Darynda jones segunda tumba a la izquierda 2

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Segunda tumba a la Izquierda

DARYNDA JONES

—¿Has tenido alguna vez uno de esos días que empiezas atiborrándote de fibra como un loco y a partir de ahí todo va cuesta abajo? Fiel al arquetipo de chalado taciturno, no contestó. Me pregunté cuánto tiempo llevaría muerto. Tal vez hacía tanto que vagaba por la Tierra que había perdido la chaveta. Lo había visto en una peli. Claro que, si ya era un sin techo cuando falleció, puede que la locura hubiera sido un factor determinante en su vida. Levantó la vista cuando cerré el agua. Yo hice otro tanto. Básicamente porque él lo había hecho. —¿Qué ocurre, grandullón? Cuando volví a mirarlo, se había ido. Había desaparecido como acostumbran hacerlo los difuntos. Sin un adiós. Sin un hasta la vista. —Suerte, campeón. Malditos muertos. Aparté la cortina para coger una toalla cuando me percaté de que unas gotas de color rojo intenso resbalaban por mi brazo. Levanté la vista hacia el techo y descubrí un círculo rojo oscuro cada vez mayor, como el charco que se esparce si uno se desangra. No me dio tiempo ni a blasfemar cuando alguien lo atravesó. Alguien grande. Y pesado. Que aterrizó de lleno sobre mí. Caímos al suelo de la ducha, hechos un ovillo. Por desgracia, acabé aplastada bajo una persona que parecía hecha de acero puro, aunque hubo algo que reconocí de inmediato: el calor que desprendía, su sello de identidad, el heraldo que anuncia su llegada. Conseguí salir de debajo de uno de los seres más poderosos del universo, Reyes Farrow, y descubrí que estaba cubierta de sangre de los pies a la cabeza. De su sangre. —Reyes —lo llamé, preocupada. Estaba inconsciente e iba vestido con una camiseta y unos vaqueros empapados de sangre—. Reyes —insistí, sosteniéndole la cabeza entre las manos. Tenía el pelo mojado. Unos enormes arañazos le atravesaban el rostro y el cuello, como si lo hubieran atacado a zarpazos, pero la mayor parte de la sangre procedía de las heridas, profundas y mortales, del pecho, la espalda y los brazos. Había estado defendiéndose, pero ¿de qué? El corazón pugnaba por salírseme del pecho.

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