Lo inevitable del amor nuria roca y juan del val

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—Al aeropuerto, a la terminal 1, vuelos internacionales. —Vamos para allá. —¿Puede usted bajar la radio? —le pido mientras suena mi móvil—. Tengo que hablar por teléfono. —Claro, señora. —¡Mamá!, dime. —Hija, ya estoy en el aeropuerto esperándote. —Yo estoy saliendo de casa. Estoy ahí en veinte minutos. —¿Se ha creído Óscar que te ibas a Valencia? —Sí. No sospecha que vamos a Nueva York.

Mi madre tuvo un novio torero. Banderillero, para ser precisos. Luis, el torero, así le llamaba, es el único de sus amantes al que he conocido. Incluso los vi juntos. Pero sé que ha habido más. De todos, el torero ha sido el hombre del que mi madre ha estado más enamorada en su vida. A lo mejor también lo estuvo de Gene, pero eso tiene menos mérito porque en aquel momento mi madre era demasiado joven y, cuando es la primera vez que amas, todo se imagina más que se siente. Cuando Luis apareció en su vida, yo ya era mayor y, naturalmente, ella también. Enamorarse es estar loca, eso es algo que entendemos mejor las mujeres. Mi madre estuvo loca por Luis, por él perdió la cabeza y el sentido. Parece una copla, pero es que los dos podrían haber protagonizado una de esas letras tan desgarradas que cuentan el amor sólo por la parte que duele. Mi madre nunca ha dado demasiada importancia a sus amantes. Yo he aprendido eso de ella. Me enseñó bastante bien a distinguir amor de sexo, enamorarse de desear, querer de necesitar. Es verdad que a veces todo se mezcla, pero es conveniente diferenciar unas cosas de las otras para no estar engañándote a ti misma más tiempo del necesario. En eso las mujeres también somos especialistas. A mi madre nunca le han gustado los toros, a mí tampoco. Ella, además, fue siempre muy discreta con las cosas que hacía fuera de casa. Con el torero fue diferente. De repente, y sin venir a cuento, empezó a interesarse por los toros y hasta sacaba la conversación delante de mi padre, que también conocía teóricamente la relación de la tauromaquia con el arte. Él tampoco había ido nunca a una corrida, pero sabía de ello a través de Picasso, Lorca o Hemingway. Mi padre se interesaba por todo siempre de forma indirecta. Yo me enteré de la existencia de Luis, el torero, porque mi madre no fue tan


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