Alvin maker 01

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—Debe estar muy orgullosa de su esposo, y de todo lo que está haciendo. En lugar de sonreír con pudor, como Thrower esperaba, Eleanor casi se echó a reír abiertamente. Soldado de Dios no fue tan delicado. Lanzó una risotada sin disimulo. —Reverendo Thrower, no se confunda —repuso—. Cuando yo tengo los brazos hundidos en parafina, Eleanor los tiene enterrados en jabón. Cuando escribo cartas para los pobladores y las hago embarcar, Eleanor está haciendo mapas y apuntando nombres para nuestro catastro. No hay nada que yo haga sin que ella esté a mi lado, y no hay nada que ella haga sin que yo esté acompañándola. Salvo tal vez su jardín de hierbas, al cual se dedica más que yo. Y la lectura de la Biblia, que me preocupa a mí más que a ella. —Vaya, me alegro de que sea una compañera apropiada para su esposo —comentó el reverendo Thrower. —Ambos somos compañeros, el uno del otro dijo Soldado de Dios—. Y no lo olvide. Lo dijo con una sonrisa y Thrower le devolvió el gesto, pero el ministro se sintió algo decepcionado: su mujer lo dominaba de tal modo que tenía que admitir a boca de jarro que no estaba al frente e su propia tienda en su propia casa... Pero, ¿qué odia esperarse, si Eleanor había sido criada en esa extraña familia de los Miller? No podía esperarse que la hija mayor de Alvin y Fe Miller agachara la cabeza ante su esposo como Dios manda. Con todo, en su vida había probado un venado tan delicioso. —No está nada fuerte —dijo—. Nunca pensé que la carne de ciervo salvaje pudiera saber así... —Le quita la grasa —explicó Soldado de Dios— y agrega algo de pollo. —Ahora que lo menciona —dijo Thrower—, creo reconocerlo en el guisado. —Y aprovechamos la grasa de venado para hacer jabón —continuó Soldado de Dios—. Jamás desperdiciamos nada, si le encontramos alguna utilidad. —Tal como ordena el Señor —comentó Thrower. Y se lanzó a comer. Iba por su segundo plato de guisado y su tercera hogaza de pan cuando hizo un comentario que quería ser una jocosa alaban-Señora Weaver, su comida es tan deliciosa que un poco más y empiezo a creer en brujerías. Como mucho, Thrower esperaba una risilla. En cambio, Eleanor clavó la vista en la mesa, avergonzada, como si la hubiera acusado de adulterio. Y Soldado de Dios se irguió tieso en su silla. —Le agradecería que no mencionara ese tema en esta casa —dijo. El reverendo Thrower trató de disculparse. —No hablaba en serio —dijo—. Entre cristianos racionales, esta clase de cosas es objeto de chanzas, ¿no es verdad? No es más que una tonta superstición, y... Eleanor se puso en pie y se marchó de la habitación. —¿Qué he dicho ahora? —preguntó Thrower. Soldado de Dios suspiró. —Ay, usted no podía saberlo —comentó—. Es una pelea que se remonta a antes de que nos casáramos, cuando llegué a estas tierras. La conocí cuando vino con sus hermanos para ayudarme a construir mi primera choza... lo que hoy es el cobertizo donde hacemos el jabón. Comenzó a desparramar menta verde por el suelo y a pronunciar cierta clase de rima, y yo le grité que cerrara la boca y que se largara de mi casa. Cité la Biblia, donde dice: «No tolerarás a una bruja con vida.» No puedo decirle la media hora que pasamos después... —¿La llamó bruja y se casó con usted? —Verá, entre medias tuvimos algunas conversaciones... —No seguirá creyendo en esas cosas, ¿verdad?


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