Grimorio en Plenilunio Número 13, Marzo 2011

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Luz, oscuridad, la muerte. Luz, oscuridad, la vida. Caminamos, a unos veintitantos pasos habitaba el motivo, estaba ella como flotando, recostada sobre un talud, iba de salida también uno de los periodistas más importantes de rock en el país, Chava Rock con su cámara en el pecho y la tragedia en su rostro. Vi pero no quería ver; arriba, estatuillas doradas que parecían volar estáticas sobre el cuerpo, 24 cirios encendidos nos bañaban en el claroscuro de sus llamas, colocados entre flores blancas de alcatraces, geranios, azucenas, nardos, y pétalos de rosas blancas parecían haberse llovido entre pequeñas velas danzando en el piso. “Acércate más si quieres, para que puedas verla más tiempo”, me dijo la mujer que estaba tras un cordón que cercaba el altar. Ahí estaba Rita Guerrero, recostada, con su belleza inmutable a pesar de la enfermedad que la hirió irreversiblemente, el cáncer de mama; vestida con una túnica roja y motivos dorados, parecía tan joven debajo de la gasa blanca que cubría sus 46 años. Sus labios infinitamente rojos dejaban entre ver la pila blanca de su sonrisa y su piel era espectral, pálida como en vida, gélida. Tenía frente a mí a la mujer que le abrió paso con su mezcla de jazz, rock y gótico a más mujeres en el país; a la mujer vanguardista que mezcló su voz con la teatralidad ofreciendo una gama de posibilidades artísticas para diversos públicos; a la mujer que tocó la historia de las cientos de personas que nos reunimos para verla por última vez y a las miles que todo el país resintieron su pérdida, incluido de manera casi cómica, el presidente Calderón. Ahí parada, el recuerdo de Rita cantaba dentro de mí la estrofa final de la canción Alas negras: Arrójame en el mar, duérmeme en tu corazón para no ver el fin. Trágame para dormir en paz..., se me doblaron las rodillas, explotaron en mí todas las lágrimas y rostros desolados que había a mis espaldas, en forma de un sollozo incontenible que me hizo salir a pasos agigantados del lugar. Voltee por última vez, imaginé todos los posibles versos que con su voz resonaban en la memoria de cada asistente, sentado ahí, frente a su altar, tratando de digerir una pérdida que indirectamente le pertenecía a todos a través del legado artístico que nos ha dejado la prodigiosa Rita Guerrero.

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