4. Hasta luego y gracias por el pescado.

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El rostro de ella se encontraba a unos centímetros del suyo. - Iba a preguntarte - dijo ella, en tono bajo y voz temblorosa - qué estabas haciendo. Pero luego vi que estaba claro. Estabas volando. Hizo una breve pausa, como si meditara. - De modo que parecía una pregunta tonta - añadió. - ¿Puedes hacerlo tú? - preguntó Arthur. - No. - ¿Te gustaría intentarlo? Ella se mordió el labio y meneó la cabeza, no para decir que no, sino movida por el asombro. Temblaba como una hoja. - Es muy fácil - la animó Arthur - si no sabes cómo hacerlo. Eso es lo importante. No estar nada seguro de cómo lo haces. Sólo para demostrar lo fácil que era, revoloteó por el callejón, cayó hacia arriba de modo bastante espectacular y volvió a acercarse a ella como un billete de banco mecido por un soplo de viento. - Pregúntame cómo lo he hecho. - ¿Cómo... lo has hecho? - Ni idea. Ni la más remota. Fenchurch se encogió de hombros, asombrada. - Entonces, ¿cómo puedo...? Arthur descendió un poco más y extendió la mano. - Quiero que lo intentes - dije. Súbete en mi mano. Sólo con un pie. - ¿Cómo? - Inténtalo. Nerviosa, dubitativa, casi como si tratara, pensó, de subirse a la mano de alguien que flotara en el aire justo delante de ella, puso un pie en su mano. - Ahora, el otro. - ¿Qué? Levanta el otro pie. - No puedo. - Inténtalo. - ¿Así? - Así. Nerviosa, dubitativa, casi, se dijo, como si... Dejó de pensar a qué se parecía lo que estaba haciendo, porque tenía la impresión de que no quería saberlo en absoluto. Fijó firmemente la mirada en el canalón del tejado del decrépito almacén de enfrente que durante semanas la había inquietado porque estaba claro que iba a caerse, y se preguntó si tendrían intención de arreglarlo o si debería decírselo a alguien, y ni por un momento pensó que estaba de pie sobre las manos de alguien que no estaba de pie sobre nada. - Y ahora - dijo Arthur -, alza el pie izquierdo. Fenchurch creía que el almacén era de la fábrica de alfombras que tenía las oficinas en la esquina, y alzó el pie izquierdo, así es que seguramente iría a hablarles del canalón. - Ahora - dijo Arthur - eleva el pie derecho. - No puedo. - Inténtalo. Nunca había visto el canalón desde aquella perspectiva, y le pareció como si entre el fango y la broza acumulados pudiese haber un nido de pájaro. Si se

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