El infinito rumor del agua

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63 –¡¿De qué estoy hablando?! –lo grité para hacerme reaccionar. –¡Es un pájaro, Gertrudis, no puedes establecer un diálogo con él! –seguía gritándome a mí misma. Un “claro” debilucho se escuchó desde el aposento cuando Carlos Felipe desenroscó un agudo ronquido. –¿Y si fuera en verdad un emisario divino, un espíritu celeste algo colorado? –no pude evitar un cosquilleo–.

Debo estar enloqueciendo, pero necesito

arriesgarme. Abrí las gavetas, y con la correspondencia de Gretel en las manos me senté en el balcón, comencé a leer en alta voz, deteniéndome, sorbiendo café en pequeñas dosis para sostener la vigilia y enseguida restablecer la lectura con el bostezo a flor de boca. Todavía no sé si fue un sueño, pero desde un tranquilo parnaso vi a un petirrojo retomar vuelo al amanecer, asiendo las cartas con el pico. Dejó que el viento lo columpiara, y jugueteando con las nubes rumbo Norte me despidió con sus alas. Desperté excitada. ¡Qué hermosa visión! Apreté las cartas y una diminuta pluma roja se dejó rodar desde mis muslos.


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