Calles deshabitadas por la lluvia

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Me refiero a un lugar sin habitantes. Allí los días son grises, del color enfermizo de la decrepitud. Los viajeros creen estar dormidos y sueñan con banderas del color de la sangre

Podría confesaros que no soy lo que fui y os estaría engañando.

Poblábamos los sábados la esquina del correo. Vimos pasar mensajes que iban sin remite mas, supimos los nombres de las ratas y todas sus guaridas. Quisimos asaltarlas


sólo por amistad, a riesgo de una vida prestada en alquiler a viejos himnos.

Miré para otro lado y Roma estaba ardiendo. A veces pongo en duda que fuéramos tan jóvenes. Alguien pedía auxilio y nosotros cantábamos. No cabe más quincalla en nuestros corazones: un vino que es vinagre, pañoletas de fiesta, una baraja donde todo son bastos, calderilla, el oro de los tontos.

Hay momentos propicios al recuerdo a salvo de testigos,


en que podría señalar uno por uno, a todos los culpables; elaborar un plan para incendiar el mundo; llamar a cada puerta sin nada que vender, con la mano extendida como haría un mendigo que nunca espera nada.

Pero aún no es el día. Corren por la ciudad los coches del desguace -un 127, un Simca 1000llevándose los sueños.

Ya os dije que hablaba de un lugar deshabitado.


La pérdida crece en el pecho como una mala hierba, deja su raíz enferma donde nadie la alcanza y se abre camino entre lágrimas negras de desesperación que te dejan exhausto, como al nadador que no llega a la orilla.] Miras detrás de ti, presintiendo la flecha. El aire está vacío. Nadie junto al carcaj, pero ahí se mantiene la inconcreta amenaza, el temblor de los álamos, esas hojas de plata que arrugará el incendio. Y si de un sueño se tratara, no estarías por eso más tranquilo. Las garras de los gatos, las agujas de nieve, las cuchillas del frío, sus sombras, su dolor amenazante, siguen estando ahí. No es propicio el silencio, bien lo sabes. Los cuerpos se deslizan sin ser vistos con pasos de felino.] Lo notas en el roce que hace sólido el aire. Un día, los quisiste tocar con tu piel erizada. Sólo había alfileres, pequeños puntos donde brota la sangre,] un agujero negro que se llenó de sal, ríos de lluvia ácida cruzando la intemperie donde antes hubo ciudades soleadas, paseantes de martes a las diez de la mañana


con el periódico abierto por la página de sucesos. ¿Serás capaz de asomarte a la ventana y mirar hacia abajo, a la calle de niebla?. ¿Qué es lo que más te importa?. Dilo si eres valiente, no te escondas presintiendo el error detrás de cada puerta.] Ya los dinamiteros te señalan el lugar del corazón aterido.] Las naves arriaron sus velas y al vigía le han cosido los párpados con alambre de estaño. Tendrás que acostumbrarte a recorrer las calles devastadas] por las que sólo el viento acompaña tus pasos.


LOS OJOS CLANDESTINOS “¿Con que derecho me levantas la mano?” (Mujer anónima)

I Los ojos clandestinos son miradas de ciego, gacelas asustadas incurriendo en la noche, pozos de tinta china.

Los ojos clandestinos miran pero no ven. La luz pasa por ellos como discurre un río, sin nunca detenerse.

Los ojos clandestinos habitan en la sombra. Transitan por un mundo en el que todo es gris.

Los ojos clandestinos.


III Te han cosido los ojos con alambre. Sellaron tus oídos con tapones de cera ardiente, y tu no protestaste. Te cortaron la lengua y no sangrabas.

Tu cuerpo es la madera que cercena el oxidado hacha del verdugo. ¿Dónde estás, que parece que te fuiste a caballo de un sueño clandestino?.

El pan te sabe a tierra y a ceniza. Las palabras de amor son aullidos de lobo en la noche sin luna que es tu vida.

Pero qué no darías, si pudieras, por un rayo de luz, por la sonrisa que se fue de tu boca y ya no ha vuelto.


II

Donde nada sucede


“Y tu también, seguramente en cualquier lánguida tarde, serás pasto de un azote de fuego”

(Gregorio Antolín)


A bordo nada sucede. Sólo los días pasan. Nuestro barco discurre tarde arriba. Llega la noche a enredarse en los mástiles. Las velas, negras alas al viento, rastrean la mañana del enésimo día. Todo es lo mismo entonces, nada sucede. A bordo nada sucede.


Aquí los días se confunden. No es cierto que sea jueves. Discurre el calendario como un río de días imprecisos que se vuelven semanas, meses, años y no sé cuál de ellos es hoy precisamente. Nunca pasará nada que no haya sucedido por enésima vez. Mañana será martes. Seguiré atrapado dentro del almanaque mientras pasan las horas en sus barcos oscuros.


Mira, cae la lluvia como una lana húmeda colgando en las paredes. Si no fuera por esos cristales sucios se mojarían los libros, se correría la tinta y el pasado sería una masa informe que no sabrías si es tuya. Qué te voy a contar si la mesa aún conserva restos del desayuno y afuera está lloviendo.


Platicar con la noche en no importa quĂŠ idioma; que desvele sus pequeĂąos fracasos. Transitar esas horas de mar a la deriva como nĂĄufrago insomne. Desandar el silencio. No saber nunca nada

y dormir.



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