algún trago de vino de la bota, derramándome por encima la mitad. Pero echarme atrás ahora sería una lástima, máxime cuando ya encargué mi bata rociera de consabidos lunares a una modista y mis botas camperas a un zapatero artesano de Valverde del Camino. En principio lo tengo todo listo, aunque me sigue faltando algo esencial: si encontrase el talismán que me otorgase la fuerza y el aplomo definitivos, si me hiciese con el icono por antonomasia de la idea de vínculo y así lograra minimizar el desequilibrio entre la solidez del suyo y la endeblez del mío… ¡Eureka!, ¿cómo no lo pensé antes?: la tradicional alianza matrimonial de oro en el dedo corazón de la mano derecha. Va a ser ponérmela y empezar a gesticular salerosa con las manos para mostrarla mientras bailo sevillanas, doy palmas, repito letanías, río y canto, esta vez sí, como una más del grupo.
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