El infinito rumor del agua

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89 Los planes de Gerard fueron bordados con juicio, y después de hacer interminables audiciones entre músicos vagabundos constituyeron el conjunto y empezaron los ensayos. Al principio aquel sonido hacía ladrar a los perros y ahuyentaba a los peatones. Las percusiones no ajustaban con los metales, los cantantes desentonaban cuando el aire se les filtraba por las estropeadas bocas. Yo estaba convencida de que la falta de piezas dentales entre los integrantes de la banda era provocada por una especie de contrabando de dentina que los mantenía económicamente activos, más que a un descuido bucal o falta de higiene. Pese a esto, la orquesta fue afinando su interpretación y comenzó a extender su fama entre los turistas que frecuentaban los parques y las esquinas: una mezcla de música criolla con reminiscencias europeas enlazaba el sonido y le daba un ritmo febril y una deliciosa cadencia. –Hugo Wolf con Mamá Inés, señora Gertrudis, esa es la clave del suceso –me confiaba muy serio Gerard. La sentencia del tribunal falló en el caso Micaela Kindelán versus El Capataz del Puerto, a favor de Pedro, pero eso no nos desalentó, pues la publicidad fue enorme y gratuita. Recibimos docenas de consultas por las que cobrábamos poco, junto a procesos de divorcios, de abusos salariales, despidos injustificados, evasiones del seguro, propiedades hipotecadas y malos servicios cobrados por anticipado. Ganamos modestos casos y nos sentíamos a gusto ayudando a la gente. Pudimos matricular a Hansel y Gretel Ofelia en colegios privados, y hasta cubrimos algunos caprichos como vestirnos a la moda y reponer los muebles del apartamento. Manteníamos una bonita armonía sorteando estrecheces y amándonos.


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