PERSONAJES SECUNDARIOS
EXPEDIENTE: MARIE KRYSIŃSKA Alfredo Lèal
El destino de la poesía siempre fue la música. Pero esto no es nuevo: condenada a volver a ese espacio de donde había surgido —condena, ésta, que no sólo implicaba regresar sobre los restos que le había dejado la épica (de los que, si le creemos a Lukács, surgiría la tragedia) sino signar, en ese retorno, su propia destinación, a la manera de un exterior que la contenía—, la lírica se desvió, errando por senderos luminosos u oscuros vericuetos de las voces que, a veces, sin quererlo, la encerraban en reglas cada vez más estrictas. Por ello, si acaso es posible entender las reglas de la versificación lírica como un constante alejarse de su punto de partida, es decir, de la música, podríamos decir que el tiempo de la poesía no es, no puede ser el presente sino en la medida en la que éste se manifieste como una imagen, un mínimo desliz hacia lo anterior, un recuerdo que se mueve. Un símbolo. Porque del presente nos queda una huella que siempre podremos interpretar como verdadera pero de cuya verdad nunca estaremos del todo seguros. Para crear un símbolo es necesaria una profesión de fe. La poeta polaca Marie Krysińska estaba completamente convencida de ello: “El autor del Cantar de los cantares, igual que todos sus colegas de la Biblia, era ya simbolista”, lo que equivale a decir que construía en su poesía un mundo escindido entre la imaginación, los sueños y la realidad material; “quizá también Homero y, más recientemente: Gauthier, Baudelaire, Hugo, Heine, y en general todos los grandes poetas”, dirá Krysińska Gabriele Münter, Woman in Thought II, 1928 VG Bild-Kunst, Bonn 2018
137