La flor del cerezo resguarda, entre sus pétalos, una crónica íntima de la transformación del paisaje japonés al llegar la primavera. La travesía narrada en estas páginas se inicia al terminar la agonía silenciosa de los restos del invierno, desde los primeros instantes en que brotan retoños rosados, como un augurio que tiñe los senderos con flores para anunciar el comienzo de una nueva etapa. La posibilidad latente de renovación y cambio es el mensaje que comparte una cultura que se ha levantado de la penumbra atómica, alimentándose del dolor para nutrir la fortaleza de su pensamiento. Sakura es la flor que no se marchita nunca; cuando culmina su estadía en este mundo, su inmarcesible belleza se desprende de las ramas y vuela suavemente hasta tocar el suelo. Su fuerza vital es tal que ni siquiera al final de su camino permite que se le vea derrotada y débil, es por ello la representación ideal del espíritu inquebrantable de la nación del bambú. El papel de la primavera en el imaginario japonés es el de una metamorfosis del horizonte y de la mente. Para existir atravesamos una serie de ciclos, hasta reconocer nuestra capacidad de renacer y de reconstruirnos varias veces en una sola vida. Este proyecto es un símbolo de esta renovación constante, al retratar la entereza del cerezo cubierto de vitalidad, como recordatorio y metáfora de los momentos efímeros: capítulos de nuestra propia historia compuesta por aquellos instantes pasajeros e inolvidables en los que amamos, reímos, lloramos y creamos.
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El alma viajera de Alonso Cartú lo dirigió durante tres meses en busca de las primeras flores del año entre las calles y los templos de diferentes ciudades japonesas, sin darse cuenta de que, mientras inmortalizaba y recopilaba en fotografías los rincones más bellos de la isla, se reconocía a sí mismo desde la mirada de quien aún se deja seducir por los secretos de la naturaleza.