centenario de pita a m o r
prólogo
Pita, la última de siete amores Elena Poniatowska trató, admiró y padeció a su tía Pita Amor. “Pita Amor es importante para las generaciones venideras porque rompió esquemas como otras mujeres catalogadass como locas”, escribe. logo a Yo soy mi casa, Presentamos el prólogo nica obra en prosa reimpresión de la única a. de tan singular poeta. elena poniatowska
“Oh Dios, invención admirable hecha de ansiedad humana y de esencia tan arcana que se vuelve impenetrable. ¿Por qué no eres tú palpable para el soberbio que vio? ¿Por qué me dices que no cuando te pido que vengas? Dios mío, no te detengas ¿o quieres que vaya yo?”
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ita Amor encontró a Dios en una cita puntual que contrajo con él, el lunes 8 de mayo de 2000, cuando una neumonía le impidió respirar. Dios canceló otros compromisos para recibirla en la casa vecina a la de Carlos Fuentes en la calle de Apóstol Santiago, en San Jerónimo. Pita Amor le cantó a Dios y ella misma se creyó Dios. Para demostrarlo, Pita ha de estar ahora mismo dando paraguazos celestiales a San Pedro mientras interrumpe la música de las esferas para saludar a Jesusa Rodríguez: “¡Eres bárbara, mejor que Chaplin!”, y gritarle a Patricia Reyes Spíndola, mientras blande su bastón en el aire, parada en medio del pasillo del teatro: “¡Patricia, baja de ese escenario inmediatamente! Esta obra no te merece, es para tarados. ¡Bájate Patricia o voy a subir por ti!” Un coro de taxistas, agentes de tránsito y meseros humillados se habrán escondido tras las nubes para que ella no los insulte: “¡Changos, narices de mango, enanos guatemaltecos!”, en el mismo tono que usó cuando el diario Excélsior le pidió su opinión sobre el terremoto de 1985 y respondió: “Fue una buena poda de nacos”. Este personaje singular habría cumplido 82 años. Nació el 30 de mayo de 1918. Fue una niña privi-
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legiada, la última de siete Amores, hijos de Emmanuel Amor y de Carolina Schmidtlein. Pita recuerda que a su papá lo sacaban a tomar el sol en un balcón de una casa porfiriana con un “plaid” escocés sobre las rodillas. “Siempre lo vi sentado”, alega Pita. Ni su padre ni su madre tuvieron fuerza para controlarla. Sus caprichos y rabietas atemorizaron a sus hermanos y a todo el vecindario, primero en la calle de Abraham González y luego en la de Génova al lado de La Votiva, la iglesia favorita de los Trescientos y algunos más en el Paseo de la Reforma. Desde muy pequeña, Pita fue la consentida, la muñeca, la de los pataleos y rabietas, la de los terrores nocturnos. Era una criatura tan linda que Carmen Amor estrenó su cámara con ella y la fotografió desnuda. A Pita le fascinó contemplarse a sí misma y posiblemente ahí se encuentre el origen de su narcisismo. De su niñez habla en su novela Yo soy mi casa, publicada por el Fondo de Cultura Económica, título también de su primer libro de poesía. Pita creció oyendo poesía. En la noche, después de la cena, la familia acostumbraba leer un poema tras otro, y seguramente esta lectura en voz alta de Góngora y de Quevedo, de Sor Juana y de López Velarde influyó en ella. Dos de sus hermanas, inteligentes y creativas, Mimí y Elena, también escribían y decían poesía pero nunca se atrevieron a lanzarse al ruedo.
A Pita siempre le costó adaptarse al mundo, siempre fue la voz que se aísla en la unidad del coro, en el seno familiar, entre sus seis hermanas y su hermano “Chepe”, en el internado de Monterrey que no aguantó, y en donde no la aguantaron. Nunca pudo salirse de sí misma para amar realmente a otro; la única entrega que pudo consumar fue la entrega a su “yo”. Demasiado enamorada de su persona, los demás le interesaron sólo en la medida en que la reflejaban: no fueron sino una gratificación narcisista. Desde muy joven, Pita pudo participar en la vida artística de México gracias a su hermana Carito, colaboradora de Carlos Chávez y fundadora de la Galería de Arte Mexicano. Acondicionada en el sótano de la casa de los Amor, la galería (que después fue de Inés) expuso a Orozco, Rivera, Siqueiros, Gerardo Murillo, el Dr. Atl, Tamayo, Julio Castellanos, Frida Kahlo y muchos más. Si era una niña preciosa, fue una adolescente deslumbrante por su atrevimiento y su belleza. Tan llamaba la atención que la pintaron Rivera, Montenegro, Soriano, Raúl Anguiano, a quienes desconcertaban sus desplantes, sus grandes ojos abiertos, su boca desdeñosa y su voz de trueno. Más tarde, Diego Rivera habría de retratarla desnuda, para el horror de la familia Amor. En esa época todos se hacían cruces con Lupe Marín, María Asúnsolo, Nahui Ollin, Machila Armida,
fotografía de ricardo salazar, proporcionada por eduardo sepúlveda amor
Frida Kahlo “clavada de claveles”, como la definió Carlos Pellicer. “¿Ya supiste? ¡No te has enterado! ¡Hubieras visto! ¡Qué bárbara, Pita! ¡Nadie ha hecho nada igual!” Aunque mucho más joven, a esa lista de ofensas a la buena sociedad, vinieron a añadirse las de Pita Amor. A Pita nunca le importó el qué dirán. En medio de fandangos, pachangas e idas al cabaret de la época, el Leda, donde todas las noches Lupe Marín y Juan Soriano bailaban sin zapatos y hacían un show muy celebrado por los Contemporáneos; en medio de sus domingos en los toros, su asistencia a fiestas y a cocteles, Pita Amor produjo de golpe y porrazo, ante el azoro general, su primer libro de poesía: Yo soy mi casa, publi publicado a iniciativa de Manolo Altol Altolaguirre. Causó sensación. “Es impo imposible que ella lo haya escrito.” Inme Inmediatamente, Alfonso Reyes la apadr apadrinó: “Y nada de comparaciones odios aquí se trata de un caso odiosas, mitol mitológico”. Añ más tarde, para sus diáloAños e el teatro La Capilla, Salvador gos en Novo habría de escogerla a ella y a Sor J Juana Inés de la Cruz. Pita no tuvo empacho en llamar a la prensa dec y declarar: “Yo soy mejor porque ella eestá muerta y yo estoy viva”. Re Resulta contradictorio que esta mujer que no cejaba en su afán de escánda y salía desnuda bajo su abricándalo go de mink a gritar a media noche en el Pas Paseo de la Reforma: “¡Yo soy la reina de la noche!”, regresara en la madr madrugada a su departamento de la calle Río Duero y en la soledad del lecho escribiera en la bolsa del pan y con el lápiz de las cejas décimas sober soberbias: Ventana de un cuarto, abierta cuánto aire por ella entraba. Y yo que en el cuarto estaba, a pesar que aire tenía, de asfixia casi moría: que este aire no me bastaba, porque en mi mente llevaba la congoja y la aflicción de saber que me faltaba la ventana en mi razón.
Pita Amor fue de escándalo en escándalo sin la menor compasión por sí misma. En un programa de televisión, cuajada de joyas, dos anillos en cada dedo, con su invariable bucle sobre la frente y sobre todo con un escote que hizo protestar a la Liga de la Decencia, alegando que no se podía recitar a San Juan de la Cruz enseñando los pechos, Pita Amor se puso a decir décimas soberbias, romances, todas las formas clásicas de la expresión poética con un éxito sorprendente. En Televicentro (hoy Televisa) se abrían dos vallas de curiosos que querían presenciar su programa de televisión en vivo. Ella misma lo dirigía: “Aquí la cámara, allá las luces”. Todos se doblegaban. Resultó más vanidosa que María Félix, quien exigía ver cada una de sus tomas en la “moviola” para censurar aquellas que no la favorecían. Sus “Décimas a Dios” fueron el delirio. Las declamaban los tramoyistas y los porteros. Pita dio recitales en teatros y en reuniones en que la ovación duraba más que una vuelta al ruedo. Aparecía en los periódicos un día sí y otro también. Salvador Novo escribió un diálogo entre Pita Amor y Sor Juana. Durante 20 años, desde la salida de su primer libro, sedujo a un público cada vez más numeroso. Formó en torno suyo a una especie de “infame turba” (como se autonombraron
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