzados que pasaron por ella mientras hacía una somera maleta a contrarreloj. ¿Qué empacas cuando existe la posibilidad de nunca regresar? He perfeccionado mi respuesta a lo largo de estos días: es importante sacar papeles, por ejemplo, además de la computadora y toda la ropa que se pueda. Sin embargo, yo me imagino queriéndome llevar también mi guitarra y algunas otras cosas que no son tan importantes salvo porque lo son. ¿Habría sobrevivido Tom Hanks en Cast Away sin la foto de su esposa? ¿Sin el paquete de FedEx al que se aferró como a su vida, símbolo quizá de su vida en la civilización, del compromiso con su oficio? Las cosas no son sólo cosas, son también ataduras imaginarias con lo que somos y a veces, cuando se cae un librero, se cae mucho más que eso. II. Ya soy una adulta. Lo pienso cuando volteo a ver a mi alrededor: tengo platos y cubiertos, un rallador, una licuadora y un pelapapas; tengo una cama, mesas, sillones, sillas; tengo diccionarios varios, cuadros, un pequeño altar. Tengo una casa que contiene una historia de apropiación. Luego me da por llorar cuando siento que se caen cosas importantes en mi vida, pero aun entonces lloro echada en un futón, lloro y me preparo un té, lo caliento en la estufa, lo sirvo en la taza pintada a mano que me regaló una amiga; acaricio a mi perra, le acomodo el collar, le sirvo croquetas que saco de su contenedor y las pongo en su plato.

Puede ser que yo sienta cada tanto que todo en mi vida se está cayendo, pero hay una estructura que me sostiene, una estructura tan visible que se invisibiliza. No sé si me he hecho sabia con el paso de los años, pero al menos sí me he hecho de cosas que, en su absoluta inmovilidad, me sirven de frontera y me recuerdan dónde estoy parada. Por ejemplo, ahora mismo el reloj me informa que, para variar, voy irremediablemente tarde. III. A falta de claridad, hace unas semanas me puse a ordenar mi casa. Tiré ropa y cosas que ya no utilizaba, doné más de doscientos libros, habilité una habitación que tenía más de un año sin usar. Luego me senté en medio del orden y respiré profundo. Ningún problema se había solucionado de fondo pero de alguna forma todo parecía más habitable, porque también uno se resuelve desde la superficie, tanto o más que en las profundidades metafísicas. IV. Mi elevador lleva dos días sin funcionar. Mi computadora no quiere cargar. Se descompuso mi cafetera. Agradezco todas esas pequeñas sublevaciones, por incómodas que me resulten: son tantas las cosas que funcionan todo el tiempo que las dejamos de ver; tantas cosas que, aunque de suyo no importen, nos ayudan a sostener lo importante.

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Medio sismo Roger Caimán Eran casi las 12 de la noche del 7 de septiembre del 2017, aunque eso no lo supe del todo hasta que ya estaba abajo. Un sonido común como poco frecuente me despertó, secundado por un grito de mi roomie: ¡Güey, está temblando! Antes de darme cuenta, ya había bajado de mi cama, tomado una sudadera, mis llaves, mi celular y colocado mis chanclas para salir al punto de reunión. No corro, no grito, no empujo; soy una persona normal. Cuatro pisos no nos impidieron ser de los primeros en el jardín. Mientras bajábamos, los vecinos se organizaban para decidir si salían o no. Algunos esperaban pacientes en sus puertas. El temblor no había empezado.

En pocos minutos vi casi a la totalidad de vecinos de los 7 edificios que hay en la unidad. Niños, adultos, ancianos y mascotas. Algunos, con mayor experiencia en el asunto, salieron cubiertos con las cobijas donde dormían y se reunieron en pequeños círculos donde se entrelazaban para enfrentar mejor los retos del equilibrio. El temblor comenzó y todos parecíamos listos en la CDMX. En algunos lugares del Estado de México, dicen, los perros sustituyeron la sofisticada alarma sísmica, aunque su entrenamiento no era suficiente para aclarar que era un temblor y no un zafarrancho como cualquier otro; en los pueblos, dicen, las campanas eclesiales cumplieron fantasmalmente esta función por sí mismas, a falta de valientes que treparan al campanario. La tierra crujió, igual que los edificios. Los árboles mostraban un vaivén propio de las olas marinas. La intensidad fue


aumentando, hasta hacer casi imposible mantenerse en pie. Uno que otro vecino rezagado pero aventurero se agregaba al resto; mientras otros de mayor edad, permanecían en sus departamentos mirando por la ventana en espera de que lo peor no sucediera. ¡Aléjense de los edificios y los árboles! ¡Manténganse juntos! ¡Tranquilos! ¡Separen a los perros que se están peleando! ¡Préstenle una cobija a la niña que salió en bata! El temblor no cedía y un espectáculo poco usual marcó una pauta en los ánimos colectivos dirigiéndose al caos: destellos verdes, azules y hasta púrpuras iluminaron la noche, en medio de sonidos cada vez más siniestros. Triboluminiscencias provocadas por el choque de las placas tectónicas sorprendieron a los citadinos, quienes perdían la arrogancia del que dice haberlo visto todo con cada

segundo que pasaba. La vida es breve cuando descubres cuantas cosas desconoces. La intensidad del fenómeno da una pequeña tregua para reagruparnos y llevar de manera un poco más fraterna una réplica más leve. En conjunto, ambos movimientos telúricos parecen ser un pestañeo de Visnú que Shiva aprovecha para juguetear al apocalipsis. El terremoto cimbra la tierra y la memoria con una fuerza de 8.4 en la escala de Richter. Un flashback al 85 estruja los corazones mientras vuelvo con mi compañero al 4o piso donde vivimos. Saludos amables de vecinos desconocidos y frases sueltas al aire para aminorar el sobresalto buscan sosegar la incertidumbre; afortunadamente, esta vez la comunicación no falla. Mensajes y llamadas a los familiares no se hacen esperar. Los memes tampoco.


Apenas llegamos al departamento, prendimos la tele para conocer la situación general. Por teléfono, la voz de mi madre fue un regazo cálido con todo y su tono de preocupación: había destellos en el cielo, hijo, tuvimos miedo, pero gracias a Dios estamos bien. Además del susto, todo parecía estar bajo control. Uno que otro edificio derrumbado sin víctimas mortales; no así con las bardas que habían cobrado una vida en su transición a los escombros. La adrenalina bajaba sin permitir la tranquilidad absoluta en espera de otra réplica. Ps, ármate un porrito para relajarnos, ¿no?; le dije a mi roomie después de hablar con mis padres. Afanosamente, expurgamos un poco de mariguana entre los dos y forjó el gallo con la calma de los monjes tibetanos. Fumamos. Platicamos y reímos. Compartimos una y otra vez en los grupos la variedad de memes hilarantes que surgieron en menos de una hora en redes sociales: “Dormiré con croquetas en las bolsas para que los perros de rescate me encuentren pronto,

alv. Buenas noches”. Reímos más. Gracias internet. Pensamos en algunas posibilidades: ¿y qué tal que el terremoto es provocado por el huracán Irma que le está dando en la madre al Caribe? Tsss... Nos fuimos a la cama con la incógnita y el recelo. Poco faltó para que durmiera con los tenis puestos. No me quité la sudadera esta vez. Al día siguiente, el clima era nublado. Los efectos del huracán Irma habían creado fuertes depresiones en el centro del país; durante la semana, Xochimilco y Cuautitlán Izcalli habían sido declarados zona de desastre por el gobierno, debido al desbordamiento del río San Buenaventura y la presa el Ángulo, respectivamente. Las clases en todos los niveles fueron suspendidas para revisar detalladamente los edificios. El ánimo era expectante, pero reinaba una cordialidad muda entre los habitantes de la ciudad. Las despedidas fueron más emotivas; los abrazos, más cálidos. Religión y paganismo se mezclaron en bendiciones y buenas vibra para desear


al prójimo el mejor de los días. Las parejas de ancianos decidieron volver a los años mozos donde entrelazaban sus manos para darse ánimos. La memoria se veía en los ojos. Más de uno tiene una historia sobre el terremoto del 85. La Ciudad de México vuelve secretamente a ser el Partido del Temblor.

Una palabra como un martillo de arena, un día marcado por ambos lados de su cara, una cara flotante y su sombra en el agua. Un agua como el color del abismo.

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Un irse de uno mismo desde los dedos agitando el escombro, un escombro como la luz restante del párpado.

Mariana Rebollo Te escribo a ti, a ti que sobreviviste, sobreviviste a la misma tierra, a la misma vida, a la catástrofe de estar vivo, de no colapsar en la estructura, porque eres afortunado, porque la tierra no te quiere en ella, te quiere como puente de ella al cielo, aún tienes tiempo. Fortuna que estés aquí contando tu historia de super-vivencia haciendo camino con los restos. No dejes de caminar que el que no se mueve, la tierra lo reclama.

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Temblor de niebla Zagreo Yaco Un martes como un fin del mundo. Un fin del mundo con la tragedia y su vestido hecho por septiembre, una tragedia como la niebla.

Un aire de arcilla cubre el mundo ilegible de los muros y sus gritos, los gritos como el galope de un septiembre precipitado, que cae sobre la boca del año y parte su reloj ensombrecido.

Un 7 o un 19 con los ojos de un animal salvaje que ve a la muerte y su mostrador de lamentaciones, de espantos y de huellas grises. Un martes, un jueves, una vez, como la muerte.

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Y todos acudieron Juan Carlos Cabrera “¿Quién convocó a tanto muchacho, de dónde salió tanto voluntario, cómo fue que la sangre sobró en los hospitales, quién organizó las brigadas que dirigieron el tránsito de vehículos y de peatones por toda la zona afectada? No hubo ninguna convocatoria, no se hizo ningún llamado y todos acudieron” Crónica de Emilio Viale titulada “El jueves negro que cambió a México” El Universal, 20 de septiembre de 1985 32 años después en circunstancias sumamente similares, la descripción sigue vigente, otra


vez la gente salió a donde se necesitaba, se llevaron palas, lámparas, comida… se llevó de todo y en todas partes había gente queriendo ayudar, anhelando hacer algo, participar, cooperar… ¿Por qué? ¿Por qué había gente haciendo filas de horas para poder entrar a una zona de riesgo y trabajar arduamente en beneficio de personas que no conocía ni conocería? Nadie recibía un pago por ello, nadie obtendría algo tangible, una remuneración, reconocimiento… y sin embargo las filas de voluntarios seguían fluyendo sin parar. Cuando alguien en la fila que acarreaba escombros no podía más y decidía salirse, había gente esperando ocupar su lugar, entraban con entusiasmo, con ansiedad, como si se tratara de una fila para entrar a un juego de Six Flags. La gente parecía necesitar hacer algo, poder de algún modo ayudar, participar, ser parte de eso que estaba pasando. Todos querían aportar su granito de arena, y aportaron su corazón, su energía, su dinero, tiempo… y un poco o un mucho de cada una de las anteriores. Muchos que no podían asistir dirigían todo desde sus celulares y equipos portátiles: informando, organizando, apoyando… Tal vez la única diferencia significativa entre el temblor de 1985 y el de 2017 fue la existencia de internet y teléfonos celulares. Fuera de eso, revivimos el mismo fenómeno que narra Emilio Viale en su crónica, la gente asistió adonde se necesitaba. Había personas de todas las edades, tonalidades y clases sociales, hombres y mujeres haciendo de todo, algunos llevaban y ofrecían comida, agua o chocolates, otros organizaban los relevos y el flujo de los voluntarios, cortaban varillas, atendían personas con lesiones de todo tipo, fruto ya sea del cansancio, el polvo y no pocos lesionados que se cortaron moviendo los escombros… todos entregados a su labor, comprometidos, entusiastas… como movidos por una fuerza que no les permitía parar o retirarse. ¿Pero por qué? ¿Por qué esta respuesta y este comportamiento? ¿No nos han dicho una y otra vez que los seres humanos somos egoístas, narcisistas, abusivos, violentos, materialistas, frívolos…? Claro que hubo gente así, siempre hay gente así en todas partes y en todas las épocas, buitres y gandallas que a la menor oportunidad buscan “beneficiarse”.

Como es ya su costumbre, la clase política sacó el cobre y no pocos trataron de beneficiarse de todo esto, ya sea robándose lo que la gente había donado o colgándose méritos que no les correspondían, otros, más bien brillaron por su ausencia, su indiferencia y falta de compromiso. Las televisoras, más que informar, buscaban elevar su rating aunque para lograrlo mintieron y manipularon, aspectos a los que están de sobra acostumbrados. Sin embargo, esas eran las excepciones y no la regla. La mayoría de la gente estaba buscando ayudar, cooperar, participar de algún modo. En una ocasión saliendo de mover escombros me encontré con un grupo que había organizado masajes gratuitos para los voluntarios, eran como 20 personas dando masajes a los brigadistas y voluntarios. A unos metros de ellos se repartían chilaquiles o se cargaban camiones enteros con víveres… la respuesta de la mayoría fue solidaria, empática, desinteresada… y tal vez podríamos y deberíamos llamarla humana o terrícola, que los perros también hicieron gran parte de esta labor de rescate. El psicólogo Christopher Ryan dice que preguntar si el ser humano es bueno o malo por naturaleza es como preguntar si el agua es sólida, líquida o gaseosa. Evidentemente el agua puede estar en cualquiera de esos estados, y lo que determina en cual estado se manifiesta es el entorno. Con el ser humano sucede algo similar, salvo por el hecho de que nuestra mente, aunque fuertemente influida por el entorno, parece no estar del todo determinada por él. Si un ser humano crece en un entorno violento o machista, es altamente probable que se convertirá en un ente violento y machista, sin necesariamente ser, por ello, violento o machista toda su vida. Mentir una vez no te hace un mentiroso del mismo modo que ser altruista una vez no te hace una persona altruista, aunque solemos etiquetarnos y juzgarnos de este modo como si un acto o unos cuantos actos determinarán nuestra esencia. Sin embargo, parece que también somos capaces de romper la inercia, de hacer un alto y de actuar desde otro lugar, el temblor ha demostrado que somos capaces de cosas que tal vez ignorábamos. Lo que es innegable es que el entorno influye. Por lo tanto, si crecemos en una cultura frívola, materialista y narcisista, no es de extrañar


que los individuos en esa cultura terminen adoptando esos parámetros como rectores de sus vidas y comportándose acorde a ellos. Pero como indicó Nelson Mandela: “Nadie nace odiando a otra persona por el color de su piel, o su origen, o su religión.” Del mismo modo nadie nace siendo materialista o frívolo. ¿Qué sentido tendría ser materialista en una comunidad de esquimales de hace 300 años, o en una tribu lacandona de hace cien? El materialismo, la frivolidad e incluso el nacionalismo es un mero fenómeno de adaptación, a las azarosas, caprichosas y absurdas circunstancias de haber nacido en una sociedad occidental contemporánea. Si hubiéramos nacido en una tribu de cazadores recolectores el “igualitarismo feroz” sería nuestro comportamiento dominante. Y fue precisamente el igualitarismo feroz lo que durante cientos de años rigió nuestro comportamiento y lo que nos permitió sobrevivir a pesar de ser una especie débil, frágil y a merced de las inclemencias de la naturaleza, eso y nuestra capacidad de imaginar, crear y adaptarnos a circunstancias cambiantes. Dejemos de asumirnos y considerarnos materialistas o egoístas, y entendamos que más bien hemos nacido en una cultura frívola, materialista y consumista, que para hacernos sentir parte de ella nos ha impuestos artificial y arbitrariamente estas directrices como normas de buen comportamiento social. Hoy en día una “buena persona” es la que más produce y más consume, o por lo menos lo es desde la lógica cultural en que vivimos. Dejemos de repetir este esquema ideológico que no necesariamente produce bienestar ni salud mental; finalmente el número de suicidios hoy en día mata más gente en todo el mundo que todas las guerras o actos violentos en el mundo. Aprendamos de este tiempo de temblor para sacudir nuestros condicionamientos sociales perniciosos, aprendamos que somos perfectamente capaces de suspender esta y otras ideologías y conectar con algo más esencial, natural, humano, terrícola… Estamos todos en el mismo barco, en el mismo pedrusco de tierra girando alrededor del sol por un tiempo limitado. La vida es más importante que cualquier posesión, porque es frágil, limitada, difícil, hermosa… y porque a final de cuentas, sólo lo que llevamos dentro de nuestra piel es

verdaderamente nuestro, todo lo demás puede quedar hecho escombros en menos de un segundo. Lamento profundamente todo lo que este sismo ha causado en daños personales y materiales, pero ya sucedida la tragedia, aprendamos de esto y de la asombrosa respuesta de la gente. Indudablemente se puede vivir y actuar de otra manera. Triste o afortunadamente, parece que somos capaces de los actos más asombrosos en las circunstancias más brutales. No dejemos que la rutina, la cotidianidad y las ideologías como el consumismo dirijan nuestras vidas. Aprendamos que en cualquier momento podemos ser nosotros los que estemos enterrados entre toneladas de concreto, que podemos quedarnos sin casa, o que aquellos que amamos pueden dejar de existir. Recordemos que a diferencia del agua que se manifiesta sólida, líquida o gaseosa según el entorno, los seres humanos podemos tener voz y voto para comportarnos de manera altruista, egoísta o indiferente, las circunstancias influyen, pero no determinan. Mi más profunda admiración, amor y respeto a toda la gente que de un modo u otro ha estado al pie del cañón haciendo lo que está en sus manos ante los eventos del actual terremoto. Gracias por darnos tantas razones para no perder la esperanza.

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HASTA EL PRÓXIMO ENCUENTRO, LECTORES.


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