El infinito rumor del agua

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36 con quien se desposó en la urbe y emigró a Europa pueda revelarse como la gran mentira, y ha decidido quedarse por aquí con su hijo, que no cesa de quejarse del ruido. Lo bueno es que su abuelita se quedará también, aunque me preocupa cómo soportará este frío. Por cierto, me dijo bajito que Eulalia le comentó que estás embarazada, ¿es verdad? Y si es así, ¿por qué no me has escrito ni una línea para comunicarme que seré tía? No seas vaga, amiga. Por favor, escribe contándome de todos por allá. Siempre, Gretel

Mi panza creció estirándome la piel de las caderas y el vientre, dejando surcos violáceos que formaron un acordeón dérmico. Carlos Felipe encontró en el botiquín de su padre un ungüento que atenuó la picazón de los verdugones. Nos mudamos a la ciudad principal sin el tono de feria de las despedidas pueblerinas. La peculiaridad de no poder convencer a Mamá Ofelia para que nos acompañara la hizo más reservada. Cuando Mamá supo la hora de la salida del tren se dignó a comentarnos: –Vayan ustedes. Yo debo quedarme en este pueblo, mis recuerdos no caben en baúles, y únicamente aquí encontrarán acomodo. Cuando nazca la criatura, si me siento bien y con disposición de viajar, los alcanzaré. –Ofelia, por favor, venga con nosotros –le reclamó Carlos Felipe, quien intuía que someterme a una nueva preocupación no le haría bien a mi estado.


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