El Apahos

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EL APAHOS Cuento de Felipe Naranjo Ilustraciones de Juan Paula

ALTIRO ediciones


I Desde niño siempre fue muy solitario, en parte debido a la sobreprotección de sus padres y también al hecho de ser sumamente enfermizo. Nunca socializó mucho con otros niños, y el recibir clases particulares en su casa agudizó esta situación. Desde que pudo se refugió en los libros, mismos que tenía en gran cantidad gracias a sus padres; de estos sentía especial interés por los que hablaban de las antiguas civilizaciones y ya a los siete años había leído todos los libros que tenía en casa. Fue en ese entonces que comenzó a viajar durante sus sueños: lentamente éstos empezaron a salirse de la habitual Atlántida o Roma, poco a poco comenzó a vagar por parajes ajenos a todo lo que leía o había visto alguna vez. En ocasiones, caminaba por costas de negros mares, otras admiraba consecutivos valles desde altísimas montañas de nieves eternas. Ya en la adolescencia trataba de dormir lo más posible para poder entrar más tiempo en aquel mundo de desconocidas formas que él llamaba en secreto “El Lugar de los Sueños”, y aunque en numerosas ocasiones intentaba llegar a él durante el día nunca lo logró, sólo durmiendo por las noches podía llegar a ese mundo que tanto amaba. Con el tiempo comenzó a relacionarse con gente de este lugar, quienes hablaban un idioma extraño que el pensó no correspondía a la Tierra, sin embargo con el pasar de los años, logró dominarlo y fue descubriendo que El Lugar de lo Sueños en realidad era un gran país que constaba


de siete valles, los cuales estaban unidos por un gran río, el Apahos, desde las Montañas Prohibidas hasta su desembocadura en el Mar Negro. En cuanto supo esto se decidió a recorrerlo de un extremo a otro. II A los treinta años era un hombre con una vida mediocre sin muchas pretensiones, pero durante su vagabundeo onírico se convirtió en un viajero conocido en los seis valles habitados, recorrió a todo lo largo el Apahos y recopiló una gran cantidad de leyendas que iban desde la creación de los valles a través del canto de Almin en las Montañas Prohibidas, hasta la profecía de la destrucción del Apahos anunciada por la desaparición de todas las estrellas en el cielo. Se codeaba con los gobernantes y mercaderes más importantes de cada región, algunas veces compartía los infinitos festines en el palacio de la duquesa de Gla’ast, le encantaba pasear por los templos de Bhor en el sexto valle o por los verdes bosques de Uruman en el Valle Capital. En los otoños ayudaba en las cosechas de Latra, un cereal parecido a la avena, y en primavera dedicaba las tardes a fumar Opio con el Bashar de Anthira, pero lo que más le gustaba era remar por el Apahos. Fue así como un día en su balsa llegó hasta el primer valle, el más enigmático de todos y no habitado en lo absoluto. Siempre se había preguntado el por qué en muchas historias se advertía


sobre diversos peligros asociados a este valle y por sobre todo le causaban especial curiosidad las Montañas Prohibidas. Aquel día estaba especialmente soleado y una fresca brisa le acariciaba el rostro. A medida que avanzaba río arriba notaba que la rivera estaba cubierta por un espeso bosque a ambos lados y de tanto en tanto podía divisar entre los árboles el correr de pequeñas siluetas que le recordaban a los duendes Ra’ant, que según contaban, devoraban a cualquier desafortunado que se perdiera en los bosques durante los solsticios de verano; a través del agua, se entreveían las difusas formas de grandes peces, mientras que en el cielo, se divisaban las golondrinas danzando por doquier. III Muy despacio comenzó a percibir lo que le pareció la melodía de algún instrumento que no reconocía, pero que le causaba mucho agrado y que poco a poco fue aumentando en intensidad. Cayendo en una agradable ensoñación siguió remando, escuchando de fondo el cantar de las golondrinas y la hermosa melodía que ahora estaba seguro provenía de algún tipo de flauta. Paulatinamente fue cayendo en un sopor tal que sólo prestaba atención a la melodía; seguía remando río arriba. Una leve fetidez en el aire lo fue sacando de su estado y al recuperar la lucidez vio, con espanto, que lo que hace unos minutos era un prístino río, era ahora el curso de un fétido limo verde en el cual flotaban inertes los cuerpos de cientos de peces. Más espanto le causó ver que el verde y hermoso bosque era ahora una yerma y negrusca planicie sembrada de blanquecinos y secos árboles desprovistos de cualquier tipo de hoja o flor, pero lo que le causó un verdadero horror fue darse cuenta que pese a cualquier esfuerzo no podía dejar de remar, siempre río arriba, hacia las Montañas Prohibidas, que cada vez se veían mas cercanas.



IV La que otrora fuera una apacible melodía le causaba ahora un miedo indescriptible. Tras horas de remar el cansancio le comenzó a quemar los brazos, pero aún así seguía remando, muy lentamente el gran río fue menguando en tamaño hasta convertirse en un arroyo por el que la balsa ya no podía navegar. Automáticamente dejó de remar, y guiado por fuerzas ajenas a él comenzó a correr en dirección a la gran pared de piedras que se erigía frente a él. A través de una escalera tallada en la misma roca, ascendió por un empinado desfiladero, en lo hondo se perdía el pequeño hilo del antes hermoso río. Ardiendo todo su cuerpo por el esfuerzo fue paulatinamente perdiendo la conciencia. Al volver en sí seguía corriendo, los pies ya desollados y sangrantes le dolían y vio que había llegado una noche cubierta de estrellas que formaban constelaciones que no conocía. Se encontraba en medio de un cordón montañoso de piedra negra, corría por el mismo sendero tallado en la roca. Lejos, hacia el horizonte, se divisaba un edificio del mismo color que las montañas, en ese momento la melodía que antes llenaba su cabeza había desaparecido. Con el pasar de las horas notó que el sendero se dirigía hacia aquel edificio que cada vez estaba más cercano. Al llegar al pie del gigantesco edificio se dio cuenta que, al igual que el sendero, estaba tallado en la roca misma de la montaña. En la entrada un monstruoso arco enmarcaba dos puertas de negra madera, ya resignado a que su cuerpo no se moviera por propia voluntad se acercó, y con una


fuerza que él ignoraba que tuviese, abrió ambas puertas de par en par: frente a él se extendía un inmenso salón, aunque iluminado no veía ninguna fuente de luz. A ambos lados del salón robustos pilares ascendían y se perdían hacia un techo que desaparecía en la oscuridad. Avanzó un poco más hasta el centro del salón: en un gran trono de metal una figura encapuchada ejecutaba hábilmente una flauta de cristal, de inmediato la reconoció como la melodía que lo embrujó. Al notar la presencia de la maltrecha figura que entraba en su templo el encapuchado cesó de tocar la flauta y se levantó, con voz imponente sentenció: –La primera regla ha sido rota.Acto seguido arrojo la flauta al piso, la cual se quebró en un estallido de miles de esquirlas de cristal. Por primera vez, desde que navegara en el río, recuperó la posesión de su cuerpo y presa del pánico corrió con todas las fuerzas que le quedaban fuera del edificio, corriendo sin saber a donde pero lo más lejos de ahí. Mientras corría alzó su cabeza y en una febril visión contempló la escena más espantosa que jamás hubiese presenciado. Invadido por un horror indescriptible tropezó y perdió la conciencia. Cuando volvió a abrir los ojos se encontraba en su cama, al borde de la locura al darse cuenta de que nunca más volvería a soñar, ya que lo que vio al mirar hacia arriba en su frenética huída fue que en el cielo no había ni una sola estrella.


EL APAHOS

Felipe Naranjo / Paula Bustamante

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