La evaluación como propia práctica

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La evaluación como propia práctica Ana María Teresa Lucca

Ya me he referido a la concepción que creo existe, al menos por lo que me ha tocado experimentar, respecto de la evaluación en el sistema universitario: medición de resultados sin analizar, reflexionar y pensar acerca de nuestro desempeño como docentes, y sin ser concientes de cómo esto influye en el rendimiento de nuestros alumnos. Por tanto, podemos detenernos a hablar desde dos puntos de vista respecto de la evaluación: la del docente y la del alumno. En esta oportunidad voy a centrarme en el primero de ellos. La autoevaluación docente es un proceso que debiéramos hacer, pero con profunda reflexión y sentido de autocrítica. En lo personal, cada año se me pide como docente responsable de asignaturas en el nivel universitario que complete lo que se conoce como “Informe anual de actividad curricular”, que bajo el formato de una ficha en soporte digital (documento .doc) contempla recabar información y reflexionar acerca del desarrollo de los contenidos del programa analítico, horas de clases teóricas y de clases prácticas desarrolladas, evaluación del desempeño de los auxiliares de cátedra, actividades de capacitación, investigación, extensión y/o gestión desarrolladas por los integrantes de la cátedra, juicio de valor de los resultados de las encuestas realizadas a los alumnos, inconvenientes o debilidades detectados en el dictado del curso, medidas a adoptar para subsanarlos, y necesidades de equipamiento y bibliografía. Creo que constituye un excelente momento para reflexionar acerca de nuestro accionar pero que no es aprovechado como tal. Existen a voces inconvenientes en muchas asignaturas que no son reflejados ni en estas fichas ni en el análisis de las encuestas completadas por los alumnos, a las que me referiré a continuación, y que son también motivo de análisis en estos informes. Además, se vislumbra que no se recaba la información acerca de, por dar un ejemplo, la bibliografía necesaria dado que en muchas ocasiones se nos pide que remitamos en otras notas información al respecto. Es así que ha veces siento descreer un poco respecto de este tipo de exigencias que me parecen rayan el mero hecho administrativo más que el fin para el que estimo han sido creadas. También se vienen experimentando hace varios años en el lugar en el que me desempeño como docente universitario la realización de encuestas, antes presenciales y desde el año pasado en forma virtual, a los alumnos de las distintas asignaturas, a fin de que reflejen los procesos desarrollados en cada una de ellas. Las mismas contemplan aspectos tales como: información brindada por la cátedra respecto al desarrollo de la asignatura, respecto al régimen y criterios de evaluación, correspondencia entre el programa y el desarrollo del curso en cuanto al dictado de temas y su cumplimiento, exposición y presentación de los contenidos, relación entre clases teóricas y prácticas, posibilidades brindadas para clases de apoyo y consultas, utilidad y adecuación de la bibliografía y recursos didácticos, comunicación con docentes y participación de los alumnos en clase, utilidad de las clases prácticas de laboratorio, conocimientos previos para comprender los contenidos de la asignatura, relación entre el nivel de exigencia en las evaluaciones y el desarrollo de las clases teóricas y prácticas, alternativas de evaluación propuestas por la cátedra y aprendizaje alcanzado. Todas estas variables deben ser calificadas de 0 a 5, considerando 0 como “No sabe, No contesta” y 5 como “Sí, Muy bueno, Muy satisfactorio, Siempre”. Al final se deja un espacio para que el alumno agregue lo que considere oportuno. Resulta muy singular el momento de analizar el resultado de las encuestas, lo cual es encomendado al responsable de cátedra previo envío de los porcentajes alcanzados en cada ítem. En una de mis asignaturas nunca hacemos uso de laboratorios, y es recurrente que los alumnos califiquen con 4 o 5 ese ítem ... en lugar de 0 porque nunca han vivido la experiencia de trabajar en un laboratorio. Eso siempre me hace pensar hasta qué punto los alumnos son concientes a la hora de completar este tipo de encuestas de la relevancia que la información volcada podría tener. Por otra

Ana María Teresa Lucca


parte, en asignaturas en las que cursan menos de cinco alumnos sé que muchas veces la información brindada en la encuesta no se condice con la realidad, pues temen que el profesor los identifique y eso influya luego a la hora de realizar su examen final. Podemos entonces ver aquí la carga de poder que conlleva la evaluación en sí, como encontramos en el material de Miguel Ángel Santos Guerra. Por todo esto, creo por demás oportuno cuando leo en nuestro MDM que: La autoevaluación es un proceso de reflexión y autocrítica constante, una vía de formación permanente y perfeccionamiento docente. Es necesario realizarla con rigor e instrumentos válidos que permitan valorar la realidad de la práctica y con ello implementar medidas que ayuden a un desarrollo pleno de la docencia. Es muy pertinente que en este proceso de autoevaluación incorporemos la mirada de nuestros pares, de nuestros alumnos y de toda la gente que nos rodea, y no encerrarnos en nuestra burbuja pretendiendo que todo está bien. Pero esta autoevaluación, de hacerse, debe ser realmente significativa, y no convertirse en una mera obligación administrativa y que pase desapercibida para todos los actores del proceso.

Ana María Teresa Lucca


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